Oesterheld. La aventura sin fin, el fin de la aventura

 


por Germán Cáceres.

Nació el 23/7/1919 en buenos Aires. Fue secuestrado el 27/4/1977.

Escribía cuentos infantiles y libros de divulgación científica, hasta que en 1951 la Editorial Abril le solicitó guiones de historietas, y entonces nació Alan y Crazi, con arte de Eugenio Zoppi. Fue el punto de partida del mejor guionista argentino y, practicando una interpretación amplia, abarcadora de todas las expresiones estéticas, del más notable narrador de aventuras que dio el país.

Sus historietas gustaban por la calidad humana de sus personajes. En Lobo Conrad (1958), breve historia autoconclusiva dibujada por Hugo Pratt, un asesino que abandonó a su familia se hace matar por su hijo –que ya no lo reconoce– para que a éste lo asciendan como policía montada. Este aliento trágico frecuenta sus textos: Richard Long (1966), con ilustraciones de Alberto Breccia, es una amarga historia policial en la cual no se cree en el amor; los únicos valores que importan son el dinero y la violencia. El pesimismo se torna evidente en la serie Ernie Pike (1957) –con gráfica de Hugo Pratt–, un corresponsal muy especial, pues en sus crónicas no descollan soldados valientes sino hombres de ambos bandos en pugna, que sufren la pesadilla de la guerra y que si llegan al heroísmo es por un rapto de gracia que los conduce a asumir toda la dignidad humana. Y un largo episodio titulado Convoy a Malta, que promete ser una bella historia romántica en medio del fragor de una batalla naval, finalizada con un amor no correspondido.

Sin embargo, en El Eternauta (1957), dibujada por Francisco Solano López, el protagonista Juan Salvo ama a su mujer Elena y a su hija Martita, y es querido por ellas. Pero al igual que Ernie Pike, no termina bien. Juan Salvo pierde a su familia y está condenado a buscarla infructuosamente a través del tiempo y del espacio. Aunque Robert Ax, médico del siglo XXX (1954), de A.J. Grassi (guion) y Carlos Clemen (dibujo), es nuestra primera historieta de ciencia ficción, los méritos de El Eternauta hacen que se la mencione como la iniciadora del género en la Argentina. Durante dos años se publicó Hora Cero Semanal, y marcó a fuego a esos lectores adolescentes, cuya sensibilidad se vio representada en la lucha que se libraba en las calles de Buenos Aires contra la invasión extraterrestre.

Mort Cinder (1962), ilustrada por Alberto Breccia, dio un paso más en esa gama melancólica de Oesterheld. El protagonista es un muerto que encarna personajes distintos, pero de trágicas trayectorias. Así, en el capítulo La Torre de Babel se narra cómo su construcción cobró incontables vidas humanas. Uno de los esclavos que participó en el osado proyecto anuncia: “La muerte llegará como un desesperado cansancio”. Se puede afirmar que el principal protagonista de Mort Cinder es la muerte.

Admiradores de Oesterheld opinan que este rasgo sombrío debe traducirse como una manifestación ideológica. Entre marzo de 1957 y mayo de 1963, alcanza el punto culminante de su carrera al fundar con su hermano Jorge la Editorial Frontera, responsable de las revistas mensuales Hora Cero y Frontera y Hora Cero Semanal. En éste período la Argentina vivió grandes convulsiones políticas: la caída de Perón, la Libertadora, la proscripción del peronismo, los fusilamientos, el comienzo de las políticas de ajuste impuestas por el Fondo Monetario Internacional, el ascenso de Frondizi a la presidencia con los votos peronistas y su derrocamiento en 1962. Oesterheld sufría al ver sumergirse el país en el subdesarrollo y la dependencia.

En 1969, una versión abreviada –por decisión de la revista Gente– de El Eternauta (dibujado por Alberto Breccia), propone un cambio: las potencias negocian con el invasor su neutralidad y permiten que éste ocupe Latinoamérica. En Guerra de Antartes (1970) –que ilustró León Napoo–, se relata una invasión extraterrestre a la Antartida en el año 2001, y allí las superpotencias vuelven a canjear su integridad por la entrega de América Latina (hubo una remake a cargo del dibujante Gustavo Trigo, en 1973). El Eternauta tuvo su segunda parte en 1976, con arte de Solano López, y en ella abundan los “guiños” y señas sobre la represión sangrienta que se padecía en el país. El héroe Juan Salvo emerge como un virtual líder guerrillero.

Para reforzar el concepto de que la producción de Oesterheld no es pesimista, suele resaltarse que en la misma campea el humor. En la simpática Joe Zonda (1958), que dibujaron sucesivamente Solano López y Julio Schiaffino, sobresalía el tono zumbón; un soplo jovial y refrescante recorría ese magnífico relato de aventura viril que fue Sargento Kirk (1953), con ilustraciones de Hugo Pratt (y luego de Julio Moliterni, Porreca y Gisela Dexter). Rolo, el marciano adoptivo (1957), con gráfica de Solano López, transmite alegría al describir al grupo barrial que enfrenta una invasión de alienígenas. Pero donde descolla lo humorístico es en Hueso clavado (1957), dibujada por Ivo Pavone, un western para reír.

