¿Para qué re-leer la historia? Notas sobre la URSS y la II° Guerra Mundial (III)


por Pablo Leoncini.

Hay una dignidad que el vencedor no puede alcanzar

-Jorge Luis Borges.



Las ruinas del tiempo

La fantasía de un tiempo lineal constituye un pilar del sentido común predominante. Pero el sujeto humano se empecina, una y otra vez, en hacer estallar la linealidad de cada instante. La historia se materializa como un camino quebradizo y en movimiento, donde conviven las ruinas del tiempo –verdaderos “soplos de aire que fueron respirados antes”, al decir de Walter Benjamin– y las capacidades ilimitadas de cada presente.

En esta lucha incesante, existen huellas que permiten descifrar aspectos clave del pasado que diagraman cada época. Y también praxis culturales que buscan borrar y eliminar todo lo que alguna vez ocurrió “a contrapelo”, afirmando un presente inamovible.

La incertidumbre y la inseguridad que genera el tipo de sociedad en que vivimos, suelen engendrar la nostalgia de otra vida. Sin embargo, en este tiempo –que parece sin futuro– tenemos que pensar para poder actuar transformando aquello que nos diagrama una vida cercana a la catástrofe, ya que, como decía G.K. Chesterton, “El mundo cambia no por lo que se dice o por lo que se reprueba o alaba, sino por lo que se hace”.

No obstante, transformar lo establecido es imposible desde la orfandad cultural La experiencia comunista, y en ella el combate titánico de la URSS contra el fascismo, debe ser comprendida críticamente, abandonando cualquier intento por idealizarla o demonizarla. Es por ello que inteligir la experiencia soviética durante la Gran Guerra Patria, supone explicar y comprender su totalidad dialéctica, sus tensiones y contradicciones, su movimiento y sus múltiples dimensiones en su contexto específico.

De la Operación Barbarroja a la Batalla de Moscú

El fascismo alemán rompió el Tratado de no Agresión germano-soviético (Pacto Ribbentrop-Mólotov, firmado en Moscú el 23/8/39), con el despliegue de la llamada  “Operación Barbarroja”, a partir del 22 de junio de 1941.

El inicio de una guerra total en el Frente Oriental implicó que, desde fines de 1941, el nazismo invadiera alrededor de 1700 km de territorio soviético, con un frente de guerra que abarcaba alrededor de un total de 3000 km.

Es posible diferenciar, militarmente, cuatro etapas concretas de la guerra del fascismo contra la URSS:

Una primera etapa, que transcurrió entre junio y diciembre de 1941, que podríamos definir como de éxito parcial de los alemanes en territorio soviético. En un contexto de combate solitario de la URSS (y con una preparación militar insuficiente) ante la ofensiva nazi, el Tercer Reich desplegó una fuerza de 5,5 millones de soldados, 2800 tanques, 5000 aviones y 47.000 piezas de artillería[1]. El frente llegó a los 2000 km, desde el Mar Báltico hasta el Cáucaso.

A partir del éxito inmediato, los nazis tomaron Minsk y cercaron Leningrado, ciudad que se habían propuesto dominar pero que resultó imposible, debido a la resistencia del Ejército Rojo. El sitio de Leningrado se dio desde el 8 de septiembre de 1941 hasta el 27 de enero de 1944.

También fue dominada por los alemanes la ciudad de Kiev, cuya importancia estratégica radicaba en la existencia de las minas de carbón y en su región metalúrgica del Donbass. Los soviéticos tuvieron más de 600 mil prisioneros durante el control nazi de Ucrania.

Una segunda etapa, transcurrió entre el 20 de octubre de 1941 y el 7 de enero de 1942, durante la llamada Batalla de Moscú. Mediante la denominada “Operación Tifón”, los alemanes buscaron sitiar y dominar la capital de la URSS. El fracaso de la ofensiva nazi se debió a varios factores:

a) Las dificultades de aprovisionamiento de municiones, combustibles y alimentos en un frente de 600 km y 1500 km de profundidad;

b) La resistencia popular soviética ante el invasor nazi en cada lugar;

c) La táctica de “tierra arrasada” para privar a los nazis de recursos en los pueblos que controlaban;

d) El traslado de las estructuras industriales clave a los Urales;

e) La extensión de la guerra en zona soviética que llevó a los nazis a tener que combatir durante el invierno;

f) La incidencia de los batallones comunistas en la defensa;

g) La permanencia de Stalin en Moscú (con su discurso radial del 6/11 y el desfile de aniversario de la Revolución de octubre, el 7/11/41).

