¿Para qué re-leer la historia? Notas sobre la URSS y la II° Guerra Mundial



por Pablo Leoncini.

I

 

Sobre nuestros hombros pesaban los nombres, las historias de los que no habían podido acompañarnos

–Almudena Grandes.

 

Historia y poder

 

Escribió en 2011 Serge Halimi que “Memoria e historia no cesan de divergir. Con la ayuda de Hollywood, pronto se creerá que Berlín fue conquistada por los estadounidenses.

En agosto-septiembre de 1944, un instituto de sondeos (¡ya por entonces!) les preguntaba a los parisinos, cuya ciudad acababa de ser liberada, qué país había contribuido mayormente a la victoria. Veredicto: la Unión Soviética, 61 %; Estados Unidos, 26 %. Sesenta años después, el mismo instituto hizo la misma pregunta a los franceses. Esta vez, respondieron: Estados Unidos, 58 %; Unión Soviética, 20 %.

Década tras década, la “popularidad” del Ejército Rojo no ha dejado de bajar…

El bando que ganó la Guerra Fría también triunfó en la guerra de la memoria. Historia y poder van de la mano”[1].

Recuperar algunos tramos explicativos del papel clave jugado por la Unión Soviética durante la II° Guerra Mundial no es una apelación a la nostalgia, sino una acción que permiten descifrar aspectos clave del pasado que diagraman el presente.

Nos encontramos de nuevo frente a un ciclo histórico en el que “el viejo mundo puede producir barbarie, pero no aparece un nuevo mundo capaz de sustituirlo”. También sabemos, por la tradición de los vencidos, que las cosas pueden empeorar si no tomamos partido ante la realidad.

Pero en este tiempo sin futuro alternativo a la vista, tenemos que poder comprender para pensar y actuar.

Una Guerra antifascista de liberación nacional

El sentido común hegemónico se caracteriza por presentar los fenómenos históricos como hechos aislados, como actos particulares y como resultado cosificado de la “maldad” o “genialidad” de individuos. Romper esa dinámica implica ir a contracorriente de la lógica dominante que entiende a la “historia de la Guerra” como un capítulo terminado, especialmente en la versión editorializada por Estados Unidos y las derechas.

Frente a esta interpretación, entendemos que para comprender la Guerra hay que contextualizarla alrededor de dos aspectos clave de finales de la década de 1930: la combinación de la crisis capitalista mundial (iniciada en 1929) y el proceso de rearme de las potencias de los países centrales.

La salida de la enorme crisis económica tuvo como una de sus condiciones de posibilidad la realización de un nuevo conflicto bélico que pusiera en movimiento estratégico el complejo militar industrial norteamericano y europeo. De modo que, con solo analizar el movimiento del desarrollo económico del período, resultaba posible advertir el inicio de una nueva guerra.

Por otro lado, el rearme de las potencias no respondía únicamente a las necesidades del programa intervencionista estatal de la economía, sino también a los axiomas ideológicos del fascismo europeo y japonés, centrados en un expansionismo militar de tendencias imperialistas y en un reaccionario nacionalismo racista.

La hipocresía no es un fenómeno novedoso en la historia política, pero su utilización a gran escala se convirtió en un argumento generalizado. Hipócrita es, sin dudas, la postura de la historiografía hegemónica cuando oculta o minimiza el apoyo que recibiera, en sus inicios, el fascismo italiano de parte del Estado británico y del Estado francés.

Tampoco aparecen en los megadocumentales reproducidos masivamente los aspectos clave del Pacto de Munich[2], firmado en 1938, que habilitó al expansionismo nazi las condiciones básicas para el inmediato desarrollo de la guerra.

Menos todavía resuena en las cadenas de las empresas de comunicación el Pacto Antikomintern (1936) que no sólo desplegó a escala de Estado la represión al comunismo, sino que estructuró puntos vitales para la posterior colaboración fascista en la guerra civil española (bombardeos en Guernica incluidos), frente al silencio cómplice de “Occidente”.

