Comunista sin carnet
por Isidoro Gilbert.
Rodeado por miles de viejos libros, con un orden que él sólo conoce, en una vieja boardilla del barrio de Belgrano, Ernesto Giudici, a los 82 años, conserva no sólo su característica claridad de pensamiento sino la dignidad en todos sus actos, que transcurren en el marco de una austeridad que conmueve. El veterano luchador pasó por la militancia estudiantil, social y política. Fue socialista y se hizo comunista (…) Este rebelde, sin embargo, siempre estuvo dispuesto a acatar lo que entendía como disciplina revolucionaria, y aún en el disenso respetó las decisiones mayoritarias. Pero un día se hastío y cantó sus verdades, sólo una vez, para que se supiera que ese acto de rectitud moral no era de consumo para el anticomunismo pedestre.
Tengo alguna resistencia
a remontarme al pasado y me he resistido a escribir mis memorias como me ha
pedido mucha gente y editores. Será porque pienso en lo que está por venir,
atento a lo que ocurre en el mundo como descubrimiento o como investigación, y
no me gusta la repetición de frases hechas o de cosas que son sólo evocación
del pasado. Creo que en el momento actual, a pesar de la profunda crisis en la
ciencia o la política, el hombre se está proyectando a otro universo, a otra
era. También en la Argentina y a pesar de una decadencia muy grande. Es
necesario uno mismo sentirse joven y utilizar el producto más elevado del
universo que es la mente humana. O sea, estar con lo mentalmente nuevo y
creador. Desde allí veo el pasado, porque entonces veo lo permanente y lo que
sólo es un simple episodio. Puesto que si parto del hombre actual es porque
parto de la comprensión de ese hombre, y toda la historia está hecha, escrita,
o interpretada por hombres y, por lo tanto, el pasado puede ser comprendido y
revisado. Es decir, siento que estoy ante algo por vivir y deseo vivirlo ya y
no contentarme con lo que he (…) Así es como me evoco como un chico de nueve
años que tenía una vida muy intensa y callejera a quien de repente se le
descubre una tuberculosos en la columna que lo obliga a estar dos años y medio
en cama. Cuando el médico me sacó el último yeso a martillazos, diciéndome
“estás curado, pibe”, le dije: “No, doctor, póngame otro yeso, yo quiero
vivir”. Eso modeló mi carácter para toda la vida. Aquel chico ya no existía. Mi
niñez se había piantado. Y me acordaba de Almafuerte: “No te des por vencido ni
aún vencido”. Y ese tema lo he aplicado todas las veces. Hoy, 70 años después,
me encuentro en una situación física parecida a la de mi niñez. Mi columna ya
no aguanta y a pesar de una operación de caderas, sigo trabajando.
Tenía 14 años y estaba
en tercer grado inferior. A nadie se le ocurría decir que yo podía estudiar.
Quería salir de ese problema que me obligó a llevar un corsé de yeso hasta los
20 años. Di libre toda la escuela primaria en seis meses; en menos de tres años
hice todo el secundario y en 1935 ingresaba a la universidad; a los dos años
era ayudante de director, ingresé en la docencia y al mismo tiempo que
estudiaba, era practicante. Vi vía en la época del tranvía a caballo, no había
ni radio ni televisión. Hacía mi oficio en ambulancia de a caballo. Nos
metíamos en el barro en el Bajo Belgrano, y me encontraba con la otra medicina,
no la que enseñaban en la Universidad, sino la de las comadres. Cuando venían
los chicos del Bajo, yo les preguntaba: “¿Tenés hambre?”. Entonces, los mandaba
a la farmacia con una receta de un bife de lomo. El farmacéutico me preguntó si
estaba loco.
Esa realidad social era
uno de los elementos que me llevaron a mí, como a Juan B. Justo –que era un
gran médico– a lo social. Me llevó también, a que me identificara con la
teoría, el saber. Así, intervine en tiempos de Yrigoyen, hacia 1930, con los
socialistas en las manifestaciones por la Reforma Universitaria.
