¿Para qué re-leer la historia? Notas sobre la URSS y la II° Guerra Mundial
por Pablo Leoncini.
I
“Sobre nuestros hombros pesaban los
nombres, las historias de los que no habían podido acompañarnos”
–Almudena Grandes.
Historia y poder
Escribió en
2011 Serge Halimi que “Memoria e historia no cesan de divergir. Con la ayuda de
Hollywood, pronto se creerá que Berlín fue conquistada por los estadounidenses.
En
agosto-septiembre de 1944, un instituto de sondeos (¡ya por entonces!) les
preguntaba a los parisinos, cuya ciudad acababa de ser liberada, qué país había
contribuido mayormente a la victoria. Veredicto: la Unión Soviética, 61 %;
Estados Unidos, 26 %. Sesenta años después, el mismo instituto hizo la misma
pregunta a los franceses. Esta vez, respondieron: Estados Unidos, 58 %; Unión
Soviética, 20 %.
Década tras
década, la “popularidad” del Ejército Rojo no ha dejado de bajar…
El bando que
ganó la Guerra Fría también triunfó en la guerra de la memoria. Historia y
poder van de la mano”[1].
Recuperar
algunos tramos explicativos del papel clave jugado por la Unión Soviética
durante la II° Guerra Mundial no es una apelación a la nostalgia, sino una
acción que permiten descifrar aspectos clave del pasado que diagraman el
presente.
Nos
encontramos de nuevo frente a un ciclo histórico en el que “el viejo mundo
puede producir barbarie, pero no aparece un nuevo mundo capaz de sustituirlo”.
También sabemos, por la tradición de los vencidos, que las cosas pueden
empeorar si no tomamos partido ante la realidad.
Pero
en este tiempo sin futuro alternativo a la vista, tenemos que poder comprender
para pensar y actuar.
Una
Guerra antifascista de liberación nacional
El
sentido común hegemónico se caracteriza por presentar los fenómenos históricos
como hechos aislados, como actos particulares y como resultado cosificado de la
“maldad” o “genialidad” de individuos. Romper esa dinámica implica ir a
contracorriente de la lógica dominante que entiende a la “historia de la
Guerra” como un capítulo terminado, especialmente en la versión editorializada
por Estados Unidos y las derechas.
Frente
a esta interpretación, entendemos que para comprender la Guerra hay que
contextualizarla alrededor de dos aspectos clave de finales de la década de
1930: la combinación de la crisis capitalista mundial (iniciada en 1929) y el
proceso de rearme de las potencias de los países centrales.
La
salida de la enorme crisis económica tuvo como una de sus condiciones de
posibilidad la realización de un nuevo conflicto bélico que pusiera en
movimiento estratégico el complejo militar industrial norteamericano y europeo.
De modo que, con solo analizar el movimiento del desarrollo económico del
período, resultaba posible advertir el inicio de una nueva guerra.
Por
otro lado, el rearme de las potencias no respondía únicamente a las necesidades
del programa intervencionista estatal de la economía, sino también a los
axiomas ideológicos del fascismo europeo y japonés, centrados en un
expansionismo militar de tendencias imperialistas y en un reaccionario
nacionalismo racista.
La
hipocresía no es un fenómeno novedoso en la historia política, pero su
utilización a gran escala se convirtió en un argumento generalizado. Hipócrita
es, sin dudas, la postura de la historiografía hegemónica cuando oculta o
minimiza el apoyo que recibiera, en sus inicios, el fascismo italiano de parte
del Estado británico y del Estado francés.
Tampoco
aparecen en los megadocumentales reproducidos masivamente los aspectos clave
del Pacto de Munich[2],
firmado en 1938, que habilitó al expansionismo nazi las condiciones básicas
para el inmediato desarrollo de la guerra.
Menos
todavía resuena en las cadenas de las empresas de comunicación el Pacto
Antikomintern (1936) que no sólo desplegó a escala de Estado la represión al
comunismo, sino que estructuró puntos vitales para la posterior colaboración
fascista en la guerra civil española (bombardeos en Guernica incluidos), frente
al silencio cómplice de “Occidente”.
Y si
de Estados cómplices se trata, no podemos menos que recordar –en este repaso
por las dinámicas que provocaron la Guerra– la “tolerancia” del Vaticano frente
al nazi-fascismo europeo. Para tal caso, es interesante ver la película de
Costa Gavras, “Amén” (2000), que relata rigurosamente esas circunstancias.
A su
vez, lejos de defender o justificar al expansionismo chauvinista –sobre Polonia
y Finlandia– de la dirigencia soviética encabezada por Stalin tras el Pacto
Molotov-Ribbentrop[3],
es sustancial comprender que dicho acuerdo fue el resultado de una sistemática
negativa de Occidente a construir un acuerdo antifascista con la URSS: desde el
envío de Rudolf Hess a negociar un pacto antisoviético con los británicos hasta
la especulación yanqui respecto de la guerra en territorio soviético.
