Braudel, Lévi Strauss y la CIA
«Desviar la atención del
capitalismo (y los Estados Unidos) como causante de los problemas del mundo,
hacia problemas como el consumo, la falta de democracia o de educación (y la
URSS)»
La Agencia Central de
Inteligencia (CIA) norteamericana acaba de desclasificar un documento de
trabajo que comprueba, y brinda algunos datos nuevos, sobre su política hacia
la intelectualidad progresista y de izquierda (PDF). El documento se titula
«Francia: la defección de los intelectuales de izquierda» y describe, detalladamente,
cómo captar e influenciar intelectuales, particularmente aquellos nucleados en
la revista Annales, la Ecole des Hautes Etudes, y los que se
referenciaban en Michel Foucault, Jacques Derrida y Jacques Lacan, en que lo
visualiza como «una guerra cultural». Si bien el eje del documento son los
intelectuales franceses, los principios y criterios que plantea fueron
aplicados a través del mundo. En el mismo se describen sus tácticas y
estrategias para generar un ambiente intelectual antimarxista a partir de
influenciar a los intelectuales posmarxistas y a los críticos del Partido
Comunista francés.
El
documento establece que «durante las protestas de mayo-junio de 1968 […] muchos
estudiantes marxistas miraban hacia el PCF para liderazgo y la proclamación de
un gobierno provisional, pero la dirección del PCF trató de aplacar la revuelta
obrera y denunció a los estudiantes como anarquistas». A partir de ahí
surgieron los «Nuevos Filósofos» que, desilusionados con la izquierda,
«rechazaron su alianza con el PCF, el socialismo francés, y las premisas
básicas del marxismo». Estos intelectuales posmarxistas son considerados como
mucho más efectivos en la guerra cultural que los intelectuales conservadores
de la derecha, como Raymond Aron. Esto se debió a que los intelectuales
conservadores se habían desprestigiado por su apoyo al fascismo. En cambio, los
así denominados intelectuales democráticos, con su crítica a la URSS y al
comunismo, eran útiles y, sobre todo, efectivos.
A
partir de estas consideraciones iniciales, el documento señala que:
«Entre
los historiadores franceses de la posguerra, la influyente escuela vinculada
con Marc Bloch, Lucien Febvre y Fernand Braudel ha avasallado a los
historiadores tradicionales marxistas. La escuela de Annales, como es conocida
por su principal publicación, ha dado vuelta la investigación histórica
francesa, principalmente desafiando primero, y rechazando después, las teorías
marxistas del desarrollo histórico. Si bien muchos de sus exponentes pretenden
que están dentro «de la tradición marxista», la realidad es que solo utilizan
el marxismo como un punto crítico de partida […] para concluir que las nociones
marxistas sobre la estructura del pasado -de relaciones sociales, del patrón de
los hechos, y de su influencia en el largo plazo- son simplistas e inválidas.»
«En el campo de la antropología, la influencia de la escuela estructuralista vinculada con Claude Lévi Strauss, Foucault y otros, ha cumplido esencialmente la misma función. […] creemos sea probable que su demolición de la influencia marxista en las ciencias sociales perdure como una contribución profunda tanto en Francia como en Europa Occidental.».
En particular los autores del documento alaban a Foucault y Lévi Strauss por «recordar las sangrientas tradiciones de la Revolución Francesa» y que el objetivo de los movimientos revolucionarios no era tanto la profunda transformación social y cultural de una sociedad, sino más bien el poder. Por ende, según el documento, la teoría francesa posmarxista realizó una contribución inapreciable al programa cultural de la CIA que intentaba mover a los intelectuales de izquierda hacia la derecha, mientras desacreditaban el antiimperialismo y el anticapitalismo, permitiendo la creación de un ambiente intelectual donde sus proyectos podían ser llevados a cabo sin ser molestados por un serio escrutinio intelectual.
El
eje no solo era desacreditar al marxismo como teoría, sino también tenía cuatro
aspectos vinculados entre sí:
Fracturar
a la izquierda cultural en diversos movimientos a través de lo que se denomina
«políticas de identidad». En este sentido, las reivindicaciones de clase, el
concepto en sí, y la lucha de clases como motor de la historia, se diluyen en
una cantidad grande de diversos movimientos, sin que ninguno acepte la primacía
del concepto básico del marxismo, las clases sociales: estos intelectuales de
Nueva Izquierda se opondrán «a cualquier planteo de unidad de la izquierda».
Se
desvía la atención del capitalismo (y los Estados Unidos) como causante de los
problemas del mundo, hacia problemas como el consumo, la falta de democracia o
de educación (y la URSS). «El antisovietismo se ha convertido en la base de
legitimidad del trabajo intelectual».
