La experiencia comunista



por Pablo Leoncini.

Ser de vanguardia es estar a destiempo” (Ricardo Piglia)[1]

Desconocer el absurdo de un orden que pareciera el único horizonte posible, implica rescatar el derecho a la verdad que fue enterrada por los vencedores. Nos involucra en un cruce decidido frente a los “propietarios de la seguridad del ignorante”[2]

La mayoría de quienes cuestionan esta realidad –las corrientes que genéricamente se denominan de izquierda– forman parte de éste entramado hegemónico, mediante el posibilismo o mediante el estrategismo. Existe desde hace décadas, pero con mayor presencia actual en las “minorías críticas” de nuestra sociedad, una izquierda funcional a conservar el presente.

La incomprensión del mundo se hizo costumbre y, al decir de Oliverio Girondo, “nos teje diariamente una telaraña en las pupilas”. Sin embargo, la realidad no es una sustancia inmutable, sino un territorio en movimiento, en el que es posible desafiar los límites de lo establecido.

Existen oportunidades para rescatar las voces subterráneas de los vencidos, de quienes hicieron de la historia tiempos de grandes esperanzas colectivas, cuyas expresiones fueron revoluciones, descolonizaciones, libertades, derechos, nuevos saberes científicos y poderosas rupturas artísticas.

No se trata de una operación de recuperación melancólica, sino de la reactivación de un pasado a través de experiencias, derrotas y triunfos que permitan entender el presente e intenten nuevas esperanzas de transformación social. Y en estos intentos, deambula el fantasma del comunismo.

Ese espíritu cultural de “un mundo muerto que insiste, con ardides muy dispares, en tirar de los pies a los que le han sobrevivido”[4], persiste como memoria de futuro, como el programa no realizado y la organización no conservada capaces de desafiar el monolítico sentido dominante, porque –como escribió Nazim Hikmet–, “nuestros días más hermosos todavía no los hemos vivido”.

¿Por qué sobrevive el espectro del comunismo? Posiblemente la actualidad de su ausencia pueda observarse con la reacción anticomunista de estos tiempos. Porque, a pesar de su crisis, el comunismo fue y es un contenido perturbador para conservar el orden social.

El comunismo es una cultura. Son los valores, prácticas, tradiciones, representaciones y experiencias que permiten una identidad colectiva, proporcionan lecturas comunes del pasado e inspiran programas políticos para el presente.

Estas son las características de toda cultura política. ¿Qué distingue al comunismo?

La diferencia comunista es la de haber organizado una voluntad indiscutible de creación de un tipo de Estado para transformar la sociedad. La tradición comunista tuvo plena conciencia de la necesidad de tener una estructura organizativa eficaz, demostrando que el Estado puede ser gobernado por un sujeto político popular y, paralelamente, el sujeto popular puede organizar las instituciones de su propio poder.

Poner en riesgo el Estado como espacio socialmente monopólico de administración y decisión política de las elites dominantes, fue la mayor potencia –real, histórica, concreta– del comunismo.

Es por ello que el discurso anticomunista tiene como eje un ataque estratégico al papel del Estado. Los Partidos Comunistas nacen como voluntades organizadas de un nuevo tipo de Estado, es decir, de creación de programas de transformación social y cultural a partir del poder estatal. Toda la historia de la Komintern parte de la perspectiva estratégica de que el Estado es un terreno principal de la lucha de clases. El Estado es la expresión histórica –cristalizada en determinada arquitectura institucional– de una relación de fuerzas específica.

De aquí que el anticomunismo no tema a las ideas comunistas, sino a la capacidad del comunismo de constituirse en voluntad de Estado y de transformar la nación.

Y en un punto, el izquierdismo y el anticomunismo se asocian. El izquierdismo hace de su práctica de acompañamiento parlamentario o de su social-vanguardismo, su lugar de realización existencial e histórica. Mientras que para el comunismo, gobernar desde la izquierda tratando de llegar al Estado, llevó, inevitablemente como contrapartida, al desarrollo del anticomunismo en tanto defensa estratégica del monopolio del poder de los sectores dominantes.  

Comprender la cultura comunista y su crisis supone problematizar y cuestionar lugares comunes construidos por la derecha[3] (fracaso como experiencia histórica y deformación autoritaria) y por cierta izquierda (estalinismo como equivalente de comunismo, sin continuidades ni rupturas, sin analizar el contexto ni la influencia del dogmatismo).

La supervivencia no es una virtud en sí misma y sólo adquiere relevancia cuando la experiencia histórica se convierte en llave para reconstruir una alternativa que desafíe el orden establecido. Quizá el destino de la diáspora comunista –una fracción más que minoritaria del ya pequeño mundo social de una izquierda sin partido en Argentina– sea el de su persistencia cultural.

Si algún sentido tiene la continuidad cultural del comunismo es el de explicitar las tensiones críticas entre la tradición y los problemas del presente y, en esa dialéctica, intentar conectar experiencias suspendidas entre dos tiempos. Ello supone desnaturalizar la ignorancia histórica en la que se educa a las mayorías, poner en peligro la comodidad del lenguaje hegemónico y empezar a desarmar las cristalizaciones que diagraman el presente.

¿Podremos apropiarnos críticamente de los bienes culturales del comunismo, teniendo en cuenta que toda apropiación de una identidad requiere de los códigos y mecanismos que la hicieron posible? Es una pregunta abierta que no admite fundamentalismos de ningún tipo y sobre la que no tenemos certezas.

La posibilidad de refundar el comunismo implica, como primera cuestión, elaborar su historia.

Que una alternativa de sociedad no sea un eje de la agenda político-cultural hegemónica, es lo que le confiere a la ausencia comunista una extraordinaria actualidad. En especial para quienes descartan completamente que dicha alternativa pueda existir.

Reconstruir un programa de alternativa de sociedad es una delimitación –concreta y no idealizada–, de una postura política ante los vencedores de la guerra cultural que moldea nuestros días. Requiere de una postura en el aquí y ahora del mundo y del país, no una abstracción inviable para las mayorías.

Tratar de superar, al menos con las palabras, la trivialidad predominante quizá sea un milimétrico paso en la afirmación de que “lo seguro no es seguro, lo que es no persistirá como es (…) y, del jamás, saldrá el todavía[4].

(Fragmentos del trabajo “La diferencia comunista”, publicado en: https://culturaroja1918.blogspot.com/2022/07/la-diferencia-comunista_13.html)

 



[1] Ricardo PigliaLos diarios de Emilio Renzi: Jueves 13 de mayo de 1971, Buenos Aires, Anagrama, 2015.

[2] Eliahu TokerLos dueños de las dudas. S/d.

[3] Nestor KohanHegemonía y cultura en tiempos “soft”, La Habana, Ocean Sur, 2021, p. 19.

[4] Bertolt BrechtLoa a la dialéctica (1932), S/d.

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