Y si de Estados cómplices se trata, no podemos menos que recordar –en este repaso por las dinámicas que provocaron la Guerra– la “tolerancia” del Vaticano frente al nazi-fascismo europeo. Para tal caso, es interesante ver la película de Costa Gavras, “Amén” (2000), que relata rigurosamente esas circunstancias.

A su vez, lejos de defender o justificar al expansionismo chauvinista –sobre Polonia y Finlandia– de la dirigencia soviética encabezada por Stalin tras el Pacto Molotov-Ribbentrop[3], es sustancial comprender que dicho acuerdo fue el resultado de una sistemática negativa de Occidente a construir un acuerdo antifascista con la URSS: desde el envío de Rudolf Hess a negociar un pacto antisoviético con los británicos hasta la especulación yanqui respecto de la guerra en territorio soviético.

La intervención decidida de Estados Unidos en la guerra, recién cuando la URSS podía derrotar por su cuenta a los nazis y, sólo por especulaciones geopolíticas más cercanas a una nueva posguerra, decidieron abrir el Segundo Frente oriental.

Un último elemento clave en el análisis sobre la guerra hay que centrarlo en el carácter que éste proceso asumió desde sus inicios para la URSS y el movimiento comunista mundial. No se trataba solamente de un conflicto interimperialista más, sino de una verdadera estrategia de aniquilamiento humanitario desde uno de los programas más reaccionarios de la historia. Este es el nudo de la II° Guerra Mundial, que fue una guerra fascista contra la humanidad.

En tal sentido, la definición soviética de la guerra como “Gran guerra patria” se derivaba de la caracterización del conflicto como una Guerra antifascista de liberación nacional, abarcando no sólo el territorio soviético sino el de Europa en su conjunto y el de numerosas regiones de Asia (Indochina, Corea, China).

¿Normandía o Stalingrado?

Los mitos de la propaganda norteamericana sobre la URSS en la II° Guerra Mundial se sustentan en dos premisas: 1) Que el rol militar de la URSS fue escasamente relevante en la derrota del fascismo europeo; 2) Que la URSS era una copia oriental del régimen nazi.

Para la comunicación del Pentágono existe un eje clave sobre el cual revisar el proceso histórico: la batalla de Normandía sería el verdadero punto de inflexión de la II° Guerra.

Desmontar estos mitos no reviste mayor problema para cualquier lector serio. Simplemente buscando en las redes pueden encontrarse datos que confirman un ingreso rezagado[4] de EE.UU. en la guerra, ya avanzada la resistencia y contraofensiva soviética frente al nazismo[5]. Para el momento en que se desarrolló la batalla de Normandía la Wehrmacht llevaba un año cediendo terreno y sufriendo cientos de miles de bajas en el frente soviético[6].

Asimismo, el 70 % de todas las muertes de soldados alemanes en combate a lo largo de toda la guerra se produjeron en el frente oriental, en contraste con el 15 % en el occidental. Solo en Stalingrado, Kursk y en la Operación Bagration, las bajas mortales soviéticas superan el total de muertes militares y civiles angloamericanas de toda la guerra. 3,5 millones fueron ejecutados siendo prisioneros de guerra en manos de las tropas alemanas de la Wehrmacht.

Para que se dimensione el fin clave de la guerra, basta decir que durante la Operación Barbarroja (iniciada con la invasión nazi el 22/6/1941), Alemania destinó 5,5 millones de soldados en un frente que va desde el Báltico hasta el Cáucaso (2000 Km.).

¿Minimiza esta información los errores y deformaciones indefendibles que se dieron durante la II° Guerra por parte de la URSS? En ningún párrafo puede encontrarse algo semejante. Sin embargo, entendemos que es absolutamente insostenible con un mínimo de seriedad y sentido humanitario atribuirle al pueblo soviético –victima bajo todo punto de vista de la Guerra– el papel que la geopolítica actual insiste en otorgarle.

