Cuadernos de Cultura
por Adriana Petra.
La
revista Cuadernos de Cultura fue
creada en 1950 por la iniciativa de Rodolfo Ghioldi. En sus seis primeros
números llevó el nombre de Cuadernos de
Cultura Democrática y Popular y estuvo a cargo de Roberto Salama e Isidoro
Flaumbaum, dos jóvenes que habían pasado por las aulas de la Facultad de
Filosofía y Letras de la UBA para salir expulsados por su militancia política.
Ambos había logrado hacerse conocidos en la prensa comunista gracias a sus
diatribas contra intelectuales y escritores no comunistas, publicadas en el
periódico Orientación y Nueva Era. Sin ningún prestigio ni
capital propio, se dedicaron a la tarea de editar un puñado de páginas
mimeografiadas cuyo único objetivo era difundir las líneas maestras de la nueva
política cultural soviética codificada por Zhdánov y popularizada a través de
las resoluciones del Comité Central del PCUS sobre filosofía, arte, literatura
y música[1].
La
revista se impuso la misión de “poner al alcance del lector documentos y ensayos
fundamentales que reflejen el verdadero carácter de la cultura socialista”[2]. No se propuso, entonces,
ser una revista cultural ni tampoco teórica (tarea que era cumplida por Nueva Era) sino simplemente un espacio
de propaganda cuya nula voluntad de intervención en el campo cultural queda en
evidencia tanto en su modesto formato como en la prescindencia de indicar
quiénes eran sus responsables o editores o esbozar un editorial o carta de
presentación pública. Apelando a la tarea de quienes se demostraron los más
conspicuos divulgadores de la tesis científicas y culturales soviéticas para el
mundo occidental —los jóvenes comunistas franceses nucleados en torno a La Nouvelle Critique (Jean Kanapa, Jean
Desanti, Pierre Daix)— los CCDP
adolecerán, como su modelo francés, de una debilidad de origen: el
insignificante capital cultural de sus productores era compensado por el
recurso permanente a la política como principio de autoridad en materia
cultural. A los nombres de Stalin, Zhdánov y Lysenko, la revista suma el de
Rodolfo Ghioldi, quien en el segundo número le dedica un artículo al sociólogo
brasileño Gilberto Freyre donde lo acusa de reaccionario, feudal y “paragolpes”
de la revolución[3].
El elenco local se completará, en lo sucesivo, con las colaboraciones de Salama
y Flaumbaum, Julio Notta, Julio Luis Peluffo y Atahualpa Yupanqui. Héctor
Agosti publica un adelanto de su libro sobre Echeverría y Raúl González Tuñón un artículo sobre Victoria Ocampo
en el que, reavivando una oposición que se remontaba a los días de la revista Contra, afirmaba que el único mérito que
tenía la directora de Sur para merecer la Faja de Honor que la SADE –a la que
definía como un “centro recreativo aristocratizante”− acababa de entregarle,
era su pasión antipopular y su entrega al imperialismo yanqui[4].
A lo
largo de sus primeros quince años, la centralidad de la literatura en la
empresa comunista es total. Aunque no faltaron debates científicos, históricos,
artísticos y, en menor medida, filosóficos; la literatura y el ensayo sobre
temas literarios ocuparon una porción significativamente mayor a cualquier otro
campo de interés, tanto en los artículos como en las reseñas bibliográficas.
Las razones de esta situación pueden derivarse de al menos tres situaciones. La
primera, es el tributo que los comunistas realizan a una particularidad del
campo intelectual argentino del siglo XX, donde la centralidad de la literatura
es verificable incluso en las discusiones ideológicas y los debates
doctrinarios. Los escritores, entendiendo por ello a los novelistas, poetas y
ensayistas dedicados a temas político-culturales, dominan en todas las familias
políticas en que se escindió el campo cultural, desde los liberales hasta los
peronistas. En segundo lugar, para una revista nacida a partir de una coyuntura
que ponía en primer plano el problema de las relaciones entre la cultura y la
política, las discusiones en torno a la autonomía de la creación literaria, sus
formas y sus lenguajes, ocuparon un espacio central al interior del propio
campo comunista. Como ha señalado Caute, fue en el campo literario donde las
dirigencias comunistas se sintieron particularmente obligadas y capacitadas
para intervenir en nombre de la ortodoxia soviética dominante[5].