La
intervención decidida de Estados Unidos en la guerra, recién cuando la URSS
podía derrotar por su cuenta a los nazis y, sólo por especulaciones
geopolíticas más cercanas a una nueva posguerra, decidieron abrir el Segundo
Frente oriental.
Un
último elemento clave en el análisis sobre la guerra hay que centrarlo en el
carácter que éste proceso asumió desde sus inicios para la URSS y el movimiento
comunista mundial. No se trataba solamente de un conflicto interimperialista
más, sino de una verdadera estrategia de aniquilamiento humanitario desde uno
de los programas más reaccionarios de la historia. Este es el nudo de la II°
Guerra Mundial, que fue una guerra fascista contra la humanidad.
En
tal sentido, la definición soviética de la guerra como “Gran guerra patria” se
derivaba de la caracterización del conflicto como una Guerra antifascista de liberación nacional, abarcando no sólo el
territorio soviético sino el de Europa en su conjunto y el de numerosas
regiones de Asia (Indochina, Corea, China).
¿Normandía o Stalingrado?
Los
mitos de la propaganda norteamericana sobre la URSS en la II° Guerra Mundial se
sustentan en dos premisas: 1) Que el rol militar de la URSS fue escasamente
relevante en la derrota del fascismo europeo; 2) Que la URSS era una copia
oriental del régimen nazi.
Para
la comunicación del Pentágono existe un eje clave sobre el cual revisar el
proceso histórico: la batalla de Normandía sería el verdadero punto de
inflexión de la II° Guerra.
Desmontar
estos mitos no reviste mayor problema para cualquier lector serio. Simplemente
buscando en las redes pueden encontrarse datos que confirman un ingreso
rezagado[4]
de EE.UU. en la guerra, ya avanzada la resistencia y contraofensiva soviética
frente al nazismo[5].
Para el momento en que se desarrolló la batalla de Normandía la Wehrmacht
llevaba un año cediendo terreno y sufriendo cientos de miles de bajas en el
frente soviético[6].
Asimismo,
el 70 % de todas las muertes de soldados alemanes en combate a lo largo de toda
la guerra se produjeron en el frente oriental, en contraste con el 15 % en el
occidental. Solo en Stalingrado, Kursk y en la Operación Bagration, las bajas
mortales soviéticas superan el total de muertes militares y civiles
angloamericanas de toda la guerra. 3,5 millones fueron ejecutados siendo
prisioneros de guerra en manos de las tropas alemanas de la Wehrmacht.
Para
que se dimensione el fin clave de la guerra, basta decir que durante la Operación Barbarroja (iniciada con la
invasión nazi el 22/6/1941), Alemania destinó 5,5 millones de soldados en un
frente que va desde el Báltico hasta el Cáucaso (
¿Minimiza
esta información los errores y deformaciones indefendibles que se dieron
durante la II° Guerra por parte de la URSS? En ningún párrafo puede encontrarse
algo semejante. Sin embargo, entendemos que es absolutamente insostenible con
un mínimo de seriedad y sentido humanitario atribuirle al pueblo soviético
–victima bajo todo punto de vista de la Guerra– el papel que la geopolítica
actual insiste en otorgarle.
Es
nuestra obligación intelectual y moral enfrentar la barbarie, también en este
plano, porque como escribiese Julius Fucik, “Cuando la lucha es a muerte; / el fiel resiste; / el indeciso renuncia; /
el cobarde traiciona…, / el burgués se desespera, / y el héroe combate”.
II
“No sólo son raíces / bajo las
piedras teñidas de sangre, / aún sus puños levantados contradicen la muerte.”
–Pablo Neruda.
Batallas
sobre el pasado (y el presente)
La época que vivimos pareciera estar determinada por
el conformismo social, por la sacralización de lo establecido a partir de los
dictados de una cultura alienante que, como una especie de nuevo credo masivo,
modela nuestra sociedad desde fines del siglo XX.
Aunque, según la tradición de los vencidos, las cosas
pueden empeorar, también entendemos posible (y necesario) ver el tiempo como un documento de ruptura.
Necesitamos comprender la historia como una sucesión
de temporalidades alternativas a ese “tiempo homogéneo” establecido por el vencedor
cultural e intentar hacer estallar la linealidad de la historia para desarmar
este presente sin futuro alternativo.
Sin embargo, descomponer la temporalidad hegemónica
supone lo opuesto a cualquier intento de mistificación o reproducción de dogmas
pre-establecidos.
Por eso tenemos que preguntarnos: ¿cómo le explicamos
a los más jóvenes los motivos por los que un Estado socialista de un país pobre
y atrasado, venció a una de las maquinarias de guerra y exterminio más
poderosas de la historia? ¿Cómo oponemos la rigurosidad científico-crítica del
análisis a la demoledora tecnología trituradora de ideas que representa (por lo
general) la industria de la comunicación? ¿Cómo explicarles que hubo un Estado
en el que millones de personas, comunes y corrientes, desafiaron, enfrentaron y
vencieron, con una descomunal pasión revolucionaria y un coraje moral,
intelectual y físico únicos a la barbarie nazi-fascista?