Es nuestra obligación intelectual y moral enfrentar la barbarie, también en este plano, porque como escribiese Julius Fucik, “Cuando la lucha es a muerte; / el fiel resiste; / el indeciso renuncia; / el cobarde traiciona…, / el burgués se desespera, / y el héroe combate”. 

 

II

 

No sólo son raíces / bajo las piedras teñidas de sangre, / aún sus puños levantados contradicen la muerte.” –Pablo Neruda.

 

Batallas sobre el pasado (y el presente)

 

La época que vivimos pareciera estar determinada por el conformismo social, por la sacralización de lo establecido a partir de los dictados de una cultura alienante que, como una especie de nuevo credo masivo, modela nuestra sociedad desde fines del siglo XX.

Aunque, según la tradición de los vencidos, las cosas pueden empeorar, también entendemos posible (y necesario) ver el tiempo como un documento de ruptura.

Necesitamos comprender la historia como una sucesión de temporalidades alternativas a ese “tiempo homogéneo” establecido por el vencedor cultural e intentar hacer estallar la linealidad de la historia para desarmar este presente sin futuro alternativo.

Sin embargo, descomponer la temporalidad hegemónica supone lo opuesto a cualquier intento de mistificación o reproducción de dogmas pre-establecidos.

Por eso tenemos que preguntarnos: ¿cómo le explicamos a los más jóvenes los motivos por los que un Estado socialista de un país pobre y atrasado, venció a una de las maquinarias de guerra y exterminio más poderosas de la historia? ¿Cómo oponemos la rigurosidad científico-crítica del análisis a la demoledora tecnología trituradora de ideas que representa (por lo general) la industria de la comunicación? ¿Cómo explicarles que hubo un Estado en el que millones de personas, comunes y corrientes, desafiaron, enfrentaron y vencieron, con una descomunal pasión revolucionaria y un coraje moral, intelectual y físico únicos a la barbarie nazi-fascista?

Esta tarea es inviable desde simplificaciones y reduccionismos propios de la fantasía o de una melancolía paralizante y cercana al conservadurismo. No tenemos recetas infalibles, sino –como sugería Roberto Arlt– nuestra “prepotencia de trabajo”.

 

Causas de la invasión a la URSS

Destruir al primer país socialista del mundo no fue un acto de creatividad del fascismo alemán. En todo caso, fue su expresión más destructiva y genocida. Su manifestación más decidida y compleja, pero de ningún modo novedosa. Simplemente con registrar la colaboración de las potencias capitalistas en la guerra civil entre bolcheviques y contrarrevolucionarios, entre 1918 y 1921, tenemos una clara muestra de anticomunismo en acción.

Tampoco la posible (e inminente) invasión a la URSS fue algo desconocido para la dirigencia soviética del período. Los integrantes de la inteligencia soviética, la llamada Orquesta Roja[7] dirigida por Leopold Trepper, obtuvieron datos clave que permitían prever rigurosamente el inicio de la llamada “Operación Barbarroja”: la invasión nazi a territorio soviético.

El gobierno de la URSS, liderado por Stalin, no consideró viable tal posibilidad debido a que, en su análisis sobre el desarrollo de la guerra, primaba la hipótesis de que –para el Tercer Reich– el Reino Unido significaba un enemigo clave a vencer en esa etapa del conflicto. Derrotar a los británicos era un paso previo, según esta perspectiva, a una invasión a la Unión Soviética.

No obstante, la clave explicativa no puede reducirse al orden de los datos. Tenemos que recuperar la perspectiva que complejice el expansionismo fascista sobre la URSS, donde se combinaron desde los argumentos ideológicos del Tercer Reich (racismo sobre pueblos eslavos y sobre finalización de la conspiración judeo-comunista), aspectos estratégicos de la geopolítica como el control de recursos naturales y de rutas de comunicación fundamentales existentes en territorio soviético (la denominada “recuperación del espacio vital” germano), la competencia interimperialista por la hegemonía mundial, hasta la destrucción organizativa del movimiento comunista (la principal amenaza que tenía el capital a nivel global).