Pero la clave militar estratégica de la URSS fue, sustancialmente política: establecer como premisa indivisible la unidad antifascista para la liberación nacional y definir a la guerra como una “guerra patriótica” de toda la URSS por su existencia.

De Stalingrado y Kursk a la liberación europea

Una tercera etapa, se desarrolló entre agosto de 1942 y agosto de 1943, a partir de las batallas de Stalingrado y de Kursk. Durante el transcurso de 1942, el mando soviético desarrolló una contraofensiva para liberar Leningrado, el Donbass y Crimea. Pero se dio la derrota en Kharkov.

No obstante, los alemanes tuvieron que abandonar la estrategia de Blitzkrieg (“guerra relámpago”) y asumir una guerra de larga duración en territorio soviético. Y aunque los nazis recuperaron el control de Crimea, la definición alemana pasaba por controlar Stalingrado, debido a su importancia clave como fuente de abastecimiento de petróleo desde Bakú y Grozny.

La Batalla de Stalingrado, se desarrolló entre el 23 de agosto de 1942 y el 2 de febrero de 1943. Fue el punto de quiebre de la IIª Guerra Mundial.  Bajo la consigna de “Ni un Paso Atrás”, el Ejército Rojo y el pueblo soviético –mediante sus organizaciones guerrilleras y de resistencia, conducidas centralizadamente por el PCUS– impusieron al nazismo la pérdida de más de ¼ de toda la fuerza militar alemana, así como el final del prestigio internacional del Tercer Reich. Se combatió cuerpo a cuerpo, casa por casa. Los nazis tomaron la ciudad en septiembre y recién con la Operación Urano en noviembre, el Ejército Rojo derrotó la retaguardia alemana, cambiando la relación de fuerzas.

Es central aclarar que la ayuda de los aliados no fue importante. Los norteamericanos aportaron alimentos, algo de municiones, transportes y equipamiento industrial. Roosevelt estaba preocupado por la amenaza que, como potencia imperialista, podía implicar un triunfo nazi en la URSS.

Y una cuarta etapa, se desplegó entre julio de 1943 y mayo de 1945, lográndose la liberación de la URSS y de Europa, mediante el avance del Ejército Rojo.

La Operación Ciudadela consistió en una ofensiva para liberar la ciudad de Kursk. La Batalla de Kursk (ocurrida entre julio y agosto de 1943), duró 5 semanas en las cuales los nazis retrocedieron 150 km. Fue una ofensiva estratégica final en el Frente Oriental y el inicio del triunfo soviético sobre el nazismo en toda la URSS y en Europa.

Durante la conferencia de Teherán (1943) se fijó una división táctica en la estrategia antifascista de los Aliados: una invasión anglo-norteamericana por norte y sur de Francia (para mayo de 1944) y una ofensiva soviética hacia el Este europeo (Polonia, Rumania, Bulgaria, Hungría). Se preveía una ocupación soviética de países bálticos y la liberación desde el norte de Italia en colaboración con partisanos yugoeslavos. El punto final era una confluencia de tropas soviético-americanas en Alemania para 1945.

Tras la derrota alemana en la Unión Soviética, el Ejército Rojo liberó –por sus propios medios y en coordinación con la resistencia antifascista de cada lugar– Leningrado (enero de 1944); Crimea (mayo de 1944); Bielorrusia (junio de 1944); Rumania y Bulgaria ((agosto de 1944); Letonia y Estonia (septiembre de 1944); Yugoslavia (octubre de 1944), Finlandia y Noruega (octubre de 1944) y Polonia (enero de 1945).

Tras la ofensiva de la URSS sobre Austria-Alemania, el momento icónico de la derrota fascista fue, sin dudas, la titánica batalla de Berlín, transcurrida entre el 16 de abril y el 9 de mayo de 1945. Las fuerzas soviéticas tuvieron 300 mil muertos y miles de heridos.

El movimiento guerrillero

La comprensión de la derrota del fascismo en Europa sería incompleta sin hacer referencia al enorme, heterogéneo y dinámico movimiento guerrillero[2] que actuó contra la ocupación y la barbarie nazi.

Los frentes populares antifascistas, impulsados por los Partidos Comunistas organizaron los movimientos de combatientes como guerrillas de resistencia a la invasión nazi o al régimen fascista (en España, Francia, Yugoslavia, Polonia, Italia, Grecia). Sus tácticas iban desde sabotajes, transmisiones de radio clandestinas y huelgas hasta el hostigamiento militar hacia el ocupante, atentados, cadenas de evasión ante la asimetría militar y de recursos con tremendos costos en vidas humanas.

