Luis Sommi o el obrero intelectual
por Carlos Villamor.
El olvido,
esa constante de décadas de frustraciones y derrotas populares, marca ya a
varias generaciones argentinas. La producción cultural y política de cada época
generacional queda clausurada en compartimentos aislados y permanece
intransferible a los sucesores. Los líderes políticos e intelectuales de un
período sucumben, por lo general a esta reiteración de la desmemoria y el
relevo de los padres por los hijos se ejecuta en el horizonte de la anomia a la
que nos somete la violencia de los dueños del país.
Rescatar
nombres de un pasado aún reciente es proclamar una demanda contra el olvido,
como alguna vez escribió Raúl González Tuñón.
Luis V.
Sommi es uno de estos olvidados. Historiador y economista destacado de la
izquierda de los años ’40 y ’50, su vida y sus textos ofrecen un interés
múltiple. Obrero autodidacta, representativo de un momento particular de su
clase, Sommi condensó en su creatividad, los límites y las contradicciones de
un sector de la izquierda de otras décadas.
Tallista
en madera, nacido en 1905, ingresó en la lucha sindical en el ’22 y en el ’25
en el Partido Comunista junto con un contingente de obreros
anarcosindicalistas. Sus primeros años de militancia tuvieron como escenario
aquel joven partido desgarrado por la complejidad del proceso de formación. En
1927 acompañó a José Fernando Penelón en la escisión que abarcó a los
principales militantes obreros partidarios. Retornó a sus filas tras la
intervención de la Internacional Comunista que dividió a los penelonistas a
favor o en contra del disciplinamiento al organismo mundial y abrió la
perspectiva del VIII Congreso, superador del ultraizquierdismo de los primeros
años. Este acontecimiento marcó lo que será uno de los rasgos definitorios de
su vida: la fidelidad inquebrantable a la Internacional Comunista y al PCUS
(Partido Comunista de la Unión Soviética) que en los módulos stalinistas, que
ya se instituían por entonces, irá transformándose en incondicionalidad. Dirigente
sindical destacado de aquellos años participó en la fundación del Sindicato de
la Madera. Cuadro del Secretariado Sudamericano de la Internacional Comunista,
intervino como organizador y agitador de las huelgas del ’29 en el puerto de
Rosario y en la ciudad cordobesa de San Francisco. Hacia comienzos de los ’30
viajó a la Unión Soviética, como representante argentino ante la Internacional
de la Juventud Comunista.
Los cuatro
años de la primera estadía soviética de Sommi fueron decisivos en su formación
política e intelectual. Aquel obrero de 25 años inició, movido por una pasión
de saber inagotable, el estudio de la historia y de la economía argentinas. Sus
primeros libros, La juventud sudamericana
y ¿Qué es la República Argentina?,
publicados en ruso, fueron los resultados de sus afanes. El sectarismo de la
Internacional Comunista de aquellos años lo marcó con la incondicionalidad con
que el stalinismo sustituyó el centralismo democrático. En aquella estadía
soviética fue el compañero de la alemana Olga Benario, la futura mujer de Luis
Carlos Prestes que Getulio Vargas entregó embarazada al exterminio de los
campos de concentración de Hitler, y se casó luego con Lilia Guerrero, la
primera traductora de Vladimir Maiakovsky al español, en una relación que duró toda
su vida.
A su
regreso al país, convertido en uno de los principales dirigentes partidarios,
fue un expositor destacado de la línea del “tercer período” que con la política
de “clase contra clase” definía el sectarismo stalinista de la Komintern. La
revista Soviet incluyó en el ’34, sus
artículos sobre el radicalismo como el enemigo principal.
El viraje
del VII Congreso de la Internacional Comunista del ’35 ubicó a Sommi como uno
de los propiciadores del Frente Popular. En este Congreso fue electo miembro
informante por el partido argentino, bajo el seudónimo de Alfredo Torres. La
Conferencia de Avellaneda de ese año lo designó Secretario general. La
autocrítica del esquematismo ultraizquierdista fue para él el desplazamiento
hacia una versión frentepopulista que centraba las alianzas en el
reconocimiento del radicalismo, que con el levantamiento de la abstención se
transformaba en la reserva principal de las clases dominantes y del
imperialismo, como el protagonista hegemónico. El IX Congreso partidario en el
’38 implicó para Sommi la salida de la dirección partidaria y la crítica a su
versión del Frente Popular. Este episodio, aún no aclarado en toda su
dimensión, es revelador de la stalinización del aparato del Komintern.