Esta tarea es inviable desde simplificaciones y
reduccionismos propios de la fantasía o de una melancolía paralizante y cercana
al conservadurismo. No tenemos recetas infalibles, sino –como sugería Roberto
Arlt– nuestra “prepotencia de trabajo”.
Causas de la invasión a la URSS
Destruir
al primer país socialista del mundo no fue un acto de creatividad del fascismo
alemán. En todo caso, fue su expresión más destructiva y genocida. Su
manifestación más decidida y compleja, pero de ningún modo novedosa.
Simplemente con registrar la colaboración de las potencias capitalistas en la
guerra civil entre bolcheviques y contrarrevolucionarios, entre 1918 y 1921,
tenemos una clara muestra de anticomunismo en acción.
Tampoco
la posible (e inminente) invasión a la URSS fue algo desconocido para la
dirigencia soviética del período. Los integrantes de la inteligencia soviética,
la llamada Orquesta Roja[7] dirigida por Leopold
Trepper, obtuvieron datos clave que permitían prever rigurosamente el inicio de
la llamada “Operación Barbarroja”: la invasión nazi a territorio soviético.
El
gobierno de la URSS, liderado por Stalin, no consideró viable tal posibilidad
debido a que, en su análisis sobre el desarrollo de la guerra, primaba la
hipótesis de que –para el Tercer Reich– el Reino Unido significaba un enemigo
clave a vencer en esa etapa del conflicto. Derrotar a los británicos era un
paso previo, según esta perspectiva, a una invasión a la Unión Soviética.
No
obstante, la clave explicativa no puede reducirse al orden de los datos.
Tenemos que recuperar la perspectiva que complejice el expansionismo fascista
sobre la URSS, donde se combinaron desde los argumentos ideológicos del Tercer
Reich (racismo sobre pueblos eslavos y sobre finalización de la conspiración
judeo-comunista), aspectos estratégicos de la geopolítica como el control de
recursos naturales y de rutas de comunicación fundamentales existentes en
territorio soviético (la denominada “recuperación del espacio vital” germano),
la competencia interimperialista por la hegemonía mundial, hasta la destrucción
organizativa del movimiento comunista (la principal amenaza que tenía el
capital a nivel global).
El
militarismo, propio de los fascistas europeos, fue la concepción sobre la cual
basó Hitler sus certezas de un “rápido triunfo” sobre la URSS. Esto acompañado
de los logros militares inmediatos en casi toda Europa. La prioridad de la
técnica militar y sus industrias, así como el financiamiento recibido por las
grandes corporaciones alemanas, fueron el sustento de dicho militarismo.
Los
nazis especularon erróneamente que las contradicciones entre la sociedad y el
Estado soviético, especialmente entre campesinos y gobernantes y entre las
diferentes naciones que integraban la URSS, generarían colaboración o
indiferencia frente a la invasión alemana. Sobrevaloraron el aporte de
elementos antisoviéticos, espías y saboteadores, sobre la población, aspectos
que acompañaban la planificación invasora nazi.
De
este modo, la guerra –y su perspectiva genocida– fueron un desafío
extraordinario a la capacidad organizativa, movilizadora y dirigente del
Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y del conjunto del pueblo y del
Estado soviéticos, a pesar de los errores severos de Stalin[8] y la dirigencia que lo
acompañaba.
También
representó un punto de viraje en el movimiento comunista internacional y entre
las fuerzas democráticas del mundo. La posición sobre la defensa de la URSS
frente a la invasión nazi, delimitó posturas[9] sustanciales en la
política mundial.
El stalinismo
Estas
notas no se plantean como un análisis específico sobre el fenómeno del
stalinismo, tanto dentro de la Unión Soviética como en el plano más amplio de
la Komintern, pero es absolutamente inviable una comprensión de la situación
del país soviético durante la guerra sin su mínima caracterización.
A su
vez, es lugar común en el debate contemporáneo, identificar grotesca y
groseramente la corriente stalinista que dirigió el Estado soviético y al
movimiento comunista, con el conjunto de las experiencias de transición
socialista y al comunismo como cultura política en general.
En
un complejo entramado en el que se cruzan desde el más reaccionario
anticomunismo hasta el oportunismo ideologista de no poca izquierda y, sobre
todo, una tremenda ignorancia histórica, se asocian aspectos contradictorios
pero no excluyentes de la experiencia soviética.
Como
expresara Palmiro Togliatti, no es posible atribuir mecánicamente y de forma
ahistórica a Stalin “todos los errores”, del mismo modo esquemático que
anteriormente se le asignaban “todos los aciertos”.
El
stalinismo fue un fenómeno desarrollado por las condiciones de derrota política
del movimiento comunista europeo para expandir la revolución soviética,
combinado con el enorme atraso cultural y económico, así como con la
destrucción de la URSS tras la guerra civil y la carencia de cuadros
político-técnicos (aptos para reemplazar la enorme masa de dirigentes muertos)
en la gestión de un país de extensiones gigantescas.