El militarismo, propio de los fascistas europeos, fue la concepción sobre la cual basó Hitler sus certezas de un “rápido triunfo” sobre la URSS. Esto acompañado de los logros militares inmediatos en casi toda Europa. La prioridad de la técnica militar y sus industrias, así como el financiamiento recibido por las grandes corporaciones alemanas, fueron el sustento de dicho militarismo.

Los nazis especularon erróneamente que las contradicciones entre la sociedad y el Estado soviético, especialmente entre campesinos y gobernantes y entre las diferentes naciones que integraban la URSS, generarían colaboración o indiferencia frente a la invasión alemana. Sobrevaloraron el aporte de elementos antisoviéticos, espías y saboteadores, sobre la población, aspectos que acompañaban la planificación invasora nazi.

De este modo, la guerra –y su perspectiva genocida– fueron un desafío extraordinario a la capacidad organizativa, movilizadora y dirigente del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y del conjunto del pueblo y del Estado soviéticos, a pesar de los errores severos de Stalin[8] y la dirigencia que lo acompañaba.

También representó un punto de viraje en el movimiento comunista internacional y entre las fuerzas democráticas del mundo. La posición sobre la defensa de la URSS frente a la invasión nazi, delimitó posturas[9] sustanciales en la política mundial.

El stalinismo

Estas notas no se plantean como un análisis específico sobre el fenómeno del stalinismo, tanto dentro de la Unión Soviética como en el plano más amplio de la Komintern, pero es absolutamente inviable una comprensión de la situación del país soviético durante la guerra sin su mínima caracterización.

A su vez, es lugar común en el debate contemporáneo, identificar grotesca y groseramente la corriente stalinista que dirigió el Estado soviético y al movimiento comunista, con el conjunto de las experiencias de transición socialista y al comunismo como cultura política en general.

En un complejo entramado en el que se cruzan desde el más reaccionario anticomunismo hasta el oportunismo ideologista de no poca izquierda y, sobre todo, una tremenda ignorancia histórica, se asocian aspectos contradictorios pero no excluyentes de la experiencia soviética.

Como expresara Palmiro Togliatti, no es posible atribuir mecánicamente y de forma ahistórica a Stalin “todos los errores”, del mismo modo esquemático que anteriormente se le asignaban “todos los aciertos”.

El stalinismo fue un fenómeno desarrollado por las condiciones de derrota política del movimiento comunista europeo para expandir la revolución soviética, combinado con el enorme atraso cultural y económico, así como con la destrucción de la URSS tras la guerra civil y la carencia de cuadros político-técnicos (aptos para reemplazar la enorme masa de dirigentes muertos) en la gestión de un país de extensiones gigantescas.

Asimismo, la perdurabilidad de una medida “transitoria” como el sistema de partido único (establecido por los bolcheviques hasta terminar la guerra civil), la muerte de Lenin y las limitaciones de la oposición al liderazgo stalinista, fueron algunas de las condiciones de posibilidad para el afianzamiento de la dirigencia encabezada por Stalin.

Se trató del cierre de un ciclo (entre 1925 y 1935) y del inicio de otro completamente diferente al propuesto por los bolcheviques[10]. La elite dirigente liderada por Stalin remodeló el Estado y la burocracia que lo administraba, transformando bajo métodos policiales y autoritarios todo el proceso de transición iniciado en 1917.

Tenemos que caracterizar al stalinismo como una transformación extensa y profunda de la sociedad soviética. Se trata de un proceso donde fue creada una elite intelectual, científica, económica y militar nueva, reclutada de las clases subalternas de la sociedad soviética y educada en las instituciones comunistas. El stalinismo fue, en palabras de Enzo Traverso, una “revolución desde arriba”: una mezcla paradójica de modernización y conservadurismo social. En este encuadre se deben entender las ejecuciones que descabezaron el Estado, el partido y el ejército entre la década del 30 y los años 50. Una amalgama extraordinaria de conquistas monumentales y crímenes bestiales. Fue un fenómeno histórico concreto, no algo ineluctable propio del comunismo.