Creamos un movimiento
nuevo, un partido reformista de izquierda: ganamos el centro de estudiantes de
Medicina y reorganizamos con varios compañeros la FUA que estaba paralizada
casi desde el año ’18, e hicimos un movimiento poderoso, sobre bases nuevas,
donde uníamos perspectiva de la comprensión de las reformas a la realidad
concreta, a la reivindicación inmediata. Estaba en sexto año de medicina, en
1930, a punto de recibirme y con una carrera de promedios muy altos, pero por
oponerme a la dictadura de Uriburu y fomentar una huelga general universitaria
en diciembre de ese año, fui suspendido, después expulsado una vez, dos, tres
veces.
La
militancia
Antes de ingresar en el
Partido Comunista en el ’34, milité en la izquierda socialista con Benito
Marianetti. Ganamos el congreso juvenil y fui electo como secretario general de
la Federación Juvenil Socialista y candidato al Comité Ejecutivo. Hablaba en todos
los centros, salía a la calle y unía la teoría marxista al a militancia. Pegaba
carteles junto con Fina Warschawer, mi mujer. En 1931/32 aparecieron las
legiones fascistas, uniformadas. Desfilaban por la Avenida de Mayo, muchas
veces precedidas por un general. Entonces, del centro de estudiantes de
Medicina salíamos con cachiporras y los barríamos. Porque en la época en que te
decían que no existía el fascismo, en la Argentina estaba organizado hasta en
las esferas de poder, en los grupos militares y, años más tarde, al iniciar una
campaña contra la penetración nazi en Argentina, los denuncié durante tres años
en el diario Crítica. Y el 10 de
marzo de 1938, cuando se reunieron los alemanes en el Luna Park para aplaudir
la anexión de Austria al Reich, fuimos a esperarlos con la Federación
Universitaria en Plaza San Martín y, luego en la Avenida de Mayo, que estaba
toda embanderada con esvásticas. Las arrancamos y quemamos.
De manera que he tratado
siempre de unir la teoría y la acción, no ser un bravucón, pero mostrar coraje,
unirme ante la caballada con los brazos abiertos, cuando venían esos llamados
cosacos y nos pegaban por la espalda.
Para conocer la realidad
viajé mucho por el interior. Fui a Chaco en 1936 a llevar la solidaridad
comunista al movimiento de los colonos y terminé en la cárcel. Conocí lo que
era La Forestal en Santa Fe. En la Capital Federal teníamos una impresión falsa
de la Argentina. Se hablaba del latifundio, de las ollas comunes, de la
burguesía de las ciudades. Allí había muchos obreros asalariados, y me dije
“éstos no son campesinos, son obreros agrícolas. Aquí se están desarrollando
las relaciones capitalistas en el campo”. Entonces escribí en Crítica, en el ’35 y ’36, y más tarde en
un libro de 1940, Imperialismo inglés y
liberación nacional, señalando que había otra realidad en el país aparte de
los esquemas, muchos de ellos librescos, que repetían una imagen eurocentrista.
Viajé a los Estados Unidos en 1938, al Segundo Congreso Mundial de la Juventud,
y durante cinco meses anduve por casi toda América Latina. Viví lo que era la
miseria miserable, la explotación, los indígenas, cómo actuaban los yanquis, y
cómo estaba ligada la Argentina a esos pueblos. Dije entonces que había
industrias nacientes, que era posible un desarrollo independiente, y que no
teníamos que optar entre un imperialismo u otro, sino llegar al mismo tiempo a
la lucha contra el fascismo y contra los imperialismos. Me apasioné tanto que
fundé en 1936 una revista para analizar el contenido del fascismo. No estuve de
acuerdo con aquella fórmula de que el fascismo era la dictadura terrorista del
capital financiero, porque el fascismo es posible también en países
dependientes, cosa que motivó polémicas. Yo dije “no”, porque sectores de la
oligarquía, sectores ligados al imperialismo, sectores propios del país
desarrollan organizaciones fascistas y, por lo tanto, hay que acercarse al
pueblo y diferenciar al jerarca del hombre engañado.
El 17 de octubre estuve
en la calle y cuando fui al Comité Central le dije a Arnedo Álvarez: “Mirá, hay
mucha gente popular y obrera”. Pero ellos ni salieron. Antes había escrito que
estaba llegando del campo la mano de obra barata que serviría al desarrollo
industrial. Eran masas con cierto atraso, de los suburbios, del interior.
Porque no respondían a los estereotipos: había que interpretarlos.