Asimismo,
la perdurabilidad de una medida “transitoria” como el sistema de partido único
(establecido por los bolcheviques hasta terminar la guerra civil), la muerte de
Lenin y las limitaciones de la oposición al liderazgo stalinista, fueron
algunas de las condiciones de posibilidad
para el afianzamiento de la dirigencia encabezada por Stalin.
Se
trató del cierre de un ciclo (entre 1925 y 1935) y del inicio de otro
completamente diferente al propuesto por los bolcheviques[10]. La elite dirigente
liderada por Stalin remodeló el Estado y la burocracia que lo administraba,
transformando bajo métodos policiales y autoritarios todo el proceso de transición
iniciado en 1917.
Tenemos
que caracterizar al stalinismo como una transformación extensa y profunda de la
sociedad soviética. Se trata de un proceso donde fue creada una elite
intelectual, científica, económica y militar nueva, reclutada de las clases
subalternas de la sociedad soviética y educada en las instituciones comunistas.
El stalinismo fue, en palabras de Enzo Traverso, una “revolución desde arriba”:
una mezcla paradójica de modernización y conservadurismo social. En este
encuadre se deben entender las ejecuciones que descabezaron el Estado, el
partido y el ejército entre la década del 30 y los años 50. Una amalgama
extraordinaria de conquistas monumentales y crímenes bestiales. Fue un fenómeno
histórico concreto, no algo ineluctable propio del comunismo.
Aún
bajo estas condiciones, la dialéctica de la construcción socialista y no pocos
éxitos y enormes transformaciones, hicieron del liderazgo de Stalin un elemento
significativo de cohesión e identidad colectiva del pueblo soviético frente a la
barbarie nazi y la complicidad activa del “occidente democrático” con la misma.
Economía y sociedad de la URSS durante la guerra
Un
posible punto de ruptura se inicia cuando comienza el desengaño con lo
establecido, en especial con los relatos ficcionalizados de la historia.
Desarmar los nudos del “relato” construido por los vencedores de la Guerra
Fría, implica reconstruir ejes analíticos que sustenten otra perspectiva.
Resulta
insostenible, entonces, definir a la URSS de los años ´30 como una sociedad ejemplar.
Del mismo modo que es absurdo entenderla como un infierno invivible.
Según
datos aportados por el trabajo de Jorge Saborido[11], la economía soviética
recorría una serie de dificultades y transitaba una etapa de hundimiento en la
producción a causa de la invasión alemana, así como una serie de complejas
dificultades en el incremento de los abastecimientos fundamentales. Los
indicadores negativos recorrían transversalmente la agricultura, la ganadería y
el comercio.
No
obstante se desarrolló una notable recuperación en pocos meses, debido a la
producción de las industrias militares, promovida por el Estado soviético. Y en
tal aspecto, es central destacar que la
capacidad de fabricación de tanques, aviones, armas y municiones lograda por la URSS fue superior a la de
Alemania nazi. El despliegue de este aspecto clave fue posible por varios
factores:
a) Por
el proceso de industrialización acelerada impulsado por el Estado soviético
antes de la guerra (con altas producciones de acero, maquinarias, electricidad
y productos químicos) que posibilitó la reestructuración, durante el conflicto,
de otras áreas hacia la producción de material bélico.
b) Por
la progresiva complejización de las actividades productivas industriales y
tecnológicas, así como estructuras organizativas eficaces y una creciente
calificación de los recursos humanos esenciales para las mismas.
c) Por
la preparación técnica, militar, organizativa y política previa al conflicto
armado por parte de la ciudadanía soviética (incremento de miembros de las
Ejecito Rojo, formación de estructuras guerrilleras, estructuras de defensa
civil).
Un
componente que roza aspectos casi épicos, fue el traslado y la evacuación
masiva de empresas clave hacia el interior soviético (Los Urales) desde la
segunda mitad de 1941. Vale la pena citar los datos que publica Saborido: “se
trasladaron un total de 1523 grandes empresas (100 fábricas de aviones, entre
ellas) que constituían casi el 12 % de los activos industriales de la URSS”[12].
La
poderosa industria militar soviética también fue resultado de un proceso de
reconversión de la producción de bienes y servicios hacia la producción
militar, planificada por el Estado pero lograda en base a la colaboración
consciente del pueblo soviético, que prescindió de ciertos bienes a cambio de
lo necesario para vencer al enemigo.
El
plano de la subjetividad socialista, a pesar del stalinismo, resultó
imprescindible en el plano de la producción. Es el caso de la denominada
“emulación socialista” en el del mundo del trabajo, dinámica política y
cultural promovida por el PCUS y desarrollada para lograr altos niveles de
productividad industrial (mediante aumentos de las jornadas de trabajo de 36 a
40 hs semanales). Este proceso de emulación se articuló con un férreo control
de la disciplina (centralización planificada), tanto por las instituciones
estatales como por el propio partido y gran parte de la población.