Aún bajo estas condiciones, la dialéctica de la construcción socialista y no pocos éxitos y enormes transformaciones, hicieron del liderazgo de Stalin un elemento significativo de cohesión e identidad colectiva del pueblo soviético frente a la barbarie nazi y la complicidad activa del “occidente democrático” con la misma.

Economía y sociedad de la URSS durante la guerra

Un posible punto de ruptura se inicia cuando comienza el desengaño con lo establecido, en especial con los relatos ficcionalizados de la historia. Desarmar los nudos del “relato” construido por los vencedores de la Guerra Fría, implica reconstruir ejes analíticos que sustenten otra perspectiva.

Resulta insostenible, entonces, definir a la URSS de los años ´30 como una sociedad ejemplar. Del mismo modo que es absurdo entenderla como un infierno invivible.

Según datos aportados por el trabajo de Jorge Saborido[11], la economía soviética recorría una serie de dificultades y transitaba una etapa de hundimiento en la producción a causa de la invasión alemana, así como una serie de complejas dificultades en el incremento de los abastecimientos fundamentales. Los indicadores negativos recorrían transversalmente la agricultura, la ganadería y el comercio.

No obstante se desarrolló una notable recuperación en pocos meses, debido a la producción de las industrias militares, promovida por el Estado soviético. Y en tal aspecto, es central destacar que la capacidad de fabricación de tanques, aviones, armas y municiones lograda por la URSS fue superior a la de Alemania nazi. El despliegue de este aspecto clave fue posible por varios factores:

a) Por el proceso de industrialización acelerada impulsado por el Estado soviético antes de la guerra (con altas producciones de acero, maquinarias, electricidad y productos químicos) que posibilitó la reestructuración, durante el conflicto, de otras áreas hacia la producción de material bélico.

b) Por la progresiva complejización de las actividades productivas industriales y tecnológicas, así como estructuras organizativas eficaces y una creciente calificación de los recursos humanos esenciales para las mismas.

c) Por la preparación técnica, militar, organizativa y política previa al conflicto armado por parte de la ciudadanía soviética (incremento de miembros de las Ejecito Rojo, formación de estructuras guerrilleras, estructuras de defensa civil).

Un componente que roza aspectos casi épicos, fue el traslado y la evacuación masiva de empresas clave hacia el interior soviético (Los Urales) desde la segunda mitad de 1941. Vale la pena citar los datos que publica Saborido: “se trasladaron un total de 1523 grandes empresas (100 fábricas de aviones, entre ellas) que constituían casi el 12 % de los activos industriales de la URSS”[12].

La poderosa industria militar soviética también fue resultado de un proceso de reconversión de la producción de bienes y servicios hacia la producción militar, planificada por el Estado pero lograda en base a la colaboración consciente del pueblo soviético, que prescindió de ciertos bienes a cambio de lo necesario para vencer al enemigo.

El plano de la subjetividad socialista, a pesar del stalinismo, resultó imprescindible en el plano de la producción. Es el caso de la denominada “emulación socialista” en el del mundo del trabajo, dinámica política y cultural promovida por el PCUS y desarrollada para lograr altos niveles de productividad industrial (mediante aumentos de las jornadas de trabajo de 36 a 40 hs semanales). Este proceso de emulación se articuló con un férreo control de la disciplina (centralización planificada), tanto por las instituciones estatales como por el propio partido y gran parte de la población.

Pero todas estas estrategias y acciones del Estado, el partido y el pueblo soviéticos tuvieron como condición estructural la existencia del pleno empleo de la economía soviética desde sus orígenes.

