El caballero de la esperanza
por
Jorge Amado.
En 1942, entrelazando
motivaciones políticas y literarias, Jorge Amado emprendió la biografía
novelada de Luís Carlos Prestes, ya por entonces, legendario personaje de
Brasil que había encabezado la Columna Prestes, una marcha de veinticinco mil
kilómetros llevada a cabo por más de mil hombres entre 1925 y 1927, que cruzó
varios estados del extenso territorio brasileño para reclamar por la pobreza,
pedir el voto secreto y la nacionalización de las principales industrias. Ahora
el Fondo de Cultura Económica rescata El
Caballero de la Esperanza: Vida de Luís Carlos Prestes, un libro que desde
su publcación sufriría tantas persecuciones como sus protagonistas. Aquí se
reproducen algunos fragmentos en los que Jorge Amado reconstruye la figura del
Héroe y refiere los avatares de la publicación de su libro desde 1942 a 1979.
Ahora te contaré la
historia del héroe. Ya te conté, amiga, la historia del poeta, la poesía era su
arma, iba al frente del pueblo. Fue en los muelles de Bahía, era una noche de
mil estrellas ¿te acuerdas? Me diste tu mano derecha, yo te conté la historia del
poeta Castro Alves. La gran luna en el cielo, el verde mar donde el reflujo de
las estrellas se confundía con el brillo de los faroles de los saveiros.
Llegaban sonidos de tambores de nuestra ciudad misteriosa, Iemanjá extendía su
cabellera sobre el mar, también ella había venido a ver la luna llena en el
cielo de Bahía. Y también se quedó, junto a la gente de mar, los estibadores,
el ciego que era poeta, los obreros que descansaban de un día arduo, los
jugadores semiprofesionales y el negro guitarrista, también Iemanjá se aquedó a
tu lado escuchando la historia del poeta. Canté mi alabanza al poeta del pueblo
y el pueblo me dio de beber y de comer. Los marineros trajeron los mariscos,
los estibadores trajeron frutas y pan, cachacha los vagabundos. El negro punteó
su guitarra, el ciego dijo su improvisación. Los jugadores semiprofesionales
partieron las barajas grasientas y dejaron, como reconocimiento y bondad, que
ganara una partida y aprendiera todas las marcas, incluso las más misteriosas,
de sus naipes preparados.
Aquella
noche llegaba música de los muelles, hablaba del mar, del supremo misterio del
amor. Llegaba música de la ciudad, música negra de las macumbas, hablaba de
hombres esclavos y de la suprema belleza de la libertad. Iemanjá salió de su encantada
morada y vino a estar con nosotros, era la poesía súbitamente conquistada. Y tú
me diste tu cuerpo en las arenas del muelle y en él descansé mi cabeza, cubrí
las estrellas, la luna, a los hombres y a Iemanjá con el manto de tus cabellos,
y reposé en ti, negra mía, en las arenas de los muelles de Bahía.
Canté
mi alabanza al poeta del pueblo y el pueblo me dio comida para mi hambre,
bebida para mi sed, negra para mis deseos. Y sobre todos nosotros brillaba en
el cielo la estrella matutina que era el corazón del poeta Castro Alves junto a
los hombres que se libertaban.
Tiempo
después estábamos en el mar, tú me dijiste: “Había otra estrella en el corazón
de los hombres y había un negro, gigantesco y risueño como los negros de tus
novelas, que tenía una enorme P tatuada en el pecho. Salía una estrella de su
corazón. Como en las historias que narras, pero solo que esta vez era verdad.
¿Por qué había tanta esperanza flotando sobre nosotros aquella noche en los
muelles de Bahía?”.
Una
estrella existía y no era la estrella matutina, brillando en lo alto de los
cielos, no era una luz en la noche del pasado. Tú la sentiste, venía realmente
del pecho de los hombres, de los obreros que descansaban, de los marineros que
olían a mar y tenían los ojos quemados por el viento del mar, del soldado que
amaba a una mulata en las arenas del trapiche, venía de la tierra, una luz de
presente, una luz de esperanza, una luz de futuro. Tú la sentiste en la noche,
flotando en el aire, venía del pueblo sentado en la arena.