Por
último, como ya hemos analizado en el capítulo anterior, los escritores y
artistas serán mayoría entre las profesiones intelectuales que se
comprometieron con el comunismo desde la década del ‘20, seguidos por los
médicos y los abogados. La centralidad de la literatura en las páginas de CC se explica también, entonces, como un
efecto de formación de sus redactores: de los 49 colaboradores que publicaron
más de cinco artículos entre 1950 y 1965, 27 eran escritores y escribían sobre
temas literarios, mientras que solo cuatro eran médicos y cinco abogados.
Incluso aquellos que no tenían una profesión ligada al campo incursionan en la
crítica literaria, como el abogado Bernardo Edelman, futuro fundador de la
editorial partidaria Platina, o el odontólogo Blas Raúl Gallo, dedicado a la
dramaturgia. Con la excepción de la psiquiatría y la pedagogía, la escasa
especialización de la crítica comunista se extendía también a otras áreas: los
temas históricos estaban a cargo de un dentista de formación como Leonardo
Paso, mientras la economía era terreno de un psiquiatra y ensayista como
Mauricio Lebedinsky y la filosofía quedaba en manos de Emilio Troise, médico de
formación. La misma jerarquía de intereses se verifica si se analizan las
críticas bibliográficas. De un total de 256 reseñas publicadas en las secciones
“Los Libros” y “Notas de lectura”, 136 están dedicadas a libros de ficción,
mientras que solo 15 se dedican a libros científicos, 14 a libros de temáticas
políticas, 14 a libros sobre educación, 11 a libros de temas filosóficos...
Para una revista que pretendía ser portavoz de los intelectuales marxistas
argentinos, el hecho de que en quince años solo se hayan reseñado 11 libros
dedicados a la teoría marxista indica tanto el peso de la cuestión literaria
sobre los problemas teóricos en la cultura de los intelectuales comunistas,
como la indigencia teórica que sufría la institución partidaria, cuestión que
se revela más significativa si hace notar que la única sección que se dedicó a
comentar bibliografía marxista no soviética fue la que en 1962 creó Juan Carlos
Portantiero bajo el nombre –significativo de su impulso de actualización
teórica — “El marxismo en el mundo”. Hasta los primeros años de la década del
‘60, cuando se produzcan las discusiones que terminarán con la expulsión de los
discípulos de Agosti que editaron en Córdoba la revista Pasado y Presente, serán las polémicas literarias las que definirán
el campo de conflicto entre los intelectuales comunistas.
En
1952 el escritor y periodista Raúl Larra publica Arlt, el Torturado, una biografía del autor El Juguete Rabioso que supondrá su redescubrimiento luego de casi
una década de silencio y se convertirá por varias décadas en un libro de
referencia obligada. Hijo de inmigrantes, universitario frustrado que debió
terminar sus estudios secundarios en una escuela nocturna, Larra ingresa a la
literatura por la amistad que lo une a Álvaro Yunque y los boedistas. Por este
mismo camino inicia su politización y en 1935 se lo encuentra como uno de los
fundadores de la AIAPE junto a Aníbal Ponce. Tres años después publica la
primera de una larga serie de biografías sobre personalidades literarias e
intelectuales con un libro dedicado a Roberto Payró, que desde entonces es
considerado por los comunistas un modelo de escritura realista y compromiso
social[6]. El recurso a la biografía
como un modo de intervención político-cultural mediante el cual el autor se
apropia de una figura para intervenir en el debate público, será una constante
en su vida de escritor y su libro sobre Arlt un ejemplo paradigmático. Cuando el
vacío crítico sobre Arlt se extendía al punto de ser un autor prácticamente
desconocido para las nuevas generaciones, Larra emprende su rescate biográfico
al mismo tiempo que reedita su obra a través de Futuro, la editorial que había fundado en 1944 y que se dedicó a
difundir autores realistas locales y grandes obras de la literatura escrita por
comunistas, como Les beaux quartiers
de Louis Aragón (traducido por Juan L. Ortiz en 1945) y la trilogía de Jorge
Amado Los subterráneos de la libertad.