Resulta conocida la afirmación propagandística del anticomunismo y cierta izquierda “políticamente correcta” sobre el rol del trabajo forzado en el Gulag durante este proceso. Nosotros, sin reivindicar en lo más mínimo al sistema de campos del stalinismo, oponemos al recurso vulgar de la mentira socializada, los datos que ofrece la investigación de Saborido, donde queda expuesto el escaso aporte del Gulag en la economía soviética durante éste período.

A contramano del mito del “invierno ruso” o de los “errores de Hitler”, que atribuyen a cuestiones extra sociales los elementos de la aplastante victoria sobre el nazismo, consideramos que –tanto por sus condiciones económicas como por la subjetividad antifascista y socialista que existía– la sociedad soviética era la que mejor preparada de todas estaba para la guerra, especialmente porque para los pueblos de la URSS era esencial que se materializara aquella frase de George Orwell respecto de que “Lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano”.

 

III

Hay una dignidad que el vencedor no puede alcanzar

-Jorge Luis Borges.

Las ruinas del tiempo

La fantasía de un tiempo lineal constituye un pilar del sentido común predominante. Pero el sujeto humano se empecina, una y otra vez, en hacer estallar la linealidad de cada instante. La historia se materializa como un camino quebradizo y en movimiento, donde conviven las ruinas del tiempo –verdaderos “soplos de aire que fueron respirados antes”, al decir de Walter Benjamin– y las capacidades ilimitadas de cada presente.

En esta lucha incesante, existen huellas que permiten descifrar aspectos clave del pasado que diagraman cada época. Y también praxis culturales que buscan borrar y eliminar todo lo que alguna vez ocurrió “a contrapelo”, afirmando un presente inamovible.

La incertidumbre y la inseguridad que genera el tipo de sociedad en que vivimos, suelen engendrar la nostalgia de otra vida. Sin embargo, en este tiempo –que parece sin futuro– tenemos que pensar para poder actuar transformando aquello que nos diagrama una vida cercana a la catástrofe, ya que, como decía G.K. Chesterton, “El mundo cambia no por lo que se dice o por lo que se reprueba o alaba, sino por lo que se hace”.

No obstante, transformar lo establecido es imposible desde la orfandad cultural La experiencia comunista, y en ella el combate titánico de la URSS contra el fascismo, debe ser comprendida críticamente, abandonando cualquier intento por idealizarla o demonizarla. Es por ello que inteligir la experiencia soviética durante la Gran Guerra Patria, supone explicar y comprender su totalidad dialéctica, sus tensiones y contradicciones, su movimiento y sus múltiples dimensiones en su contexto específico.

De la Operación Barbarroja a la Batalla de Moscú

El fascismo alemán rompió el Tratado de no Agresión germano-soviético (Pacto Ribbentrop-Mólotov, firmado en Moscú el 23/8/39), con el despliegue de la llamada  “Operación Barbarroja”, a partir del 22 de junio de 1941.

El inicio de una guerra total en el Frente Oriental implicó que, desde fines de 1941, el nazismo invadiera alrededor de 1700 km de territorio soviético, con un frente de guerra que abarcaba alrededor de un total de 3000 km.

Es posible diferenciar, militarmente, cuatro etapas concretas de la guerra del fascismo contra la URSS:

Una primera etapa, que transcurrió entre junio y diciembre de 1941, que podríamos definir como de éxito parcial de los alemanes en territorio soviético. En un contexto de combate solitario de la URSS (y con una preparación militar insuficiente) ante la ofensiva nazi, el Tercer Reich desplegó una fuerza de 5,5 millones de soldados, 2800 tanques, 5000 aviones y 47.000 piezas de artillería[13]. El frente llegó a los 2000 km, desde el Mar Báltico hasta el Cáucaso.

A partir del éxito inmediato, los nazis tomaron Minsk y cercaron Leningrado, ciudad que se habían propuesto dominar pero que resultó imposible, debido a la resistencia del Ejército Rojo. El sitio de Leningrado se dio desde el 8 de septiembre de 1941 hasta el 27 de enero de 1944.