Comunista formado en la disciplina férrea guardó, hasta su muerte, el secreto
de los entretelones de su defenestración, y se dedicó a la investigación de la
economía y la historia nacionales. La apertura de los archivos de la
Internacional nos revelará, tal vez, la trama de la sustitución de la discusión
revolucionaria por el despotismo que aniquiló a un cuadro obrero de gran
capacidad política e intelectual. La crítica de una política por cierto equivocada,
que exigía el examen de las corresponsabilidades nacionales e internacionales,
fue suplantada por el orden y mando del aparato.
La obra
intelectual de Sommi abarcó varias décadas de trabajo incesante. En 1940
publicó un libro sobre la Corporación de Transporte, titulada El monopolio inglés del transporte,
estudio valioso sobre la reconversión imperialista de aquellos años. Hacia el
’43, Claridad editó su investigación
sobre los capitales alemanes, reveladora de la lucha interimperialista en los
prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial. Su condición de comunista le valió
dos años de encarcelamiento en el presidio de Neuquén, luego del golpe de
Estado de ese año. En otro libro relató la vida de los presos comunistas, su
solidaridad, su heroísmo y su unidad frente al enemigo. Terminada la guerra, y
en los inicios del peronismo, Sommi fue crítico de las esperanzas browderistas
que llevaron al Partido Comunista hacia la Unión Democrática. Pero, a
diferencia de otros que rompieron de manera pública, Rodolfo Puiggrós entre
ellos, Sommi se refugió aún más en la escritura. En 1949 estudió en Los capitales yanquis en Argentina el
desarrollo del capitalismo en los años ’30 y ’40 y el surgimiento del
capitalismo de Estado que desplazó la dominación de la contradicción
interimperialista anglo-americana por el antagonismo entre el proceso de la
liberación nacional y el afianzamiento de la dependencia. La dirección
partidaria condenó sus tesis, el sectarismo del período del Cominform negaba
cualquier posibilidad progresista a los movimientos nacional-burgueses en áreas
dependientes.
Pero sus
libros principales son los dedicados a la investigación de la historia del
radicalismo, Yrigoyen, vida y época
(1947) y en particular La revolución del
‘90 (1948) son aún hoy las investigaciones mayores de la historiografía
marxista sobre el primer proceso nacional-popular de la Argentina moderna. En
el segundo estudió las contradicciones de la revolución de ese año entre la
dirección política y militar oligárquica y la debilidad de la corriente
pequeño-burguesa liderada por Leandro Alem y Aristóbulo del Valle.
En el ’55,
Sommi fue leal a su clase y desarrolló un ciclo de denuncias sobre el carácter
entreguista del Plan Prebisch junto con los sectores del movimiento estudiantil
que iniciaban su revisión del antiperonismo. Mientras tanto publicó dos libros
sobre los problemas económicos y políticos de la minería argentina.
Su obra
publicada es sólo parte de lo escrito por este trabajador infatigable que vivió
siempre en una pobreza fiel a su condición obrera. “Yo no cambio mi cuarto de
miseria/de renuncias y trabajo/de dolor, pasión y sueños, mi cuarto de
barrio/de pobre inquilinato/por el mejor de vuestros rascacielos/mientras los
míos, los obreros/los últimos, los primeros/estén abajo, como yo/preparando la
gloria del ascenso”, escribió su compañera Lilia Guerrero en uno de sus poemas.
Comunista
sin partido, Sommi mantuvo hasta su muerte, en 1983, una lealtad que lo retuvo
en un juego de identidades y diferencias que terminó por paralizarlo. Rigorismo
de una ética revolucionaria en que el imperativo del deber fue trastocado por
el mandato stalinista de obediencia y silencio, su caso, como el de tantos
otros, debe valorarse en su riqueza humana y en su ineficiencia política. La
disciplina del viejo cominternista intervino como obstáculo para su
aproximación a la izquierda de los ’60 y ’70 que lo requería como a uno de sus
maestros. El tabú del único partido revolucionario fue la paradoja que lo
condenó a la soledad. Su rescate para el presente es parte del examen de
conciencia sobre las deformaciones de un período cuya superación se avizora en
el proceso trabajoso y difícil de renovación nacional y mundial del socialismo.
(Artículo digitalizado del Suplemento “Las palabras y las cosas”, del diario Sur, 22 de abril de 1990, página 8)
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