Cesare Pavese, ideas estéticas y literarias
Desde los tiempos de la resistencia, Pavese venía elaborando una actitud estética del realismo, que bien podría llamarse "interior". Y se encontraba a cada paso con las consignas políticas, con los impulsos a la inmediatez y a la simplicidad, que provenían de su propio campo de afinidades. Es útil recordar que luego del primer Congreso de Escritores Soviéticos del año 1934 tuvo lugar la consagración definitiva de las tesis stalinistas y se plasmaron los principios del realismo socialista, proclamados por Zhdánov, para condenar el "apoliticismo" y el "decadentismo" en la obra de arte. Mientras tanto, en Italia se venía polemizando sobre el "compromiso" (entre los años 1945 y 1947), sobre la política a llevar en "el frente de la cultura" (1948) y sobre el "neorrealismo", para llegar a la máxima discusión del "realismo socialista" hacia 1955.
En ese contexto, ciertas
reflexiones de Pavese, aunque dirigidas a juzgar el pasado, apuntan
prudentemente a la posguerra: "En el fondo, asienta en su diario personal
(El oficio de vivir) el 5 de marzo de 1948, la inteligencia humanista
--las bellas artes y las letras-- no padeció bajo el fascismo; pudo perder
presunción, aceptar cínicamente el juego. El fascismo sólo vigiló en lo tocante
al paso de la intelligentsia al pueblo; mantuvo al pueblo en
la oscuridad. Ahora el problema consiste en superar el privilegio --servil-- de
que gozamos y no 'ir' hacia el pueblo sino 'ser' pueblo, vivir una cultura que
tenga raíces en el pueblo, y no en el cinismo de los libertos romanos".
De tal forma, Pavese no
dejaba de advertir la caída de la izquierda en el populismo digamos clásico. Ya
en "Ritorno a l’uomo", publicado en L’Unità de Turín
(mayo de 1945) había sostenido el programa de un comportamiento intelectual no
demagógico: "Proponerse ir hacia el pueblo es, en definitiva, confesar una
mala conciencia". Y, unas líneas antes: "El razonamiento es éste:
nosotros no iremos hacia el pueblo. Porque ya somos pueblo, y todo el resto es
inexistente". La idea del oficio, sobre la práctica de la escritura, se
inscribe en una concepción materialista: para él, "el hombre es la
técnica, desde el día que empuñó un hacha para combatir contra las fieras o un
punzón para escribir". Y agrega: "Nosotros respetamos demasiado
nuestro oficio para pensar que el ingenio, la invención, bastan..." /.../
"Nada que valga la pena puede salir de la pluma o de las manos si no es
por fricción, por choque con las cosas o con los hombres".
A nadie como a Cesare
Pavese dedica tantas páginas el editor Giulio Einaudi en sus iluminadores
diálogos y reportajes. Su biografía, la de su editorial, la de su tiempo están
pobladas por la figura de este escritor que, a fin de cuentas, vivió muy cortos
años, pero ayudó a transformar, como pocos en la posguerra, la literatura y la
cultura italianas. Aquellos cambios los indujo Pavese con y desde su propia
obra. Ahí están los poemas-narraciones que recrean el mundo campesino y su
pasaje a la sociedad urbana mediante una escritura sutil y elaborada, sombría e
intimista; los relatos de los años de la resistencia, sencillos y profundos, de
una contenida violencia; los Diálogos con Leucó (su libro
preferido, abierto al lado del lecho de suicidio), recreación de mitos griegos,
"un semillero de símbolos al que corresponde, como a todos los lenguajes,
una particular sustancia de significados que ninguna otra cosa podría
traducir".
Todo un programa cultural
queda también delineado si se observa cuidadosamente su trabajo para "la
Einaudi", donde creó novedosas colecciones, entre ellas la de
"Estudios religiosos, etnológicos y psicológicos", sin hablar de su
labor estrictamente literaria, gracias a la cual se publicó, por su elección y
consejo, a Kafka y a Proust, a Whitman y a D. H. Lawrence. Ya como director
editorial, descubrió, entre otros, a Elsa Morante y a Italo Calvino (al que
bautizó "ardilla de la pluma", y que fue su sucesor en esa tarea). Y
fue, luego, el introductor en Italia, y en muchos casos el traductor, de la
mejor literatura estadounidense, de Melville a Faulkner, pasando por O. Henry,
Sherwood Anderson, Theodore Dreiser, John Dos Passos, Gertrude Stein, y también
inglesa, desde Dickens y Stevenson hasta Conrad.
Pero quizá sea por una de
sus tantas, complejas y ricas facetas que Pavese ha quedado y perdurará en la
memoria de muchos escritores: la de un cultor empecinado, obsesivo, del
"oficio", ese lugar "en el que me siento rey". En el
artículo "Di una nuova letteratura", publicado a la caída del fascismo
en Rinascità (mayo-junio de 1946), establece ciertos deberes
de la inteligencia, una solidaridad en la lucha común. Pero también advierte
sobre la especificidad del trabajo literario "que parece llevar fatalmente
consigo una separación, un aislamiento, y ciertamente, por lo menos en su fase
conclusiva, excluye toda colaboración y contacto". La razón es que, en esa
actividad de "la fantasía inteligente", es necesario aislarse y
romper los lazos con el exterior para captar la verdadera realidad. Frente al mandato
que se impone "por necesidad histórica", el escritor debe, ante todo,
aceptar su propio destino y estar de acuerdo consigo mismo. El que esté ansioso
por crear "el arte de su tiempo" hará a lo sumo un manifiesto, una
poética. El camino es atenerse con más humildad a su función en la sociedad,
sin hablar tanto de ella: "El zapatero hace zapatos y el albañil, casas; y
cuanto menos hablan del modo de hacerlo, mejor trabajan: ¿es posible que el
narrador deba, en cambio, charlar impunemente sólo de sí mismo?".
Las observaciones de
Pavese hallan su origen en la experiencia, en la práctica misma, y es esta la
que genera su visión teórica. A los motivos de orden político y ético, se suman
imperativos que provienen del propio trabajo literario, el que no puede
consistir en un mero registro de fenómenos cotidianos, en un contacto especular
con la así llamada realidad: "La profunda humanidad, la vena auténtica, la
sinceridad del arte tienen raíces no en la mole o en la enormidad de los hechos
sufridos, sino sólo en la mente y en el corazón, en la claridad de la mirada,
en el monótono y martilleante recuerdo" ("Tienen razón los
literatos", publicado en IlSentierodell Arte, Pesaro, el 30 de
octubre de 1948).
El oficio de poeta (primera
traducción y selección en la Argentina y quizás en la lengua española) fue de
nuestros Rodolfo Alonso y Hugo Gola, para Nueva Visión, en 1957. Trabajar
cansa / Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (poesía) fue traducción y
notas de Rodolfo Alonso, para Lautaro, en 1961.
(Artículo publicado en Página/12, Buenos Aires, 7/7/2022)
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