¿Para qué re-leer la historia? Notas sobre la URSS y la II° Guerra Mundial (III)
“Hay una
dignidad que el vencedor no puede alcanzar”
-Jorge Luis Borges.
Las ruinas del tiempo
La
fantasía de un tiempo lineal constituye un pilar del sentido común
predominante. Pero el sujeto humano se empecina, una y otra vez, en hacer
estallar la linealidad de cada instante. La historia se materializa como un
camino quebradizo y en movimiento, donde conviven las ruinas del tiempo
–verdaderos “soplos de aire que fueron respirados antes”, al decir de Walter
Benjamin– y las capacidades ilimitadas de cada presente.
En
esta lucha incesante, existen huellas que permiten descifrar aspectos clave del
pasado que diagraman cada época. Y también praxis culturales que buscan borrar
y eliminar todo lo que alguna vez ocurrió “a contrapelo”, afirmando un presente
inamovible.
La
incertidumbre y la inseguridad que genera el tipo de sociedad en que vivimos,
suelen engendrar la nostalgia de otra vida. Sin embargo, en este tiempo –que
parece sin futuro– tenemos que pensar para poder actuar transformando aquello
que nos diagrama una vida cercana a la catástrofe, ya que, como decía G.K.
Chesterton, “El mundo cambia no por lo que se dice o por lo que se reprueba o
alaba, sino por lo que se hace”.
No
obstante, transformar lo establecido es imposible desde la orfandad cultural La
experiencia comunista, y en ella el combate titánico de la URSS contra el fascismo,
debe ser comprendida críticamente, abandonando cualquier intento por
idealizarla o demonizarla. Es por ello que inteligir
la experiencia soviética durante la Gran Guerra Patria, supone explicar y
comprender su totalidad dialéctica, sus tensiones y contradicciones, su
movimiento y sus múltiples dimensiones en su contexto específico.
De la Operación Barbarroja a la Batalla de Moscú
El
fascismo alemán rompió el Tratado de no Agresión germano-soviético (Pacto
Ribbentrop-Mólotov, firmado en Moscú el 23/8/39), con el despliegue de la
llamada “Operación Barbarroja”, a partir
del 22 de junio de 1941.
El
inicio de una guerra total en el Frente Oriental implicó que, desde fines de
1941, el nazismo invadiera alrededor de 1700 km de territorio soviético, con un
frente de guerra que abarcaba alrededor de un total de 3000 km.
Es
posible diferenciar, militarmente, cuatro etapas concretas de la guerra del
fascismo contra la URSS:
Una primera etapa, que transcurrió entre junio y
diciembre de 1941, que podríamos definir como de éxito parcial de los
alemanes en territorio soviético. En un contexto de combate solitario de la
URSS (y con una preparación militar insuficiente) ante la ofensiva nazi, el
Tercer Reich desplegó una fuerza de 5,5 millones de soldados, 2800 tanques,
5000 aviones y 47.000 piezas de artillería[1]. El frente llegó a los
2000 km, desde el Mar Báltico hasta el Cáucaso.
A
partir del éxito inmediato, los nazis tomaron Minsk y cercaron Leningrado,
ciudad que se habían propuesto dominar pero que resultó imposible, debido a la
resistencia del Ejército Rojo. El sitio de Leningrado se dio desde el 8 de
septiembre de 1941 hasta el 27 de enero de 1944.
También
fue dominada por los alemanes la ciudad de Kiev, cuya importancia estratégica
radicaba en la existencia de las minas de carbón y en su región metalúrgica del
Donbass. Los soviéticos tuvieron más de 600 mil prisioneros durante el control
nazi de Ucrania.
Una segunda etapa, transcurrió entre el 20 de
octubre de 1941 y el 7 de enero de 1942, durante la llamada Batalla de
Moscú. Mediante la denominada “Operación Tifón”, los alemanes buscaron sitiar y
dominar la capital de la URSS. El fracaso de la ofensiva nazi se debió a varios
factores:
a) Las
dificultades de aprovisionamiento de municiones, combustibles y alimentos en un
frente de 600 km y 1500 km de profundidad;
b) La
resistencia popular soviética ante el invasor nazi en cada lugar;
c) La
táctica de “tierra arrasada” para privar a los nazis de recursos en los pueblos
que controlaban;
d) El
traslado de las estructuras industriales clave a los Urales;
e) La
extensión de la guerra en zona soviética que llevó a los nazis a tener que
combatir durante el invierno;
f) La
incidencia de los batallones comunistas en la defensa;
g) La
permanencia de Stalin en Moscú (con su discurso radial del 6/11 y el desfile de
aniversario de la Revolución de octubre, el 7/11/41).