También fue dominada por los alemanes la ciudad de Kiev, cuya importancia estratégica radicaba en la existencia de las minas de carbón y en su región metalúrgica del Donbass. Los soviéticos tuvieron más de 600 mil prisioneros durante el control nazi de Ucrania.

Una segunda etapa, transcurrió entre el 20 de octubre de 1941 y el 7 de enero de 1942, durante la llamada Batalla de Moscú. Mediante la denominada “Operación Tifón”, los alemanes buscaron sitiar y dominar la capital de la URSS. El fracaso de la ofensiva nazi se debió a varios factores:

a) Las dificultades de aprovisionamiento de municiones, combustibles y alimentos en un frente de 600 km y 1500 km de profundidad.

b) La resistencia popular soviética ante el invasor nazi en cada lugar.

c) La táctica de “tierra arrasada” para privar a los nazis de recursos en los pueblos que controlaban.

d) El traslado de las estructuras industriales clave a los Urales.

e) La extensión de la guerra en zona soviética que llevó a los nazis a tener que combatir durante el invierno.

f) La incidencia de los batallones comunistas en la defensa.

g) La permanencia de Stalin en Moscú (con su discurso radial del 6/11 y el desfile de aniversario de la Revolución de octubre, el 7/11/41).

Pero la clave militar estratégica de la URSS fue, sustancialmente política: establecer como premisa indivisible la unidad antifascista para la liberación nacional y definir a la guerra como una “guerra patriótica” de toda la URSS por su existencia.

De Stalingrado y Kursk a la liberación europea

Una tercera etapa, se desarrolló entre agosto de 1942 y agosto de 1943, a partir de las batallas de Stalingrado y de Kursk. Durante el transcurso de 1942, el mando soviético desarrolló una contraofensiva para liberar Leningrado, el Donbass y Crimea. Pero se dio la derrota en Kharkov.

No obstante, los alemanes tuvieron que abandonar la estrategia de Blitzkrieg (“guerra relámpago”) y asumir una guerra de larga duración en territorio soviético. Y aunque los nazis recuperaron el control de Crimea, la definición alemana pasaba por controlar Stalingrado, debido a su importancia clave como fuente de abastecimiento de petróleo desde Bakú y Grozny.

La Batalla de Stalingrado, se desarrolló entre el 23 de agosto de 1942 y el 2 de febrero de 1943. Fue el punto de quiebre de la IIª Guerra Mundial.  Bajo la consigna de “Ni un Paso Atrás”, el Ejército Rojo y el pueblo soviético –mediante sus organizaciones guerrilleras y de resistencia, conducidas centralizadamente por el PCUS– impusieron al nazismo la pérdida de más de ¼ de toda la fuerza militar alemana, así como el final del prestigio internacional del Tercer Reich. Se combatió cuerpo a cuerpo, casa por casa. Los nazis tomaron la ciudad en septiembre y recién con la Operación Urano en noviembre, el Ejército Rojo derrotó la retaguardia alemana, cambiando la relación de fuerzas.

Es central aclarar que la ayuda de los aliados no fue importante. Los norteamericanos aportaron alimentos, algo de municiones, transportes y equipamiento industrial. Roosevelt estaba preocupado por la amenaza que, como potencia imperialista, podía implicar un triunfo nazi en la URSS.

Y una cuarta etapa, se desplegó entre julio de 1943 y mayo de 1945, lográndose la liberación de la URSS y de Europa, mediante el avance del Ejército Rojo.

La Operación Ciudadela consistió en una ofensiva para liberar la ciudad de Kursk. La Batalla de Kursk (ocurrida entre julio y agosto de 1943), duró 5 semanas en las cuales los nazis retrocedieron 150 km. Fue una ofensiva estratégica final en el Frente Oriental y el inicio del triunfo soviético sobre el nazismo en toda la URSS y en Europa.