Pero
todas estas estrategias y acciones del Estado, el partido y el pueblo
soviéticos tuvieron como condición estructural la existencia del pleno empleo
de la economía soviética desde sus orígenes.
Resulta
conocida la afirmación propagandística del anticomunismo y cierta izquierda
“políticamente correcta” sobre el rol del trabajo forzado en el Gulag durante
este proceso. Nosotros, sin reivindicar en lo más mínimo al sistema de campos
del stalinismo, oponemos al recurso vulgar de la mentira socializada, los datos
que ofrece la investigación de Saborido, donde queda expuesto el escaso aporte
del Gulag en la economía soviética durante éste período.
A
contramano del mito del “invierno ruso” o de los “errores de Hitler”, que
atribuyen a cuestiones extra sociales los elementos de la aplastante victoria
sobre el nazismo, consideramos que –tanto por sus condiciones económicas como
por la subjetividad antifascista y socialista que existía– la sociedad
soviética era la que mejor preparada de todas estaba para la guerra,
especialmente porque para los pueblos de la URSS era esencial que se
materializara aquella frase de George Orwell respecto de que “Lo importante no
es mantenerse vivo, sino mantenerse humano”.
III
“Hay una
dignidad que el vencedor no puede alcanzar”
-Jorge Luis Borges.
Las ruinas del tiempo
La
fantasía de un tiempo lineal constituye un pilar del sentido común
predominante. Pero el sujeto humano se empecina, una y otra vez, en hacer
estallar la linealidad de cada instante. La historia se materializa como un
camino quebradizo y en movimiento, donde conviven las ruinas del tiempo
–verdaderos “soplos de aire que fueron respirados antes”, al decir de Walter
Benjamin– y las capacidades ilimitadas de cada presente.
En
esta lucha incesante, existen huellas que permiten descifrar aspectos clave del
pasado que diagraman cada época. Y también praxis culturales que buscan borrar
y eliminar todo lo que alguna vez ocurrió “a contrapelo”, afirmando un presente
inamovible.
La
incertidumbre y la inseguridad que genera el tipo de sociedad en que vivimos,
suelen engendrar la nostalgia de otra vida. Sin embargo, en este tiempo –que
parece sin futuro– tenemos que pensar para poder actuar transformando aquello
que nos diagrama una vida cercana a la catástrofe, ya que, como decía G.K.
Chesterton, “El mundo cambia no por lo que se dice o por lo que se reprueba o
alaba, sino por lo que se hace”.
No
obstante, transformar lo establecido es imposible desde la orfandad cultural La
experiencia comunista, y en ella el combate titánico de la URSS contra el
fascismo, debe ser comprendida críticamente, abandonando cualquier intento por
idealizarla o demonizarla. Es por ello que inteligir
la experiencia soviética durante la Gran Guerra Patria, supone explicar y
comprender su totalidad dialéctica, sus tensiones y contradicciones, su
movimiento y sus múltiples dimensiones en su contexto específico.
De la Operación Barbarroja a la Batalla de Moscú
El
fascismo alemán rompió el Tratado de no Agresión germano-soviético (Pacto
Ribbentrop-Mólotov, firmado en Moscú el 23/8/39), con el despliegue de la
llamada “Operación Barbarroja”, a partir
del 22 de junio de 1941.
El
inicio de una guerra total en el Frente Oriental implicó que, desde fines de
1941, el nazismo invadiera alrededor de 1700 km de territorio soviético, con un
frente de guerra que abarcaba alrededor de un total de 3000 km.
Es
posible diferenciar, militarmente, cuatro etapas concretas de la guerra del
fascismo contra la URSS:
Una primera etapa, que transcurrió entre junio y
diciembre de 1941, que podríamos definir como de éxito parcial de los
alemanes en territorio soviético. En un contexto de combate solitario de la
URSS (y con una preparación militar insuficiente) ante la ofensiva nazi, el
Tercer Reich desplegó una fuerza de 5,5 millones de soldados, 2800 tanques,
5000 aviones y 47.000 piezas de artillería[13]. El frente llegó a los
2000 km, desde el Mar Báltico hasta el Cáucaso.
A
partir del éxito inmediato, los nazis tomaron Minsk y cercaron Leningrado,
ciudad que se habían propuesto dominar pero que resultó imposible, debido a la
resistencia del Ejército Rojo. El sitio de Leningrado se dio desde el 8 de
septiembre de 1941 hasta el 27 de enero de 1944.
También
fue dominada por los alemanes la ciudad de Kiev, cuya importancia estratégica
radicaba en la existencia de las minas de carbón y en su región metalúrgica del
Donbass. Los soviéticos tuvieron más de 600 mil prisioneros durante el control
nazi de Ucrania.