Caí preso en 1943,
estuve un año en Villa Devoto. Salí en el ’45 y retomé la dirección de Orientación y estuve enseguida con el
contraalmirante Alberto Tessaire, ministro del Interior de Farrell, un hombre
de Perón pero amigo de una cantidad grande de ex socialistas como Atilio
Bramuglia. Lo fui a ver al general Velazco, jefe de policía, quien me propuso
una entrevista, un acercamiento al PC. Si se hubiera concretado, no para
incorporarnos al peronismo sino para poder establecer contacto con esa gente,
creo que hubieran cambiado mucho las cosas.
En esos años colaboraba
en diarios de Europa, de los Estados Unidos, de América Latina, o escribía en
varias revistas locales. Fueron días de grandes discusiones, que me tuvieron en
un estado de tensión, acompañado por Fina y con mis hijos criados en medio de
las dificultades y prisiones. Mi esposa también las sufrió en carne propia. En
1930 muere mi padre, queda mi madre sola y yo caigo preso; luego me exilié en
Montevideo.
Cuando allanan el local
del Comité Central del Partido, en la calle Viamonte, y me apresan, advierto
que está pasando algo raro. Me llevan a una sala y el policía, como si fuera un
juez, pide labrar un acta. “Firme”, me dice. Le digo: “No”. “Puede firmar en
disidencia”, sugiere. “No, yo no firmo, porque no estoy detenido, estoy
secuestrado”. Me agarra la cabeza y me la quiere estrellar contra la ventana y
grita: “Hijo de puta”. El comisario González, de la Especial, lo para. Me mandó
incomunicado a la Penitenciaría. Pero luego me llamó el juez, me entregó la
llave del Comité Central y me felicitó por no haber firmado. Así se hubiera
legalizado el atropello o una provocación. En 1941, cuando ya estaba de regreso
Victorio Codovilla, se hizo el X Congreso. Tuve una intervención especial
reclamando al Partido salir a la calle y exigir el derecho a concentrarse en la
plaza pública y no dejar entrar a la policía en los sindicatos. Le expresé a
Codovilla que iba a hablar de la legalidad pero en un acto público. “No –dijo–,
estamos en un Comité Central y hay que resguardarlo”. Le repliqué: “Hacemos un
intervalo y nos vamos al acto público; yo afronto la situación”. Y así hablé en
Córdoba, a pesar de que estábamos en un Comité Central ilegal que después
siguió deliberando.
Alquilé por mi propia
cuenta en Avenida de Mayo un local esperando que viniera la policía y lo
cerrara. Llegó la policía y me pidió que cerrara el local y le dije: “No,
ciérrelo usted”. No se animaron. Les dije: “Por qué no viene Lombilla
(Cipriano, célebre jefe de la Sección Especial) a cerrarlo. Pero que traiga los
documentos porque quiero ir a la Corte Suprema a demostrar esto”. Ese día no se
animaron. El local quedó abierto. No fue clausurado hasta que llegó el golpe
del ’43. Ese era un aspecto de la lucha por la legalidad. Como corolario,
formamos una Comisión Jurídica del PC, con gente de gran valor: Shmerkin,
Pedronzini, Viagio. Hicimos grandes juicios en defensa del Partido y con
dignidad.
Simultáneamente fui
responsable del trabajo universitario. Formamos una comisión y llegamos a ganar
la FUA.
Mi experiencia es que
las ideas deben estar unidas a la acción; la acción sola no basta. Ideas,
creatividad e imaginación. Creo en el valor de las ideas y en la lucha de las
ideas. Creo en el valor de la militancia práctica. Así trabajé en Crítica en grandes campañas. Al
periódico Orientación lo abrimos a una diversidad de opiones y,
cuando yo lo dejé, tiraba 160 mil semanales y era el órgano ilegal del PC. Una
tirada no superada en América Latina por ningún periódico comunista y aquí por
ningún medio de izquierda. ¿Por qué? Porque abríamos la puerta, dábamos páginas
al marxismo y al mismo tiempo cosas populares, es decir, teníamos amplitud de
criterio, no de palabra sino de hecho.
