Héctor P. Agosti, introductor de Gramsci en América Latina
por
Néstor Kohan.
Inspirándose en Aníbal
Ponce, Henri Lefebvre y Antonio Gramsci, Agosti intentó renovar la cultura
comunista frente al dogmatismo stalinista.
Un
intelectual crítico
El poder protege, difunde
y promociona a sus intelectuales predilectos. Los críticos corren otra suerte.
Cuando no los asesinan (Rodolfo Walsh, Silvio Frondizi, Raymundo Gleyzer,
etc.), quedan sepultados por el polvo gris del olvido o el desconocimiento de
las nuevas generaciones.
Héctor
Pablo Agosti [1911-1984] fue un intelectual crítico. El rescate de su memoria,
a 20 años de su muerte, invita a reflexionar sobre su obra: El hombre prisionero [1938]; Emilio Zola [1941]; Literatura francesa [1944]; Defensa
del realismo [1945]; Ingenieros, ciudadano
de la juventud [1945]; Cuaderno de
bitácora [1949]; Echeverría
[1951]; Para una política de la cultura
[1956]; Nación y cultura [1959]; El mito liberal [1959]; Tántalo recobrado [1964]; La milicia literaria [1969]; Aníbal Ponce. Memoria y presencia [1974];
Las condiciones del realismo [1975]; Ideología y cultura [1978]; Cantar opinando [1982]; Mirar hacia delante [1983]; Correspondencia con Enrique Amorin
[s/fecha].
Agosti
fue uno de los teóricos del Partido Comunista en Argentina. Si bien muchísimos
intelectuales pasaron por sus filas, algunos hicieron época. Como él, Aníbal
Norberto Ponce [1898-1938], Rodolfo Puiggrós [1906-1980], Ernesto Giudici
[1907-1991] y, sin ser un teórico, el poeta Raúl González Tuñón [1905-1974].
Ponce tuvo que exiliarse tempranamente en México. Allí, antes de morir, revisó
su liberalismo sarmientino. Puiggrós cuestionó el antiperonismo y rompió con el
PC en 1946. Giudici, disidente desde años atrás, renunció al PC en 1973. El
único teórico que se mantuvo fiel hasta el último día, a pesar del dogmatismo
de una dirección que no ocultaba sus simpatías por Stalin, fue Agosti.
El
joven discípulo de Ponce
En 1927 Agosti se suma al
PCA. Tiene 16 años. Queda fascinado por Aníbal Ponce. En 1929 ingresa a la
Facultad de Filosofía y Letras. Con otros jóvenes funda la agrupación
Insurrexit, homónima de otra anterior. En 1933, siguiendo las sugerencias de
Ponce, el joven Agosti publica Crítica de la Reforma Universitaria (en la
revista Cursos y Conferencias). Ese
año aparece un folleto furioso: «Quince años de derrotas bajo el signo de la
Reforma» (probablemente redactado por Ernesto Sábato, compañero de Agosti en
Insurrexit).
Durante
la década infame Agosti es encarcelado varios años (hasta 1937). Al salir
revaloriza la Reforma de 1918. En la cárcel nace su primer libro, El hombre
prisionero, publicado en 1938. En él escribe: «En nuestra América sólo dos
grandes figuras ejemplifican al verdadero intelectual revolucionario. Una es
Mariátegui, el magnífico escritor que desde su sillón de inválido promueve la
organización del proletariado peruano. La otra es Mella«. Adviértase que no
menciona ni a Victorio Codovilla [1894-1970] ni a Rodolfo Ghioldi [1897-1985],
principales dirigentes del PCA, quienes habían enfrentado a Mariátegui y a Mella.
Los
Cuadernos de Cultura
No obstante el stalinismo
extremo de Codovilla y Ghioldi, Agosti logra al interior del PC un espacio de
reflexión autónoma que se condensa en las revistas culturales Expresión y Cuadernos de Cultura. A ésta la fundan Roberto Salama e Isidoro
Flaumbaun. Agosti comienza a dirigirla a los pocos números, convirtiéndose en
su guía inspirador desde 1951 hasta 1976.