La gesta de las revistas de Editorial Frontera importó una revolución gráfica capital. Las páginas de Hugo Pratt en Ticonderoga Flint (1957) poseen una peculiar belleza plástica sólo hallable en la historieta (aquí vale la definición del genial Art Spiegelman: “Me interesa más la copia impresa, pues para mí ella es el original”). La planificación de Solano López está al servicio de una lectura fluida y atrapante. Y Alberto Breccia inicia con Sherlock time (1958) una experimentación vanguardista que continúa con fervor. Aún a riesgo de caer en omisiones, se ensayará una lista de colaboradores no nombrados anteriormente: Carlos Roume, Arturo del Castillo, Daniel Haupt, José Muñoz, Juan Arancio, Leopoldo Durañona, Oscar Estevez, Lito Fernández, Balbi, Oswal, Carlos Vogt, Ernesto García Seijas, Juan Zanotto. Una prueba de que Oesterheld guionizaba pensando en el artista: “El buen guion es aquel que narra la acción claramente pero que también da posibilidades de imaginar al dibujante”, es aseveración suya.

En La necesidad en el arte, Ernst Fischer decía que toda lectura de una obra tiene una fecha. Y en 1990 es indiscutible que el mayor mérito de Oesterheld es ser maestro del relato de aventuras. Ese predicamento va más allá de su calidad narrativa, de su sagacidad para urdir una historia cautivante. Prosiguiendo la línea valorativa de Melville, Conrad, London, Verne, la estética de Oesterhelld propone a la aventura como un acontecimiento fundamental en la vida del hombre. Después de sortear las pruebas y lograr el éxito, el héroe retorna enriquecido, como si hubiese experimentado un renacimiento que aporta a la comunidad. Como enuncia Joseph Campbell en El héroe de las mil caras: “es la expansión de la conciencia y, por ende, del ser”. Pero quien más se nutre es el lector. Por eso Fernando Savater señala en La infancia recuperada, que el afán documental de las novelas de Verne pretende “proporcionar al lector datos fidedignos sobre las circunstancias de una aventura que le concierne más a él que a los personajes que supuestamente la viven”.

La aventura es un estado espiritual que nos conecta con los mitos que sirvieron a los hombres, ya sea para relacionarse con la naturaleza o para intentar un desciframiento del mundo y de la vida. Esos peligros que amenazan al héroe, esos viajes riesgosos por mares bravíos y selvas impenetrables, ese hender en astronaves los espacios maravillosos del cosmos, no son otra cosa que la proyección de nuestros sueños y anhelos.

Juan Sasturain ha apuntado que en Oesterheld esa iluminación recae más en un hombre común que decide cambiar su rutina por una vida apasionante al lado del héroe. Y cita en el Libro de Fierro N`1, como ejemplos de procesos transformadores, a Sargento Kirk, Ticonderoga Flint, Sherlock Time, Rolo, el marciano adoptivo, Tipp Kenya (1957) y Bull Rockett (1952), estas dos últimas con arte de Carlos Roume y de Paul Campani. Por eso Oesterheld dijo en una entrevista que “los héroes principales son excusas” (Trillo-Saccomannno, Historia de la historieta argentina). De allí que en muchas de sus historietas los personajes secundarios se articulan como auténticos puentes entre el lector y la aventura (Germán, en la segunda parte de El Eternauta, Ezra Winston en Mort Cinder, el jubilado Luna en Sherlock Time, y el cronista Ernie Pike en la historieta homónima).

El héroe de Oesterheld, por otra parte, no obtiene como premio una mujer. El muchacho no se casa con la chica. Esta mujer trofeo no debe entenderse como objeto, sino que –de acuerdo a Campbell– ella es “otra porción” del héroe mismo, pues ‘cada uno es ambos’. Si la estatura de él es la del monarca del mundo, ella es el mundo”. O sea que el periplo propuesto por Oesterheld es incompleto; como si la aventura tuviera una limitación, un final abierto que no tenía por qué ser necesariamente feliz, y que puede relacionarse con el propio destino del autor, vinculado con la organización Montoneros.

El testimonio que figura en la página 339 del libro  Nunca más, podría haber sido escrito par un guion de Ernie Pike: “Entonces Héctor dijo que por ser el más viejo de todos los presos, quería saludar uno por uno a los que estábamos allí. Nunca olvidaré aquel último apretón de manos (…) Su estado físico era muy, muy penoso. Ignoro cuál pudo haber sido su suerte (…) Nunca más supe de él”.

(Artículo digitalizado del Suplemento “Las palabras y las cosas”, del diario Sur, 22 de julio de 1990, página 8)

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