Varias
veces vimos esa estrella, amiga, en nuestros viajes de feria en feria por
Brasil. Cierta vez –en una noche de lluvia y viento- íbamos por la calle pobre
de una ciudad distante. Íbamos inclinados, tu cuerpo juntito al mío. De lo
oscuro de una sala, a través de la madera de las ventanas, el rumor de las
voces de los hombres en una plática amarga llegaba hasta nosotros. Y de pronto,
en la sala, alguien dijo un nombre, y desapareció la amargura y la
desesperación, quedó solamente la esperanza. También sobre nosotros, sobre la
lluvia y el viento, brilló en la calle pobre una estrella. Hubo una alegría de
primavera en la noche lluviosa de invierno. Otra vez vimos cómo se llevaban
presos a los hombres. Sonreían, no eran ladrones ni asesinos, no explotaban a las
mujeres ni vendían drogas. Los que se los llevaban eran ladrones, asesinos,
explotaban a las mujeres y vendían drogas, y eran la policía. Los presos
sonreían, las mujeres que los veían pasar lloraban, los hombres apretaban los
puños. Alguien murmuró un nombre, el nombre de otro preso. Y la esperanza
brilló en la sonrisa de los que iban presos, en las lágrimas de las mujeres, en
los puños cerrados de los que se quedaban. Luz de una estrella que puso pálidos
a los asesinos, ladrones, padrotes, cocainómanos que eran la policía.
En
la noche de Brasil, amiga, vimos una estrella que brilla; ella anuncia los
rayos y la tempestad del pueblo y anuncia también la mañana de bonanza y
alegría. Estrella de la esperanza.
Te
voy a contar, amiga, la historia de esa luz, de esa estrella, de esa esperanza.
Muchas veces me preguntaste si era Pedro Ivo, si era Tiradentes, si era el
negro Zumbi Dos Palmares, alguno de los héroes cantados por el poeta Castro
Alves. En la noche de los muelles de Bahía, un negro sonreía, tenía una P
tatuada en el pecho, sabía la verdad. “¿Será un milagro?”, me preguntaste. “Es
un milagro”, te respondí.
Un
milagro del pueblo, amiga. Nosotros que somos vagabundos de los caminos de
Brasil, que los cruzamos en todas direcciones, en todos los vehículos, hemos
visto diariamente nuevos milagros, sorprendentes milagros del pueblo. Aquellos
que no creen en el pueblo son los que ya no creen en la poesía y en el
heroísmo. Y el pueblo realiza cada día nuevos milagros de poesía, nuevos
milagros de heroísmo.
Un
día el pueblo negro de Brasil, esclavo y desdichado, hizo el milagro de poesía
que fue el poeta Castro Alves. Un pueblo que no podía hablar y necesitaba de
una voz que clamara. Hizo el milagro de las más bellas de las voces.
Y
muchos años después, todo el pueblo del Brasil, esclavo y desdichado, el pueblo
negro, el pueblo indio escondido en las profundidades de las selvas, el pueblo
blanco, el pueblo mulato, que es el pueblo más lindo del mundo, pueblo atado de
manos y pies, con sed, con hambre, sin libros y sin amor, hizo el milagro del
heroísmo que es Luís Carlos Prestes, P en el pecho de los negros, en el corazón
de los soldados de la Columna, luz en el corazón de los hombres, obreros,
marinos, campesinos, sambistas, tenientes y capitanes, novelistas y sabios. Luz
en el corazón de los hombres, de las mujeres también, estrella de la esperanza.
Un pueblo esclavo que necesita a su Héroe, hizo el milagro del más grande los
héroes.