Cuadernos de Cultura
fue posible gracias a una «división del trabajo». Como alguna vez describió al
PC brasileño Carlos Nelson Coutinho, los intelectuales se ocupaban de la
cultura pero no interferían con la política partidaria. En el PCA sucedía lo
mismo. Agosti se daba el lujo de explorar la cultura marxista, apartándose de
las «autoridades» soviéticas… siempre y cuando no se metiera con la política de
Codovilla y Ghioldi, quienes vibraban al ritmo de Moscú. Abría el juego en la
teoría, pero aceptando esa disciplina, incluso a costa de su propio desarrollo
intelectual.
El
reconocimiento de Henri Lefebvre
Por ejemplo, el 4 de
febrero de 1955 el filósofo francés Henri Lefebvre [1905-1991], uno de los
pensadores más importantes del marxismo occidental, le envía una carta a
Agosti: «Desde que recibí su trabajo «Defensa del realismo» llamo la atención
de mis amigos franceses sobre lo que ocurre en la Argentina desde el punto de
vista cultural […] Pocos textos se han escrito más serios, más profundos que
esas líneas. Le confesaré que se adelantaban a casi todo cuanto se escribía en
Francia por esa época (1949-50) […] Hemos conducido, usted y yo, conociéndonos
muy poco, y de manera independiente, la misma lucha por la objetividad
profundizada del arte nuevo«. Era una consagración. Agosti, orgulloso, la
incluye como prólogo en la segunda edición de Defensa del realismo [1955]. Pero en 1956 la URSS invade Hungría.
Lefebvre no lo soporta y cuestiona. Lo expulsan del PCF. En la tercera edición
de 1963, Agosti elimina aquel prólogo de su libro. Ese gesto, autoflagelante,
resume su acatamiento de la disciplina.
Introducción
de Gramsci
Agosti es el introductor
de Antonio Gramsci [1891-1937] en Argentina y América Latina. Su difusión es
pionera en todo el mundo. Gracias a Agosti, el pensamiento de Gramsci es
conocido antes en Argentina que en Inglaterra, Francia, Alemania o EEUU. Edita
las cartas del italiano en 1950 y los Cuadernos
de la cárcel entre 1958 y 1962.
Más
allá de estas traducciones, la recepción productiva de Gramsci comienza con el Echeverría [1951] de Agosti. Distante
del revisionismo histórico, rosista-peronista, y del liberalismo antiperonista,
este libro no glosa a Gramsci ni es un manual introductorio. En él, Agosti
utiliza sus categorías para comprender la cultura nacional del siglo XIX y «la
impotencia política de la burguesía argentina», en el XX. Concluye que «se
agotó el papel histórico de la burguesía argentina», pues «esta clase nace
desvalida de impulsos desde antes de emprender la marcha».
se análisis coincide con
el «prusianismo» que le atribuía Ernesto Giudici, el otro intelectual comunista
de relieve. Ambas descripciones sociológicas discrepaban implícitamente con la
voz oficial del PCA, que otorgaba un papel absolutamente positivo a la «burguesía
nacional» en el frente democrático. Sin embargo, Agosti nunca se animó a
extraer todas las consecuencias políticas que se derivaban de su estudio. Dejó
picando la pelota. Sólo sus discípulos se atreverían a lidiar -rompiendo con el
PC- con esa tesis explosiva.
Según
Agosti, Echeverría representaba una tradición democrática, nacional-popular,
diferente a Rosas, Mitre y Roca. Una tesis que reaparecerá, pulida y
desarrollada, en Nación y cultura y El mito liberal, sus dos libros de 1959.
Sus
mejores libros
En ambos textos, Agosti
reconstruye el linaje de la tradición de izquierda, enfrentando al liberalismo
y al nacionalismo cultural. Encontrar un camino socialista autónomo frente a
las dos caras de la cultura dominante argentina impregna una búsqueda que
seguramente todavía no ha concluido.
En
Nación y cultura reaparece Gramsci,
en señal de alarma. En medio del nacimiento de la nueva izquierda, Agosti
advierte: o se «moderniza» la cultura comunista, uniéndose al pueblo-nación, o
se corre el riesgo de perder la hegemonía en la izquierda (lo que finalmente
ocurre).
Ese
año la revolución cubana trastoca todo el andamiaje político y cultural del
marxismo latinoamericano. El 1 de agosto de 1959 Agosti, aunque fiel a la URSS,
le escribe a Enrique Amorin: «Mirá lo que pasa en Cuba. No quiero en esto pecar
de ese optimismo exagerado de que siempre me acusás, pero a mí me entusiasman
los episodios de Cuba».
