¿Para qué re-leer la historia? Notas sobre la URSS y la II° Guerra Mundial (I)


por Pablo Leoncini.

“Sobre nuestros hombros pesaban los nombres, las historias de los que no habían podido acompañarnos” 

–Almudena Grandes, Inés y la alegría.

Historia y poder

Escribió en 2011 Serge Halimi que “Memoria e historia no cesan de divergir. Con la ayuda de Hollywood, pronto se creerá que Berlín fue conquistada por los estadounidenses.

En agosto-septiembre de 1944, un instituto de sondeos (¡ya por entonces!) les preguntaba a los parisinos, cuya ciudad acababa de ser liberada, qué país había contribuido mayormente a la victoria. Veredicto: la Unión Soviética, 61 %; Estados Unidos, 26 %. Sesenta años después, el mismo instituto hizo la misma pregunta a los franceses. Esta vez, respondieron: Estados Unidos, 58 %; Unión Soviética, 20 %.

Década tras década, la “popularidad” del Ejército Rojo no ha dejado de bajar…

El bando que ganó la Guerra Fría también triunfó en la guerra de la memoria. Historia y poder van de la mano”[1].

Recuperar algunos tramos explicativos del papel clave jugado por la Unión Soviética durante la II° Guerra Mundial no es una apelación a la nostalgia, sino una acción que permiten descifrar aspectos clave del pasado que diagraman el presente.

Nos encontramos de nuevo frente a un ciclo histórico en el que “el viejo mundo puede producir barbarie, pero no aparece un nuevo mundo capaz de sustituirlo”. También sabemos, por la tradición de los vencidos, que las cosas pueden empeorar si no tomamos partido ante la realidad.

Pero en este tiempo sin futuro alternativo a la vista, tenemos que poder comprender para pensar y actuar.

Una Guerra antifascista de liberación nacional

El sentido común hegemónico se caracteriza por presentar los fenómenos históricos como hechos aislados, como actos particulares y como resultado cosificado de la “maldad” o “genialidad” de individuos. Romper esa dinámica implica ir a contracorriente de la lógica dominante que entiende a la “historia de la Guerra” como un capítulo terminado, especialmente en la versión editorializada por Estados Unidos y las derechas.

Frente a esta interpretación, entendemos que para comprender la Guerra hay que contextualizarla alrededor de dos aspectos clave de finales de la década de 1930: la combinación de la crisis capitalista mundial (iniciada en 1929) y el proceso de rearme de las potencias de los países centrales.

La salida de la enorme crisis económica tuvo como una de sus condiciones de posibilidad la realización de un nuevo conflicto bélico que pusiera en movimiento estratégico el complejo militar industrial norteamericano y europeo. De modo que, con solo analizar el movimiento del desarrollo económico del período, resultaba posible advertir el inicio del nuevo conflicto bélico.

Por otro lado, el rearme de las potencias no respondía únicamente a las necesidades del programa intervencionista estatal de la economía, sino también a los axiomas ideológicos del fascismo europeo y japonés, centrados en un expansionismo militar de tendencias imperialistas y en un reaccionario nacionalismo racista.

La hipocresía no es un fenómeno novedoso en la historia política, pero su utilización a gran escala se convirtió en un argumento generalizado. Hipócrita es, sin dudas, la postura de la historiografía hegemónica cuando oculta o minimiza el apoyo que recibiera, en sus inicios, el fascismo italiano de parte del Estado británico y del Estado francés.

Tampoco aparecen en los megadocumentales reproducidos masivamente los aspectos clave del Pacto de Munich[2], firmado en 1938, que habilitó al expansionismo nazi las condiciones básicas para el inmediato desarrollo de la Guerra.

Menos todavía resuena en las cadenas de las empresas de comunicación el Pacto Antikomintern (1936) que no sólo desplegó a escala de Estado la represión al comunismo, sino que estructuró puntos vitales para la posterior colaboración fascista en la guerra civil española (bombardeos en Guernica incluidos), frente al silencio cómplice de “Occidente”.

Y si de Estados cómplices se trata, no podemos menos que recordar –en este repaso por las dinámicas que provocaron la Guerra– la “tolerancia” del Vaticano frente al nazi-fascismo europeo. Para tal caso, es interesante ver la película de Costa Gavras, “Amén” (2000), que relata rigurosamente esas circunstancias.

A su vez, lejos de defender o justificar al expansionismo chauvinista –sobre Polonia y Finlandia– de la dirigencia soviética encabezada por Stalin tras el Pacto Molotov-Ribbentrop[3], es sustancial comprender que dicho acuerdo fue el resultado de una sistemática negativa de Occidente a construir un acuerdo antifascista con la URSS: desde el envío de Rudolf Hess a negociar un pacto antisoviético con los británicos hasta la especulación yanqui respecto de la guerra en territorio soviético.

La intervención decidida de Estados Unidos en la Guerra se produce recién cuando la URSS podía derrotar por su cuenta a los nazis y, sólo por especulaciones geopolíticas más cercanas a una nueva posguerra, los norteamericanos deciden abrir el Segundo Frente oriental.