El
pago de una deuda
Así como sentí la
necesidad de escribir una biografía de Castro Alves, de la misma manera me
parece que era mi deber de escritor, ante el pueblo de Brasil, de escribir una
biografía de Luís Carlos Prestes. Este paréntesis que hago en mi trabajo de
novelista para escribir la biografía de un Héroe y la de un Poeta me parece
sumamente honroso para mí. Ayer, con Brasil en efervescencia, el pueblo
levantándose, luchando y construyendo la revolución, estaba muy bien que me
preocupara solo por las figuras de novela que simbolizaban la lucha, el
sufrimiento y la vida del pueblo. Hoy, cuando el nazismo sangriento y asesino
amenaza la propia existencia de nuestra patria, me pareció que debía hablarle
al pueblo sobre las figuras que produjo y que nunca fueron acalladas, las que
construyeron la libertad.
Hablé
primero del Poeta, aquel que hizo la Abolición y la República, que cantó las
revoluciones que habrían de venir, genio y profeta de un pueblo. Quería
presentarle al pueblo a su Poeta en su integridad. Y al mismo tiempo quería ver
si, con el ejemplo de Castro Alves, era posible salvar algunos vestigios de
dignidad y honor en la degradación por la que está pasando parte de la literatura
brasileña, que día tras día se entrega a las fuerzas reaccionarias. Y quise que
el pueblo supiera que existen artistas que nunca se entregaron, nunca se
vendieron, que lucharon siempre, lejos de intereses mezquinos. Por eso hablé de
Castro Alves, artista del pueblo, artista social, político comprometido,
revolucionario. Y, justo por eso, genial. Al entregarlo al cariño del pueblo,
quise también señalar su tradición literaria a los escritores nuevos que surgen
en Brasil y que se encuentran, en estos tristes momentos, ante fuerzas
intelectuales en descomposición, vencidas por el miedo y por el soborno,
pregonando el regreso a las formas caducas y reaccionarias del “arte por el
arte” alejando criminalmente a la literatura del pueblo.
Hablo
ahora de Luís Carlos Prestes, le traigo al pueblo a su héroe, figura nacida del
pueblo para estar al frente del pueblo. Un ejemplo para todo Brasil. Por grande
que pueda ser la suciedad bajo la dictadura, la dignidad de Prestes, por sí
sola, es suficiente para arrojar luz sobre ese lodazal, una luz de esperanza.
Cuando el pueblo de Brasil ve a una generación de hombres claudicar, nada mejor
que apuntar hacia Luís Carlos Prestes una vez más.
Por
otra parte, esta biografía representa el pago de una deuda. Se ha hablado mucho
de los motivos que dieron lugar a la literatura brasileña moderna, a la
novelística y a la crítica. Incontables artículos y ensayos han sido escritos
sobre este tema, y no conozco ninguno que vincule el nombre de Luís Carlos
Prestes a ese movimiento. Sin embargo, nadie ha tenido al respecto tanta
importancia, tanta influencia decisiva. La moderna literatura brasileña,
aquella que produjo las grandes novelas sociales, los estudios de sociología,
la rehabilitación del negro y los estudios históricos es resultado directo del
ciclo de los movimientos, iniciado en 1922, que solo hallará su conclusión en
el pleno desarrollo de la revolución democrático- burguesa: 1922, 1924, 1926,
1930 y 1935 trajeron al pueblo al centro del debate, lo involucraron en los
problemas de Brasil, le dieron anhelos por una cultura de la que resultó el
actual movimiento literario. Y como Luís Carlos Prestes fue y es la figura más
sobresaliente de todos estos movimientos, jefe, conductor y general, su vínculo
con la moderna literatura brasileña es indiscutible. Pero esta literatura no se
enfocó en él, en su figura, en ningún momento. Se entiende que el “modernismo”,
movimiento de una clase, de los oligarcas paulistas, no haya tomado en cuenta
los sucesos de 1922 y 1924. Creo que solo la voz de un poeta se alzó para
cantar a la Columna Prestes. Fue Raúl Bopp y sus poemas con esta temática, los
cuales hasta el día de hoy se encuentran inéditos. Sólo un novelista describió
la vida del Brasil de aquel entonces, ligándola a los acontecimientos