De
la mano de Gramsci, y con el trasfondo de Cuba, Agosti reexamina la supuesta
continuidad entre el comunismo del siglo XX y el liberalismo del XIX, tan cara
a historiadores y ensayistas del PCA como Juan José Real, Álvaro Yunque,
Leonardo Paso o incluso el joven Puiggrós. En 1959 esa afinidad había
estallado. Ese año, Agosti pretende dar un curso sobre Gramsci (quizás el
primero en Argentina), pero Frondizi clausura la Casa de la Cultura, en un
adelanto de lo que vendría después.
Los
discípulos «herejes» y la nueva izquierda
Con sus escritos y la
ayuda de Gramsci, Agosti impulsa una corriente culturalmente renovadora dentro
del PCA, en la que se inspiran sus discípulos José Aricó [1931-1991] y Juan
Carlos Portantiero. Ambos, junto con Oscar del Barco, se animan a dar el paso
que Agosti eludió: desobedecer a la dirección del PC. Prolongar la divergencia
cultural al campo político. Así nace Pasado
y Presente, primero como revista y luego como editorial. Lo mismo sucede
con La Rosa Blindada de José Luis
Mangieri, Andrés Rivera y Juan Gelman (aunque éstos estaban más vinculados a
González Tuñón que a Agosti).
En
un informe -inédito- de 1965, después de la fractura de Pasado y Presente y La Rosa
Blindada, Agosti reconoce su límite: «Creo que cuando enunciamos los
principios de «tolerancia» y «libre emulación» estamos diciendo que, en las
cuestiones no referidas a la línea política del Partido [El subrayado me
pertenece. N.K.], el sólo método admisible es el de la confrontación (y aun la
confro
ntación pública) de las diversas opiniones, sometidas por lo mismo a la
prueba de la práctica, sin que ninguna de ellas aparezca investida con los
caracteres de «escuela única»«. Se puede discutir todo en teoría (en filosofía
menciona a León Rozitchner, en historiografía a José Chiaramonte), pero el
límite de la amplitud llega hasta… la política. Eso no se puede tocar.
Al
romper con el PC, Portantiero y Aricó pueden abocarse a la luz del día a las
«herejías» que Agosti transitaba en puntas de pie y a escondidas, para no
chocar con la línea partidaria. Pero hay una diferencia entre el maestro y los
discípulos. Si bien Agosti se mantiene obediente, sin animarse a desafiar a la
ortodoxia -seguramente su mayor debilidad-, cabe reconocerle una virtud. Nunca
sigue la corriente. Se mantiene firme, aunque eso le cueste no pocas
humillaciones en su rol de intelectual frente al rígido control de Codovilla y
Ghioldi. Aricó y Portantiero, en cambio, se permiten romper. Así ganan
prestigio en el campo cultural y pueden encarar una editorial como Pasado y Presente que, sin duda, quedará
en la historia. Pero, a diferencia de Agosti, terminan navegando siempre con la
ola del momento: stalinistas en los ’50, castristas y gramscianos en los ’60,
montoneros en los ’70, alfonsinistas en los ’80, socialdemócratas de la
«tercera vía» en los ’90 y así de corrido… Lo que se ganó en libertad
intelectual se perdió en coherencia ético-política.
Balance
provisorio
Agosti fue brillante,
precursor y original. Asumió un compromiso. Estuvo preso. Fue lúcido y leal. No
se acomodó. No tuvo miedo de contradecir la cultura oficial argentina. Ejerció
un pensamiento propio, a contramano de las modas. Eso es lo mejor de Agosti, lo
más rico, actual y perdurable. Sin embargo, al aceptar la «división del
trabajo», terminó subordinando su reflexión a la vigilancia de Codovilla y a la
implacable disciplina sectaria de su aparato. De este modo, sacrificó lo mucho
que había en él de creador en aras de los moldes trillados, asfixiantes y
rudimentarios del stalinismo. Ese fue su límite y su drama.
(Artículo publicado en Le Monde Diplomatique, Buenos Aires, 7/5/2004)
Comentarios
Publicar un comentario