Un mundo
de interrogantes
Repito que no me gusta
volver al pasado. Lo hago porque siempre me actualizo. No tengo ningún temor a
que se reconozca si estas cosas estuvieron o no bien hechas. Yo le digo a mucha
gente, especialmente a los estudiantes, que no hay verdad absoluta: la verdad
es la de un hombre o la de un grupo de hombres en un tiempo histórico o en un
medio. Hoy el hombre va a las galaxias. Pero en Liniers, en mi niñez, existía
el tranvía a caballo, no había radio ni televisión. Vi todo de este mundo y
este siglo. He aprendido y creo que algo sé, que algo transmito. Sin ninguna
petulancia en lo que voy a decir, ni falsa modestia: cada vez sé menos. Cada
vez quiero saber más porque el hombre es el productor superior del universo.
Hay crisis en el campo
capitalista y también en el campo socialista. Es una crisis teórica y un
síntoma de crecimiento, de que hay algo nuevo, que hay que cambiar. Y por
supuesto me alarma que pueda haber países como Hungría o Polonia que pregonan
la vuelta del capitalismo. Creo que el marxismo queda como teoría general de lo
social; de la persona social; luego esa teoría hay que ir ubicándola en cada
momento histórico. Marx no vivió la revolución científico-técnica. El
sectarismo hizo que la revolución científico-técnica no fuera comprendida e
incorporada, o que, por el contrario, se la sobrevalorara por encima de lo social.
Los científicos, los técnicos, tendrían que ser mas necesariamente aliados del
proletariado, porque al fin y al cabo también son asalariados. No hay que
hablar de ciencia o sociedad, sino de sociedad y ciencia. Son todos conjuntos
nuevos los que están naciendo y que están configurando un mundo, una nueva visión
del universo para la que hay que prepararse.
Cuando terminó la
Segunda Guerra Mundial, Carlos Astrada –que era director del Instituto de
Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras, y que tenía fama de nazi– me
llamó como hombre del Partido y me dijo: “Vea, con la caída de Alemania ya no
se autoriza más la filosofía alemana en la cual me he formado. Ahora yo enseño
marxismo”. Me decían: “Bueno, pero es un fascista”. “Pero no –les respondía–
los hombres cambian, a mí me importa el de ahora”. cuando él escribió un libro
llamado Hegel y la dialéctica
encontré la oportunidad, por primera vez, desde Cuadernos de Cultura, para polemizar con Astrada –diciendo que
tengo un gran respeto–, para establecer un diálogo entre un gran filósofo y
nosotros. Pero a él se le prohibió responder a través de esa revista del PC. Y
tuvo que publicar en otra.
En Crítica pasé 20 años, fui editorialista, gozando de una libertad
absoluta como en la campaña contra el nazismo. En una ocasión me llamó Botana,
para demostrar quién era, y me dijo: “Su campaña me ha hecho perder todos los
avisos alemanes, pero continúe haciéndolo”. Luego me confió que por la campaña,
el tiraje había aumentado en doscientos mil ejemplares. Lo que era Botana
respecto del comunismo se revela en otra anécdota, cosas que no están
publicadas. Cuando el 22 de junio de 1941 Alemania invadió la URSS, me llama a
las dos de la mañana para decirme: “Véngase al diario y escriba el editorial”.
Fui tempranito, vivía en Bella vista, tomé el tren de las dos, llegué a las
cuatro y escribí. Era un texto que enjuiciaba también a los que dudaron de la
URSS. Cuando Botana leyó el brulote, me preguntó si esto se podría hacer en
algún otro diario. Y otra cosa de Botana, antes de partir para el Norte, donde
murió, reveló que su ambición era ser cónsul argentino en Rusia. Qué tipo!. ¿eh?
Botana ayudaba a todos
los movimientos revolucionarios de América Latina, y dio trabajo a los que
venían de España, de la guerra civil. Un día llego y él estaba jugando a las
cartas –era un reconocido timbero–, me acerco y le digo: “Allí está Oscar
Creydt, el paraguayo y anda muy mal de plata”. Le entregó 500 pesos, entonces
un dineral.
Fui muy amigo de Luis
Carlos Prestes. Estuve en la II Conferencia del Partido Comunista Brasileño.
Todavía subsistía la polémica entre Prestes y los comunistas argentinos. Aun
así, me designaron para que hablara en nombre de los latinoamericanos.
Conocí al Che en 1964.