Desde la más absoluta clandestinidad y en coordinación con la URSS debido al papel neurálgico y –en no pocos casos, excluyente– de los comunistas, dicho movimiento logró coordinar diferentes acciones durante el proceso de liberación europea.

Específicamente en la Unión Soviética, el movimiento guerrillero se desarrolló en las zonas ocupadas por los nazis, especialmente en Bielorrusia.

Relata en su trabajo Jorge Saborido[3] que, con el triunfo en Stalingrado y luego en Kursk, la guerrilla tuvo un enorme impulso. Llegó a tener cerca de 500.000 combatientes armados y el papel del PCUS en su organización fue vital. Antes de evacuar lugares, el Ejército Rojo destinaba grupos clandestinos de guerrilleros para permanecer allí. En la batalla de Moscú, unos 10.000 guerrilleros atacaban constantemente la retaguardia alemana. En la batalla de Stalingrado, loa guerrilleros fueron clave en la destrucción de las largas líneas alemanas de comunicación y abastecimiento. Desde 1942, se estableció la coordinación entre las guerrillas y el mando central soviético. 

Los costos soviéticos de la liberación

El triunfo militar de la URSS sobre el fascismo, fue también un triunfo político del Estado soviético y sus dirigentes. Implicó, a su vez, una notable mejora en la popularidad de Stalin como líder. No es posible caer en el reduccionismo de darle todo el mérito ni tampoco el de perder de vista su cualidad política de conducir la estrategia de liberación nacional de la URSS.

Párrafo especial –y que debe ser estudiado por especialistas– suponen los aportes imprescindibles de jefes militares, especialmente el del mariscal Zhukov.

Las condiciones de éxito soviético sobre el fascismo fueron los disparadores de un nuevo conflicto geopolítico que definió el mundo del siglo XX: la guerra fría entre el capitalismo y el socialismo. Más allá de un necesario análisis de dicha experiencia, ante los ojos de los pueblos del mundo –pero también y especialmente de los poderosos– el país de los soviets había liquidado a la mejor maquinaria de guerra de su tiempo y a la potencia económica más dinámica del capitalismo mundial.

La imagen de la bandera roja sobre las ruinas del Reichstag de Berlín, fue el acto simbólico que sintetizó esta situación histórica.

No es casual que, 60 años después, las referencias básicas sobre los costos soviéticos de la liberación antifascista sean borradas, omitidas o tergiversadas por las empresas de producción cultural y los Estados dominados por el capital. Pero los datos son objetivos e incuestionables. Los costos humanitarios de la URSS son contundentes. En 1990, según archivos varios, se calcularon entre 26 y 27 millones de víctimas fatales durante la guerra. Se pueden distribuir en: 20,5 millones fueron hombres y 7,5 mujeres; 8,7 millones fueron militares.

Para que tengamos una idea comparativa, los ingleses tuvieron alrededor de 350.000, los estadounidenses 450.000 y los alemanes 7.000.000 de muertos.

A su vez, no podemos dejar de mencionar que generaciones enteras de jóvenes soviéticos estaban diezmadas o inválidas (tan sólo diez años después, a pesar del aumento de población por la incorporación de los territorios recuperados, se volvió a los niveles de la anteguerra).

Pero el objetivo de estas líneas no es el de reconstruir cifras. No competimos con la mediocridad de las estadísticas. Sería demasiado simple vencer a nuestros enemigos en ese terreno.

Tenemos por delante un combate mucho más difícil. Restituir el sentido por el que millones de personas dieron su vida. Restituirlo no como tragedia en sí misma, ni mucho menos como fantasía a imitar, sino como desgarradora experiencia de lo más alto de la calidad humana, de aquello que libera y desaliena al sujeto, permitiéndole entender –en momentos donde la barbarie parece dominarlo todo–, que, como pedía Giusseppe Ungaretti, nunca nos hemos sentido “tan aferrados a la vida”.



[1] Jorge Saborido, Historia de la Unión Soviética, Buenos Aires, Emecé, 2009, p.167.

[2] Movimiento sobre el cual es necesario recuperar su memoria, sus actos y experiencias heroicas y el legado imprescindible para intentar cualquier resistencia a nuevos fascismos que, desgraciadamente, no parecen tan lejanos como hace algunos años.

[3] Jorge Saborido, Historia de la Unión Soviética, Buenos Aires, Emecé, 2009.

Comentarios

Actualidad de una ausencia

La diferencia comunista

La Ferifiesta Comunista (I): 1984

Comunista sin carnet