Un último elemento clave en el análisis sobre la Guerra hay que centrarlo en el carácter que éste proceso asumió desde sus inicios para la URSS y el movimiento comunista mundial. No se trataba solamente de un conflicto interimperialista más, sino de una verdadera estrategia de aniquilamiento humanitario desde uno de los programas más reaccionarios de la historia. Este es el nudo de la II° Guerra Mundial, que fue una guerra fascista contra la humanidad.

En tal sentido, la definición soviética de la guerra como “Gran guerra patria” se derivaba de la caracterización del conflicto como una Guerra antifascista de liberación nacional, abarcando no sólo el territorio soviético sino el de Europa en su conjunto y el de numerosas regiones de Asia (Indochina, Corea, China).

¿Normandía o Stalingrado?

Los mitos de la propaganda norteamericana sobre la URSS en la II° Guerra Mundial se sustentan en dos premisas: 1) Que el rol militar de la URSS fue escasamente relevante en la derrota del fascismo europeo; 2) Que la URSS era una copia oriental del régimen nazi.

Para la comunicación del Pentágono existe un eje clave sobre el cual revisar el proceso histórico: la batalla de Normandía sería el verdadero punto de inflexión de la Guerra.

Desmontar estos mitos no reviste mayor problema para cualquier lector serio. Simplemente buscando en las redes pueden encontrarse datos que confirman un ingreso rezagado[4] de EE.UU. en la guerra, ya avanzada la resistencia y contraofensiva soviética frente al nazismo[5]. Para el momento en que se desarrolló la batalla de Normandía la Wehrmacht llevaba un año cediendo terreno y sufriendo cientos de miles de bajas en el frente soviético[6].

Asimismo, el 70 % de todas las muertes de soldados alemanes en combate a lo largo de toda la guerra se produjeron en el frente oriental, en contraste con el 15 % en el occidental. Solo en Stalingrado, Kursk y en la Operación Bagration, las bajas mortales soviéticas superan el total de muertes militares y civiles angloamericanas de toda la guerra. 3,5 millones fueron ejecutados siendo prisioneros de guerra en manos de las tropas alemanas de la Wehrmacht.

Para que se dimensione el fin clave de la Guerra, basta decir que durante la Operación Barbarroja (iniciada con la invasión nazi el 22/6/1941), Alemania destinó 5,5 millones de soldados en un frente que va desde el Báltico hasta el Cáucaso (2000 Km.).

¿Minimiza esta información los errores y deformaciones indefendibles que se dieron durante la Guerra por parte de la URSS? En ningún párrafo puede encontrarse algo semejante. Sin embargo, entendemos que es absolutamente insostenible con un mínimo de seriedad y sentido humanitario atribuirle al pueblo soviético –victima bajo todo punto de vista de la Guerra– el papel que la geopolítica actual insiste en otorgarle.

Es nuestra obligación intelectual y moral enfrentar la barbarie, también en este plano, porque como escribiese Julius Fucik, “Cuando la lucha es a muerte;/ el fiel resiste;/ el indeciso renuncia;/ el cobarde traiciona…,/ el burgués se desespera,/ y el héroe combate”. 

 



[1] Serge Halimi, “Tener la historia de nuestro lado”, en: El Atlas Histórico de Le Monde Diplomatique, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2011.

[2] En 1938, Francia y Reino Unido firmaron un pacto con Alemania que le permitía anexionarse casi el 30 % del territorio checoslovaco sin oposición armada por parte de otros estados europeos. Meses después, Francia y Alemania firmaron un pacto de no agresión, que borraba el de asistencia mutua que habían suscrito Moscú y París tres años antes para frenar el expansionismo nazi. En agosto de 1939, franceses y británicos rechazaron una propuesta de triple alianza ofrecida por los soviéticos para contener a Hitler.

[3] Firmado el 23 de agosto de 1939 en Moscú.

[4] En primeros 6 meses de participación, EE.UU. destinó el triple de soldados a su enfrentamiento contra Japón en el Pacífico que los que destinó a socorrer al Reino Unido o liberar a Francia o Italia.

[5] Cuando equilibró su presencia militar entre el Pacífico y Europa (1942), la URSS llevaba un año completo sufriendo la invasión nazi, que había llegado a las puertas de Moscú, sin poder conquistarla tras cuatro meses de combates. Leningrado ya llevaba nueve meses asediada y bombardeada. Cuando se produjo el Desembarco de Normandía, la batalla de Stalingrado, la primera gran derrota nazi, ya tenía más de un año concluida. Y la de Kursk, estaba cerca de cumplirlo.

[6] En Normandía 91 divisiones aliadas occidentales se enfrentaban a 65 divisiones alemanas en un frente de 400 km, en el Este 560 divisiones soviéticas combatían contra 235 divisiones alemanas a lo largo de más de 3.000 km.  Solo en los 200 días que duró la batalla de Stalingrado fallecieron 800.000 soldados del Eje, entre alemanes y sus aliados.

Comentarios

Actualidad de una ausencia

La diferencia comunista

La Ferifiesta Comunista (I): 1984

Comunista sin carnet