Se
torna difícil movilizar a las élites intelectuales en oposición a las políticas
imperiales de Estados Unidos, apuntando a fracturar sectores medios de la clase
obrera. De hecho, señala que «hay un nuevo clima de antimarxismo y de
antisovietismo que dificultará movilizar una oposición intelectual a las
políticas de Estados Unidos».
Se
equiparaba al marxismo con «anticientificidad», y el compromiso político de
izquierda entre los intelectuales es considerado como «poco serio» y
«subjetivo»: los intelectuales de la Nueva Izquierda están «menos dispuestos a
involucrarse y tomar partido».
Mucho
de lo que se plantea en el documento no es nuevo, si bien es una confirmación
de la importancia que la CIA le dio a las nuevas tendencias intelectuales en su
lucha antimarxista. Un elemento notable es que no haga casi referencias a los
cuantiosos fondos que destinó la CIA a captar intelectuales de izquierda. Por
ejemplo, Frances Stonor Saunders (La CIA
y la Guerra Cultural) señaló que la Agencia no informaba al gobierno
norteamericano que estaba financiando diversos proyectos «de izquierda» que
contribuyeran a alejar a los seres humanos de planteos igualitarios o
clasistas. De hecho, uno de los aspectos que ella revela es que la CIA prefería
«marxistas reformados» a los tradicionales conservadores y derechistas. Por
«reformados» se entendía aquellos izquierdistas que se habían decepcionado del
comunismo, o eran críticos de la URSS.
Esta
promoción de intelectuales «reformados», en especial los posmarxistas, se vio
acompañada de importantes recursos económicos, acceso a editoriales y medios de
comunicación, e inclusive a nombramientos académicos. Así, señala el documento,
diversas obras de personajes como André Glucksmann y Bernard Henri Levy se
convirtieron en best sellers. Por ejemplo, según Tom Braden, que fue el
director de la Rama de Organizaciones Internacionales de la CIA, la Agencia
compró miles de ejemplares de las obras de Hannah Arendt, Milovan Djilas, y
Isaiah Berlin para promoverlos. Otro ejemplo, no mencionado por el documento,
es que la VI sección de la Ecole Pratique des Hautes Etudes, que alojaba a
Lucien Febvre y Fernand Braudel, se estableció con un financiamiento recibido a
través de la Fundación Rockefeller en 1947. Y luego fue financiada a través de
la Fundación Ford, incluyendo los dineros e influencias necesarias para
convertirse en la Ecole Pratique des Hautes Etudes en Sciences Sociales, con
habilitación para otorgar títulos universitarios. Como señaló Kristin Ross, en
su libro Fast Cars, Clean Bodies: Decolonization and the Reordering of
French Culture (1996):
«En
las décadas de 1950 y 1960 Braudel, Le Roy Ladurie y otros de la VIeme Section,
crearon lo que Braudel denominó ‘una historia donde los cambios son casi
imperceptibles […] una historia donde el cambio es lento, de repetición
constante, de ciclos recurrentes’. Sus enemigos más formidables habitaban en
frente, en la [Universidad de la] Sorbonne: un largo linaje de historiadores
marxistas de la Revolución Francesa, como Georges Lefebvre y Albert Soboul. Y
lo que estaba en juego era que reemplazaban el estudio de la historia de los
movimientos sociales y el cambio abrupto o la mutación histórica por el estudio
de las estructuras, o sea se borraba la idea misma de la Revolución. Estos
historiadores marxistas [se enfrentaban…] a colegas modernizados, con exceso de
fondos, y muy bien equipados con computadoras y fotocopiadoras» (pág. 189).
Lo
anterior se complementó con viajes, becas, subsidios, y una cantidad importante
de seminarios internacionales destinados a promover tanto la visión de Annales
como el estructuralismo de Claude Lévi Strauss. En síntesis, si los
intelectuales de izquierda no encuentran los recursos necesarios para llevar
adelante sus investigaciones, o para publicarlas, entonces se encuentran
sutilmente forzados a aceptar el orden establecido, mientras adoptan las modas
intelectuales hegemónicas para poder encontrar empleo. El resultado es el
debilitamiento del pensamiento de izquierda y de la conformación de un efectivo
accionar revolucionario.
Nota:
Aquí se accede al PDF del documento desclasificado de
la CIA: http://www.cia.gov/library/readingroom/docs/CIA-RDP86S00588R000300380001-5.PDF
(Artículo
publicado en www.rebelion.org, 30/06/2017)
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