Para
ese momento, el lugar de Arlt en la tradición literaria comunista era, al
menos, ambiguo. Desde sus inicios como escritor su figura resultó incómoda e
inclasificable. Elías Castelnuovo rechazó la posibilidad de que Claridad publicara La vida puerca (luego, gracias a la intervención de Ricardo
Güiraldes, rebautizado El Juguete Rabioso)
aduciendo que se trataba de un texto mal presentado y con errores de sintaxis.
En 1932, Aníbal Ponce, bajo el seudónimo de Lucas Godoy, se refirió a la novela
El amor brujo como el producto de un
“muchacho aturdido” y no de un “escritor naturalista auténtico y artístico”.
Leónidas Barletta, sin embargo, fue un temprano y consecuente defensor de la
literatura de Roberto Arlt, la que desde un principio filió en la tradición
realista, prisma crítico que será también el de Larra[7]. Como ya hemos analizado
en el primer capítulo, Roberto Arlt se vinculó a algunas iniciativas cercanas
al comunismo, como la revista de “literatura proletaria” Actualidad que animó
junto a Elías Castelnuovo y la fundación, en 1932, de la Unión de Escritores
Proletarios. El mismo año, bajos los auspicios de Ghioldi, ingresó a la
redacción de Bandera Roja, donde
escribirá “El bacilo de Carlos Marx”, sellando su suerte bajo el anatema de su
mentor, que lo acusó de pequeñoburgués. Con estos antecedentes polémicos y
apelando a recuerdos y anécdotas que se entrelazan en un acercamiento más
afectuoso que crítico a la figura de Arlt, Larra realiza la operación de
colocarlo en las cercanías del partido al mismo tiempo que se preocupa por
disculpar las circunstancias que habría impedido su total compromiso con la
causa comunista y la comprensión marxista de la realidad.
En
el número 5 de febrero de 1952, Roberto Salama publicó bajo el título “El
mensaje de Roberto Arlt” un largo artículo que comenzaba poniendo en duda que
la empresa de rescate de Larra prestara algún servicio a la cultura argentina.
Mediante una crítica puramente ideológica de la obra de Arlt y mediante el
procedimiento de confundir el autor con los personajes, Salama se apoya en la
autoridad literaria de Zhdánov y Stalin para concluir que Roberto Arlt era un
escritor fascista que cultivaba una literatura decadente, piscologista,
antirealista y antipopular[8]. Todo el artículo se funda
en un silogismo: si los personajes y ambientes que pueblan la literatura de
Arlt son negativos, entonces toda su obra es negativa y debe ser rechazada[9]. La respuesta de Larra no
se hizo esperar y fue publicada en el número siguiente bajo un título destinado
a sellar la operación de apropiación que había iniciado con su biografía “Arlt
es nuestro”. En aquel artículo, Larra acusa a Salama de juzgar a un autor por
las ideas de sus personajes atribuyéndoles un sentido autobiográfico (procedimiento
que, como señalará inmediatamente el poeta santafecino Hugo Gola desde las
páginas de Propósitos y, más tarde,
Oscar Masotta, el propio Larra utilizaba) y de fundar la crítica desvinculando
al autor de su medio social y las ideas de su generación, lo que, según Larra,
explica las “limitaciones ideológicas” de su literatura. Para refutar los
argumentos de su oponente y demostrar que Arlt era un hombre atraído por la
clase obrera y el partido, Larra incurre en los mismos procedimientos que,
llevados al absurdo, organizaban la crítica de Salama: busca explicar la obra
apelando a factores extraliterarios y citas de autoridad políticas, incluyendo
el Esbozo de Historia del Partido
Comunista. Su respuesta y la polémica que a partir de ella se desató en las
páginas de Propósitos, revela no solo
el clima de beligerancia que la adopción de los dictados soviéticos impusieron
al interior del espacio cultural comunista y el esfuerzo que desde entonces
muchos de sus intelectuales emprenderán para construir una tradición cultural
en la que pudiera reconocerse, sino, de un modo más general, las dificultades
que los escritores y críticos del partido enfrentarán frente a los cambios
morfológicos e institucionales que experimentará desde entonces el campo
intelectual argentino.