Una segunda etapa, transcurrió entre el 20 de
octubre de 1941 y el 7 de enero de 1942, durante la llamada Batalla de
Moscú. Mediante la denominada “Operación Tifón”, los alemanes buscaron sitiar y
dominar la capital de la URSS. El fracaso de la ofensiva nazi se debió a varios
factores:
a) Las
dificultades de aprovisionamiento de municiones, combustibles y alimentos en un
frente de 600 km y 1500 km de profundidad.
b) La
resistencia popular soviética ante el invasor nazi en cada lugar.
c) La
táctica de “tierra arrasada” para privar a los nazis de recursos en los pueblos
que controlaban.
d) El
traslado de las estructuras industriales clave a los Urales.
e) La
extensión de la guerra en zona soviética que llevó a los nazis a tener que
combatir durante el invierno.
f) La
incidencia de los batallones comunistas en la defensa.
g) La
permanencia de Stalin en Moscú (con su discurso radial del 6/11 y el desfile de
aniversario de la Revolución de octubre, el 7/11/41).
Pero
la clave militar estratégica de la URSS
fue, sustancialmente política: establecer como premisa indivisible la
unidad antifascista para la liberación nacional y definir a la guerra como una
“guerra patriótica” de toda la URSS por su existencia.
De Stalingrado y Kursk a la liberación europea
Una tercera etapa, se desarrolló entre agosto de
1942 y agosto de 1943, a partir de las batallas de Stalingrado y de Kursk.
Durante el transcurso de 1942, el mando soviético desarrolló una contraofensiva
para liberar Leningrado, el Donbass y Crimea. Pero se dio la derrota en
Kharkov.
No
obstante, los alemanes tuvieron que abandonar la estrategia de Blitzkrieg
(“guerra relámpago”) y asumir una guerra de larga duración en territorio
soviético. Y aunque los nazis recuperaron el control de Crimea, la definición
alemana pasaba por controlar Stalingrado, debido a su importancia clave como
fuente de abastecimiento de petróleo desde Bakú y Grozny.
La Batalla
de Stalingrado, se desarrolló entre
el 23 de agosto de 1942 y el 2 de febrero de 1943. Fue el punto de quiebre de la IIª Guerra Mundial. Bajo la consigna de “Ni un Paso Atrás”, el
Ejército Rojo y el pueblo soviético –mediante sus organizaciones guerrilleras y
de resistencia, conducidas centralizadamente por el PCUS– impusieron al nazismo
la pérdida de más de ¼ de toda la fuerza militar alemana, así como el final del
prestigio internacional del Tercer Reich. Se combatió cuerpo a cuerpo, casa por
casa. Los nazis tomaron la ciudad en septiembre y recién con la Operación Urano
en noviembre, el Ejército Rojo derrotó la retaguardia alemana, cambiando la
relación de fuerzas.
Es
central aclarar que la ayuda de los aliados no fue importante. Los
norteamericanos aportaron alimentos, algo de municiones, transportes y
equipamiento industrial. Roosevelt estaba preocupado por la amenaza que, como
potencia imperialista, podía implicar un triunfo nazi en la URSS.
Y
una cuarta etapa, se desplegó entre julio
de 1943 y mayo de 1945, lográndose la liberación de la URSS y de Europa,
mediante el avance del Ejército Rojo.
La
Operación Ciudadela consistió en una ofensiva para liberar la ciudad de Kursk.
La Batalla de Kursk (ocurrida entre julio y agosto de 1943), duró 5 semanas en
las cuales los nazis retrocedieron 150 km. Fue una ofensiva estratégica final
en el Frente Oriental y el inicio del triunfo soviético sobre el nazismo en
toda la URSS y en Europa.
Durante
la conferencia de Teherán (1943) se fijó una división táctica en la estrategia
antifascista de los Aliados: una invasión anglo-norteamericana por norte y sur
de Francia (para mayo de 1944) y una ofensiva soviética hacia el Este europeo
(Polonia, Rumania, Bulgaria, Hungría). Se preveía una ocupación soviética de
países bálticos y la liberación desde el norte de Italia en colaboración con
partisanos yugoeslavos. El punto final era una confluencia de tropas
soviético-americanas en Alemania para 1945.
Tras
la derrota alemana en la Unión Soviética, el Ejército Rojo liberó –por sus
propios medios y en coordinación con la resistencia antifascista de cada lugar–
Leningrado (enero de 1944); Crimea (mayo de 1944); Bielorrusia (junio de 1944);
Rumania y Bulgaria ((agosto de 1944); Letonia y Estonia (septiembre de 1944);
Yugoslavia (octubre de 1944), Finlandia y Noruega (octubre de 1944) y Polonia
(enero de 1945).
Tras
la ofensiva de la URSS sobre Austria-Alemania, el momento icónico de la derrota
fascista fue, sin dudas, la titánica batalla de Berlín, transcurrida entre el
16 de abril y el 9 de mayo de 1945. Las fuerzas soviéticas tuvieron 300 mil
muertos y miles de heridos.
El movimiento guerrillero
La
comprensión de la derrota del fascismo en Europa sería incompleta sin hacer
referencia al enorme, heterogéneo y dinámico movimiento guerrillero[14]
que actuó contra la ocupación y la barbarie nazi.