Pero
la clave militar estratégica de la URSS
fue, sustancialmente política: establecer como premisa indivisible la
unidad antifascista para la liberación nacional y definir a la guerra como una
“guerra patriótica” de toda la URSS por su existencia.
De Stalingrado y Kursk a la liberación europea
Una tercera etapa, se desarrolló entre agosto de
1942 y agosto de 1943, a partir de las batallas de Stalingrado y de Kursk.
Durante el transcurso de 1942, el mando soviético desarrolló una contraofensiva
para liberar Leningrado, el Donbass y Crimea. Pero se dio la derrota en
Kharkov.
No
obstante, los alemanes tuvieron que abandonar la estrategia de Blitzkrieg
(“guerra relámpago”) y asumir una guerra de larga duración en territorio
soviético. Y aunque los nazis recuperaron el control de Crimea, la definición
alemana pasaba por controlar Stalingrado, debido a su importancia clave como
fuente de abastecimiento de petróleo desde Bakú y Grozny.
La
Batalla de Stalingrado, se desarrolló
entre el 23 de agosto de 1942 y el 2 de febrero de 1943. Fue el punto de quiebre de la IIª Guerra Mundial. Bajo la consigna de “Ni un Paso Atrás”, el
Ejército Rojo y el pueblo soviético –mediante sus organizaciones guerrilleras y
de resistencia, conducidas centralizadamente por el PCUS– impusieron al nazismo
la pérdida de más de ¼ de toda la fuerza militar alemana, así como el final del
prestigio internacional del Tercer Reich. Se combatió cuerpo a cuerpo, casa por
casa. Los nazis tomaron la ciudad en septiembre y recién con la Operación Urano
en noviembre, el Ejército Rojo derrotó la retaguardia alemana, cambiando la
relación de fuerzas.
Es
central aclarar que la ayuda de los aliados no fue importante. Los
norteamericanos aportaron alimentos, algo de municiones, transportes y
equipamiento industrial. Roosevelt estaba preocupado por la amenaza que, como
potencia imperialista, podía implicar un triunfo nazi en la URSS.
Y
una cuarta etapa, se desplegó entre julio
de 1943 y mayo de 1945, lográndose la liberación de la URSS y de Europa,
mediante el avance del Ejército Rojo.
La
Operación Ciudadela consistió en una ofensiva para liberar la ciudad de Kursk.
La Batalla de Kursk (ocurrida entre julio y agosto de 1943), duró 5 semanas en
las cuales los nazis retrocedieron 150 km. Fue una ofensiva estratégica final
en el Frente Oriental y el inicio del triunfo soviético sobre el nazismo en
toda la URSS y en Europa.
Durante
la conferencia de Teherán (1943) se fijó una división táctica en la estrategia
antifascista de los Aliados: una invasión anglo-norteamericana por norte y sur
de Francia (para mayo de 1944) y una ofensiva soviética hacia el Este europeo
(Polonia, Rumania, Bulgaria, Hungría). Se preveía una ocupación soviética de
países bálticos y la liberación desde el norte de Italia en colaboración con
partisanos yugoeslavos. El punto final era una confluencia de tropas
soviético-americanas en Alemania para 1945.
Tras
la derrota alemana en la Unión Soviética, el Ejército Rojo liberó –por sus
propios medios y en coordinación con la resistencia antifascista de cada lugar–
Leningrado (enero de 1944); Crimea (mayo de 1944); Bielorrusia (junio de 1944);
Rumania y Bulgaria ((agosto de 1944); Letonia y Estonia (septiembre de 1944);
Yugoslavia (octubre de 1944), Finlandia y Noruega (octubre de 1944) y Polonia
(enero de 1945).
Tras
la ofensiva de la URSS sobre Austria-Alemania, el momento icónico de la derrota
fascista fue, sin dudas, la titánica batalla de Berlín, transcurrida entre el
16 de abril y el 9 de mayo de 1945. Las fuerzas soviéticas tuvieron 300 mil
muertos y miles de heridos.
El movimiento guerrillero
La
comprensión de la derrota del fascismo en Europa sería incompleta sin hacer
referencia al enorme, heterogéneo y dinámico movimiento guerrillero[2]
que actuó contra la ocupación y la barbarie nazi.
Los
frentes populares antifascistas, impulsados por los Partidos Comunistas
organizaron los movimientos de combatientes como guerrillas de resistencia a la
invasión nazi o al régimen fascista (en España, Francia, Yugoslavia, Polonia,
Italia, Grecia). Sus tácticas iban desde sabotajes, transmisiones de radio
clandestinas y huelgas hasta el hostigamiento militar hacia el ocupante,
atentados, cadenas de evasión ante la asimetría militar y de recursos con
tremendos costos en vidas humanas.