La
renovación de la crítica literaria que tuvo su punto de partida en las revistas
Centro y Contorno, así como la emergencia, dentro de estas formaciones, de
un modelo de intelectual universitario (aunque no necesariamente inserto en los
circuitos académicos) dispuesto no solo a cuestionar los métodos y los modos de
pensar la literatura sino las formas en que la literatura y la política podían
relacionarse, fue un directo cuestionamiento tanto a la crítica ideológica e
impresionista que efectuaban los comunistas como a su concepción del compromiso
político[10].
Cuando en 1954, Contorno publique su
número dedicado a Roberto Arlt, no solo cuestionará el intento de Larra de
“comunizar” a Arlt, sino que señalará el punto de partida para una
reconsideración total de la herencia literaria argentina[11].
Esta controversia pública determinó el cierre de la primera etapa de CC. En su número 7 de julio de 1952 la revista elimina la denominación “democrática y popular” y deja de ser un boletín mimeografiado para adoptar un formato de revista-libro, con tapa impresa a dos colores con un diseño sobrio y modesto. La dirección pasa a manos de un triunvirato de pretensiones ecuménicas formado por Roberto Salama, Héctor P. Agosti y el médico Julio Luis Peluffo (1901-1967), integrante del cohesionado grupo de psiquiatras pavlovianos que a lo largo de la década del ‘50 tendrán una fuerte presencia en el campo “psi”[12]. Acorde con la nueva etapa que se propone, desde entonces la literatura soviética traducida se reduce considerablemente y se otorga un espacio mayor a los autores locales. Ensayando un gesto de autonomía respecto a la institución partidaria, la presentación que acompaña la nueva etapa anuncia que cada artículo será responsabilidad de quien los escribe pues, se explica, en temas controversiales y sujetos a dilucidación previa –como la conformación de una historia crítica de la cultura argentina— la redacción de la revista no podía extenderse más allá de principios generales. Apenas unos meses después, la revista deberá enfrentar el abrupto cambio de rumbo que supuso el acercamiento del partido al peronismo, un acontecimiento definitorio para el futuro del espacio intelectual comunista del que nos ocuparemos a continuación.
(Fragmentos del trabajo de doctorado de Adriana Petra, Intelectuales comunistas en la Argentina (1945-1963), La Plata,
Universidad Nacional de La Plata, 2013, pp. 141-148.)
[1] Para esta investigación se
confeccionó un índice completo de Cuadernos
de Cultura entre los años 1950 y 1965, además de la reconstrucción de los
datos biográficos (edad y profesión) de los colaboradores.
[2]
Cuadernos
de Cultura Democrática y Popular,
n° 2, diciembre de 1950, p. 1.
[3]
Rodolfo Ghioldi, “Gilberto
Freyre, sociólogo reaccionario”, en Cuadernos
de Cultura Democrática y Popular, n° 2, diciembre de 1950, pp. 5-21.
[4]
Raúl González Tuñón,
“El caso de madame Victoria Ocampo”, Cuadernos
de Cultura Democrática y Popular, n° 4, pp. 105-107.
[5]
David Caute, El comunismo y los intelectuales franceses
(1914-1966), Barcelona: Oikos-Tau, p. 391.
[6]Raúl
Larra, Payró, El hombre y la obra (Claridad, 1938), luego reeditado como Payró, novelista de la democracia (Quetzal,
1952).
[7] Cfr. Borré, 1996, pp. 17, 29 y 55.
[8] “El mensaje de Roberto Arlt”, en Cuadernos de Cultura Democrática y Popular,
n° 5, febrero de 1952, p. 76.
[9]
Cfr. Borré, op. cit., p. 338.
[10]
Sobre el proceso
de modernización y profesionalización de la crítica literaria ver Blanco y
Jackson, 2011, pp. 31-51.
[11]
David Viñas, “Arlt
y los comunistas”, en Contorno, n° 2,
p. 8, número dedicado a Roberto Arlt.
[12] Sobre la psiquiatría y los psiquiatras comunistas en
este período se puede consultar la tesis de doctorado de Luciano García (op.
cit.).
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