Los
frentes populares antifascistas, impulsados por los Partidos Comunistas
organizaron los movimientos de combatientes como guerrillas de resistencia a la
invasión nazi o al régimen fascista (en España, Francia, Yugoslavia, Polonia,
Italia, Grecia). Sus tácticas iban desde sabotajes, transmisiones de radio
clandestinas y huelgas hasta el hostigamiento militar hacia el ocupante,
atentados, cadenas de evasión ante la asimetría militar y de recursos con
tremendos costos en vidas humanas.
Desde
la más absoluta clandestinidad y en coordinación con la URSS debido al papel
neurálgico y –en no pocos casos, excluyente– de los comunistas, dicho
movimiento logró coordinar diferentes acciones durante el proceso de liberación
europea.
Específicamente
en la Unión Soviética, el movimiento guerrillero se desarrolló en las zonas
ocupadas por los nazis, especialmente en Bielorrusia.
Relata
en su trabajo Jorge Saborido[15]
que, con el triunfo en Stalingrado y luego en Kursk, la guerrilla tuvo un
enorme impulso. Llegó a tener cerca de 500.000 combatientes armados y el papel
del PCUS en su organización fue vital. Antes de evacuar lugares, el Ejército
Rojo destinaba grupos clandestinos de guerrilleros para permanecer allí. En la
batalla de Moscú, unos 10.000 guerrilleros atacaban constantemente la
retaguardia alemana. En la batalla de Stalingrado, loa guerrilleros fueron
clave en la destrucción de las largas líneas alemanas de comunicación y
abastecimiento. Desde 1942, se estableció la coordinación entre las guerrillas
y el mando central soviético.
Los costos soviéticos de la liberación
El triunfo militar de la URSS sobre el
fascismo, fue también un triunfo político del Estado soviético y sus dirigentes. Implicó, a su
vez, una notable mejora en la popularidad de Stalin como líder. No es posible
caer en el reduccionismo de darle todo el mérito ni tampoco el de perder de
vista su cualidad política de conducir la estrategia de liberación nacional de
la URSS.
Párrafo
especial –y que debe ser estudiado por especialistas– suponen los aportes
imprescindibles de jefes militares, especialmente el del mariscal Zhukov.
Las
condiciones de éxito soviético sobre el fascismo fueron los disparadores de un
nuevo conflicto geopolítico que definió el mundo del siglo XX: la guerra fría
entre el capitalismo y el socialismo. Más allá de un necesario análisis de
dicha experiencia, ante los ojos de los pueblos del mundo –pero también y
especialmente de los poderosos– el país de los soviets había liquidado a la
mejor maquinaria de guerra de su tiempo y a la potencia económica más dinámica
del capitalismo mundial.
La
imagen de la bandera roja sobre las ruinas del Reichstag de Berlín, fue el acto
simbólico que sintetizó esta situación histórica.
No
es casual que, 60 años después, las referencias básicas sobre los costos
soviéticos de la liberación antifascista sean borradas, omitidas o
tergiversadas por las empresas de producción cultural y los Estados dominados
por el capital. Pero los datos son objetivos e incuestionables. Los costos
humanitarios de la URSS son contundentes. En 1990, según archivos varios, se
calcularon entre 26 y 27 millones de víctimas fatales durante la guerra. Se
pueden distribuir en: 20,5 millones fueron hombres y 7,5 mujeres; 8,7 millones
fueron militares.
Para
que tengamos una idea comparativa, los ingleses tuvieron alrededor de 350.000,
los estadounidenses 450.000 y los alemanes 7.000.000 de muertos.
A su
vez, no podemos dejar de mencionar que generaciones enteras de jóvenes
soviéticos estaban diezmadas o inválidas (tan sólo diez años después, a pesar
del aumento de población por la incorporación de los territorios recuperados,
se volvió a los niveles de la anteguerra).
Pero
el objetivo de estas líneas no es el de reconstruir cifras. No competimos con
la mediocridad de las estadísticas. Sería demasiado simple vencer a nuestros
enemigos en ese terreno.
Tenemos
por delante un combate mucho más difícil. Restituir el sentido por el que
millones de personas dieron su vida. Restituirlo no como tragedia en sí misma,
ni mucho menos como fantasía a imitar, sino como desgarradora experiencia de lo
más alto de la calidad humana, de aquello que libera y desaliena al sujeto,
permitiéndole entender –en momentos donde la barbarie parece dominarlo todo–, que,
como pedía Giusseppe Ungaretti, nunca nos hemos sentido “tan aferrados a la
vida”.
Bibliografía:
Georgui Zhukov, Memorias
y reflexiones, Moscú, Progreso, 1987.
Jorge Saborido, Historia
de la Unión Soviética, Buenos Aires, Emecé, 2009.
Moshé Lewin, “La Revolución de Octubre de 1917 y la
Historia, en: Le monde diplomatique,
Edición Cono Sur, Número 101, Buenos Aires, Noviembre 2007.