Desde
la más absoluta clandestinidad y en coordinación con la URSS debido al papel
neurálgico y –en no pocos casos, excluyente– de los comunistas, dicho
movimiento logró coordinar diferentes acciones durante el proceso de liberación
europea.
Específicamente
en la Unión Soviética, el movimiento guerrillero se desarrolló en las zonas
ocupadas por los nazis, especialmente en Bielorrusia.
Relata
en su trabajo Jorge Saborido[3]
que, con el triunfo en Stalingrado y luego en Kursk, la guerrilla tuvo un
enorme impulso. Llegó a tener cerca de 500.000 combatientes armados y el papel
del PCUS en su organización fue vital. Antes de evacuar lugares, el Ejército
Rojo destinaba grupos clandestinos de guerrilleros para permanecer allí. En la
batalla de Moscú, unos 10.000 guerrilleros atacaban constantemente la
retaguardia alemana. En la batalla de Stalingrado, loa guerrilleros fueron
clave en la destrucción de las largas líneas alemanas de comunicación y
abastecimiento. Desde 1942, se estableció la coordinación entre las guerrillas
y el mando central soviético.
Los costos soviéticos de la liberación
El triunfo militar de la URSS sobre el
fascismo, fue también un triunfo político del Estado soviético y sus dirigentes. Implicó, a su
vez, una notable mejora en la popularidad de Stalin como líder. No es posible
caer en el reduccionismo de darle todo el mérito ni tampoco el de perder de
vista su cualidad política de conducir la estrategia de liberación nacional de
la URSS.
Párrafo
especial –y que debe ser estudiado por especialistas– suponen los aportes
imprescindibles de jefes militares, especialmente el del mariscal Zhukov.
Las
condiciones de éxito soviético sobre el fascismo fueron los disparadores de un
nuevo conflicto geopolítico que definió el mundo del siglo XX: la guerra fría
entre el capitalismo y el socialismo. Más allá de un necesario análisis de
dicha experiencia, ante los ojos de los pueblos del mundo –pero también y
especialmente de los poderosos– el país de los soviets había liquidado a la
mejor maquinaria de guerra de su tiempo y a la potencia económica más dinámica
del capitalismo mundial.
La
imagen de la bandera roja sobre las ruinas del Reichstag de Berlín, fue el acto
simbólico que sintetizó esta situación histórica.
No
es casual que, 60 años después, las referencias básicas sobre los costos
soviéticos de la liberación antifascista sean borradas, omitidas o
tergiversadas por las empresas de producción cultural y los Estados dominados
por el capital. Pero los datos son objetivos e incuestionables. Los costos
humanitarios de la URSS son contundentes. En 1990, según archivos varios, se
calcularon entre 26 y 27 millones de víctimas fatales durante la guerra. Se
pueden distribuir en: 20,5 millones fueron hombres y 7,5 mujeres; 8,7 millones
fueron militares.
Para
que tengamos una idea comparativa, los ingleses tuvieron alrededor de 350.000,
los estadounidenses 450.000 y los alemanes 7.000.000 de muertos.
A su
vez, no podemos dejar de mencionar que generaciones enteras de jóvenes
soviéticos estaban diezmadas o inválidas (tan sólo diez años después, a pesar
del aumento de población por la incorporación de los territorios recuperados,
se volvió a los niveles de la anteguerra).
Pero
el objetivo de estas líneas no es el de reconstruir cifras. No competimos con
la mediocridad de las estadísticas. Sería demasiado simple vencer a nuestros
enemigos en ese terreno.
Tenemos
por delante un combate mucho más difícil. Restituir el sentido por el que
millones de personas dieron su vida. Restituirlo no como tragedia en sí misma,
ni mucho menos como fantasía a imitar, sino como desgarradora experiencia de lo
más alto de la calidad humana, de aquello que libera y desaliena al sujeto,
permitiéndole entender –en momentos donde la barbarie parece dominarlo todo–,
que, como pedía Giusseppe Ungaretti, nunca nos hemos sentido “tan aferrados a
la vida”.
[1]
Jorge Saborido,
Historia de la Unión Soviética,
Buenos Aires, Emecé, 2009, p.167.
[2]
Movimiento sobre el cual es
necesario recuperar su memoria, sus actos y experiencias heroicas y el legado
imprescindible para intentar cualquier resistencia a nuevos fascismos que,
desgraciadamente, no parecen tan lejanos como hace algunos años.
[3] Jorge Saborido, Historia de la Unión Soviética, Buenos Aires, Emecé, 2009.
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