Yo era muy amigo de Carlos Rafael Rodríguez, con quien había estado en 1938 en
los Estados Unidos. Lo mismo de Juan Marinello. Cuando llegué a La Habana, se
había desatado una polémica pública entre Guevara y Carlos Rafael sobre el
modelo socialista de desarrollo. No voy a entrar en detalles. Tuve varias
entrevistas con el Che, porque quería informarse. Era muy inquieto. En una de
esas largas charlas, le expresé mi opinión sobre Bolivia, donde hubo lo que
podemos llamar una revolución con hegemonía campesina. En cuanto a la Argentina
estaba convencido de que la única forma de derrotar al Ejército era promoviendo
movimientos populares y no enfrentándolos en su propio terreno. Donde no pueden
actuar es en el campo de las luchas sociales. Tiempo después escribí un
artículo en la Revista Internacional
elogiando a Cuba que se tituló Los
caminos de la revolución en América Latina, afirmando que no existe un solo
camino, ni soviético, ni chino, ni cubano. El Che era muy exigente, tenía una
gran preparación matemática y una gran concepción de la técnica y de la
educación. La reivindicación del Che hay que hacerla tomando todos sus
aspectos, su capacidad de autocrítica, su honestidad. Era un hombre
extraordinario.
Tiempo de
crisis
Yo era miembro del
Comité Central del Partido y tuve muchos desacuerdos, como el apoyo a Frondizi
o sobre hechos de la Segunda Guerra Mundial. Escribí un libro que generó
desacuerdos y no se publicó. Le dije a Arnedo: “Mirá, lo que corresponde es
publicarlo y, si ustedes tienen otras opiniones hagan luego la crítica”. Más
tarde fui Responsable del trabajo solidario con Chile que luego fue subordinado
a otra persona. Protesté en el Secretariado y se me dijo, en forma indirecta,
que el trabajo sería tomado por otro. Para una persona como yo, que había sido
leal por 40 años, respetuoso, no cabía otra posibilidad que la renuncia. Por pedido
de Arnedo y Rodolfo Ghioldi, la retiré. A la semana retorné al Comité Central,
pero nada cambiaba. “Creo –dije– que está en juego la esencia de la persona, el
respeto para los cuadros”. Entonces escribí una Carta a mis camaradas donde expuse lo que ocurría. Tuvo una gran
repercusión. Y años más tarde, cuando me propusieron reeditarla, me negué. Por
supuesto que cuando critico lo hago a una izquierda dogmatizada. La izquierda
debe ser la fuerza que conduzca la liberación nacional.
Yo critico al Gobierno
actual en su orientación económica que considero son concesiones al
imperialismo.
Estoy con Gorbachov,
pero advirtiendo los bandazos en el campo socialista. Dije, ya mucho antes de
esto, que en lo científico-técnico existe atraso. Existe en la URSS un régimen
socialmente más avanzado, pero se consideró que lo científico-técnico forma
parte de la ideología. Tuve una discusión en 1966 cuando publiqué Educación y revolución científico-técnica.
Orestes Ghioldi me decía que esa revolución científico-técnica era la segunda
revolución industrial. No Orestes, no es solamente económica, es una revolución
de la inteligencia humana, no de una clase, las clases son categorías
económicas. Una fábrica capitalista y una socialista se diferencian por el
dueño. Pero lo que es avanzado en un lado lo es en el otro. Porque no hay dos
técnicas. Por diferenciarse de Occidente el estalinismo se fue aislando, en el
simple cambio social. Escribí en 1966 que la revolución científico-técnica le
daba una ventaja al capitalismo sobre el socialismo. Y la ventaja vino y hoy es
muy difícil de alcanzar a la primera potencia mundial que son los Estados
Unidos.
También hay una crisis
teórica: la teoría quedó estancada. Hay que hacer que la teoría sea compatible
con el desarrollo y no simplemente capital estático. No se puede lograr un
cambio social si hay viejas mentalidades cristalizadas. Son necesarias personas
de mentes abiertas a todo lo nuevo que vengan y que se coloquen a liderarlo.
Este es el tema que se plantea en el campo socialista. ¿Eso quiere decir que el
socialismo ha fracasado? No, la idea social de Marx como se lee en el Manifiesto Comunista, la libertad de
cada uno, la justicia, eso se ha ido realizando. Hasta la ciencia misma es una
fuerza socializadora. Por su propia naturaleza, cada descubrimiento tiene que
ser universal y no me importa quién es la persona que ha hecho ese
descubrimiento.
(Digitalización del artículo publicado en el diario Sur, Buenos Aires, 29/10/1989)
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