Serge Halimi, “Tener la historia de nuestro lado”, en:
El Atlas Histórico de Le Monde
Diplomatique, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2011.
[1] Serge Halimi, “Tener la historia de
nuestro lado”, en: El Atlas Histórico de
Le Monde Diplomatique, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2011.
[2] En 1938, Francia
y Reino Unido firmaron un pacto con Alemania que le permitía anexionarse casi
el 30 % del territorio checoslovaco sin oposición armada por parte de otros
estados europeos. Meses después, Francia y Alemania firmaron un pacto de no
agresión, que borraba el de asistencia mutua que habían suscrito Moscú y París
tres años antes para frenar el expansionismo nazi. En agosto de 1939, franceses
y británicos rechazaron una propuesta de triple alianza ofrecida por los
soviéticos para contener a Hitler.
[3] Firmado el 23 de agosto de 1939 en
Moscú.
[4] En los primeros 6 meses de su participación, EE.UU.
destinó el triple de soldados a su enfrentamiento contra Japón en el Pacífico
que los que destinó a socorrer al Reino Unido o liberar a Francia o Italia.
[5] Cuando equilibró su presencia militar entre el
Pacífico y Europa (1942), la URSS llevaba un año completo sufriendo la invasión
nazi, que había llegado a las puertas de Moscú, sin poder conquistarla tras
cuatro meses de combates. Leningrado ya llevaba nueve meses asediada y
bombardeada. Cuando se produjo el Desembarco de Normandía, la batalla de
Stalingrado, la primera gran derrota nazi, ya tenía más de un año concluida. Y
la de Kursk, estaba cerca de cumplirlo.
[6] En Normandía 91 divisiones aliadas occidentales se
enfrentaban a 65 divisiones alemanas en un frente de
[7] Dice Wikipedia: La Orquesta Roja “comenzó a formarse en 1939, cuando
Leopold Trepper, un agente del Servicio de Inteligencia de la URSS, estableció
una red de inteligencia en Bruselas. La importancia de la red de Berlín en la
Segunda Guerra Mundial fue primordial para desmantelar la estrategia alemana en
la batalla de Stalingrado: la Orquesta Roja causó por lo menos la muerte de 250
000 soldados del Eje suministrando detalles estratégico-operativos del Frente
del Este, e intervino igualmente suministrando informaciones sobre fabricación
de armas y los cohetes V1 y V2. Por saber, sabía incluso la fecha exacta de la
entrada de Alemania en guerra contra la URSS, información sobradamente
contrastada. Los alemanes descubrieron la red por casualidad, en Bélgica, a
fines de 1941; la investigación les reveló que era la red de espionaje más
amplia y profunda que poseían los Aliados”.
[8] En la década del ´30, los métodos de
la lucha en la URSS contra los que no estaban de acuerdo eran terribles. Los arrestos masivos se iniciaron
en agosto de 1936. El 22 de mayo de 1937 fue detenido el propio mariscal
Tujachevski, al que anteriormente trasladaron de Moscú nombrando para el cargo del
comandante del Distrito Militar del Volga. El 11 de junio de 1937, el Tribunal
Supremo de la URSS acusó a Tujachevski, así como a comandantes de Ejército como
Yaquir, Uborevich y Kork; comandantes de Cuerpo, Eideman, Putna, Feldman,
Primakov, y al comisario del Ejército Gamárnik, de un complot con el fin de
usurpar el poder. Se les condenó a la pena capital. Fueron ejecutados de
inmediato. Cuando la Wehrmacht invadió Rusia, el Ejército Rojo era solo una
sombra de lo que había sido. Además de Tujachevski, otros tres mariscales, 13
generales y unos 5.000 oficiales habían sido ejecutados durante las
"purgas". Era el equivalente a cerca del 45% de todo el
"personal de vanguardia" del Ejército Rojo.
[9] Hasta el propio León Trotsky, enemigo intransigente del stalinismo,
mantuvo fuertes debates en el seno de su propio movimiento sobre la defensa del
Estado socialista. Esto puede verse en textos recopilados en su trabajo En defensa del marxismo, Buenos Aires,
Yunque, 1975.
[10] Moshé Lewin, “La Revolución de Octubre
de 1917 y la Historia, en: Le monde
diplomatique, Edición Cono Sur, Número 101, Buenos Aires, Noviembre 2007.
[11] Jorge Saborido, Historia de la Unión Soviética, Buenos Aires, Emecé, 2009.
[12]
Op.cit, p.
173.
[13]
Jorge Saborido,
Historia de la Unión Soviética,
Buenos Aires, Emecé, 2009, p.167.
[14]
Movimiento sobre el cual es
necesario recuperar su memoria, sus actos y experiencias heroicas y el legado
imprescindible para intentar cualquier resistencia a nuevos fascismos que,
desgraciadamente, no parecen tan lejanos como hace algunos años.
[15] Jorge Saborido, Historia de la Unión Soviética, Buenos Aires, Emecé, 2009.
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