revolucionarios, Pedro Mota Lima con Bruhaha. La victoria del movimiento armado
de 1930 permitió que éste y otras luchas anteriores a él dieran sus frutos
literarios. Toda la moderna literatura del Brasil se volcó a las realidades
cotidianas, se dedicó al pueblo, al contrario del “modernismo”. Con el
surgimiento de la Alianza Nacional Libertadora, toda esa literatura que
comenzaba, encontró su apoyo en un movimiento de masas y pudo alcanzar su punto
más alto. Todo esto, con Prestes. El fracaso del levantamiento de 1935, el
encarcelamiento de líderes revolucionarios y de Prestes, vino a paralizar esa
literatura. Aún produjo algunos libros, con la fuerza que le quedaba del
movimiento de la Alianza. La implantación del Estado Novo, en 1937, trajo el soborno
como arma política. La compra de una literatura. Los escritores más nobles se
han callado, se les ha impedido hablar. Otros se vendieron. Otros más se han
contenido, han bajado la voz en una última tentativa por decir algo. Cuando
Prestes salga de prisión, liberado por el pueblo, y las masas brasileñas
regresen a las calles, este movimiento literario volverá a la vida, renacerá
seguramente con más fuerza y ya con una inmensa experiencia literaria,
superadas sus fallas, vencidos sus errores.
Así,
esta biografía vale también como el pago de una deuda de toda una generación de
escritores a un líder del pueblo. Mucho le debemos a Luís Carlos Prestes, con
este homenaje quiero pagarle una parte de esa deuda.
Nota
de 1979
Escrito en 1942, durante
la vigencia de la dictadura del Estado Novo, con el objetivo fundamental de
servir a la causa de la amnistía a los presos (y exiliados) políticos, Vida de Luís Carlos Prestes, el Caballero de
la Esperanza, circuló ampliamente en Brasil, incluso antes del lanzamiento
de su primera edición en portugués, a través de la traducción al español,
publicada ese mismo año. Cumplió, creo yo, el objetivo esperado, contribuyendo
a popularizar e intensificar la campaña por la amnistía que en aquel entonces
apenas se había iniciado.
La
contingencia política, resultado del golpe de Estado de 1964, con el
establecimiento de la dictadura militar, retiró a El Caballero de la Esperanza de las librerías brasileñas, a las
cuales regresa ahora con el mismo objetivo que lo inspiró: servir a la causa de
la amnistía a los presos (y exiliados) políticos, campaña que es de nuevo la
bandera más urgente y generosa de nuestro pueblo.
Luís
Carlos Prestes
Hace un tiempo, en una
entrevista, un periodista me preguntó si estaría yo de acuerdo en reeditar El Caballero de la Esperanza, en caso de
que se abriera esa perspectiva. Le respondí que seguro lo haría, tan pronto
como fuera posible, pues me siento orgulloso de ser autor de este libro que es
también un homenaje de estima y admiración por uno de los brasileños más
notables, figura que rebasó todas las más diversas fronteras donde lo quisieron
detener, para volverse una leyenda y un símbolo, en Brasil y en el exterior.
Soy viejo amigo y admirador de Luís Carlos Prestes, cuya vida me parece un ejemplo
de coherencia y dignidad, de dedicación al pueblo. No estar de acuerdo con
Prestes, combatirlo, es un derecho que tienen todos sus adversarios políticos.
Lo que nadie puede hacer, honradamente, es negar la enormidad de su presencia
en más de medio siglo de vida nacional, su supremo amor por Brasil, la pasión
que lo condujo en una extraordinaria trayectoria.
A
un amigo que solo ahora pudo leer este libro le pareció ingenuo; el
calificativo no me disgusta. La ingenuidad no representa un mal mayor;
peligroso es el cinismo que se viene transformando en hábito en el pensamiento
político del país. La condición ingenua de estas páginas escritas cuando Hitler
amenazaba con dominar el mundo y la dictadura del Estado Novo parecía
inamovible, nace de mi obstinada creencia en el futuro.
(Artículo publicado en el
suplemento Radar Libros, del diario Página/12, Buenos Aires, 8/1/2023).
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