Durante la conferencia de Teherán (1943) se fijó una división táctica en la estrategia antifascista de los Aliados: una invasión anglo-norteamericana por norte y sur de Francia (para mayo de 1944) y una ofensiva soviética hacia el Este europeo (Polonia, Rumania, Bulgaria, Hungría). Se preveía una ocupación soviética de países bálticos y la liberación desde el norte de Italia en colaboración con partisanos yugoeslavos. El punto final era una confluencia de tropas soviético-americanas en Alemania para 1945.

Tras la derrota alemana en la Unión Soviética, el Ejército Rojo liberó –por sus propios medios y en coordinación con la resistencia antifascista de cada lugar– Leningrado (enero de 1944); Crimea (mayo de 1944); Bielorrusia (junio de 1944); Rumania y Bulgaria ((agosto de 1944); Letonia y Estonia (septiembre de 1944); Yugoslavia (octubre de 1944), Finlandia y Noruega (octubre de 1944) y Polonia (enero de 1945).

Tras la ofensiva de la URSS sobre Austria-Alemania, el momento icónico de la derrota fascista fue, sin dudas, la titánica batalla de Berlín, transcurrida entre el 16 de abril y el 9 de mayo de 1945. Las fuerzas soviéticas tuvieron 300 mil muertos y miles de heridos.

El movimiento guerrillero

La comprensión de la derrota del fascismo en Europa sería incompleta sin hacer referencia al enorme, heterogéneo y dinámico movimiento guerrillero[14] que actuó contra la ocupación y la barbarie nazi.

Los frentes populares antifascistas, impulsados por los Partidos Comunistas organizaron los movimientos de combatientes como guerrillas de resistencia a la invasión nazi o al régimen fascista (en España, Francia, Yugoslavia, Polonia, Italia, Grecia). Sus tácticas iban desde sabotajes, transmisiones de radio clandestinas y huelgas hasta el hostigamiento militar hacia el ocupante, atentados, cadenas de evasión ante la asimetría militar y de recursos con tremendos costos en vidas humanas.

Desde la más absoluta clandestinidad y en coordinación con la URSS debido al papel neurálgico y –en no pocos casos, excluyente– de los comunistas, dicho movimiento logró coordinar diferentes acciones durante el proceso de liberación europea.

Específicamente en la Unión Soviética, el movimiento guerrillero se desarrolló en las zonas ocupadas por los nazis, especialmente en Bielorrusia.

Relata en su trabajo Jorge Saborido[15] que, con el triunfo en Stalingrado y luego en Kursk, la guerrilla tuvo un enorme impulso. Llegó a tener cerca de 500.000 combatientes armados y el papel del PCUS en su organización fue vital. Antes de evacuar lugares, el Ejército Rojo destinaba grupos clandestinos de guerrilleros para permanecer allí. En la batalla de Moscú, unos 10.000 guerrilleros atacaban constantemente la retaguardia alemana. En la batalla de Stalingrado, loa guerrilleros fueron clave en la destrucción de las largas líneas alemanas de comunicación y abastecimiento. Desde 1942, se estableció la coordinación entre las guerrillas y el mando central soviético. 

Los costos soviéticos de la liberación

El triunfo militar de la URSS sobre el fascismo, fue también un triunfo político del Estado soviético y sus dirigentes. Implicó, a su vez, una notable mejora en la popularidad de Stalin como líder. No es posible caer en el reduccionismo de darle todo el mérito ni tampoco el de perder de vista su cualidad política de conducir la estrategia de liberación nacional de la URSS.

Párrafo especial –y que debe ser estudiado por especialistas– suponen los aportes imprescindibles de jefes militares, especialmente el del mariscal Zhukov.

Las condiciones de éxito soviético sobre el fascismo fueron los disparadores de un nuevo conflicto geopolítico que definió el mundo del siglo XX: la guerra fría entre el capitalismo y el socialismo. Más allá de un necesario análisis de dicha experiencia, ante los ojos de los pueblos del mundo –pero también y especialmente de los poderosos– el país de los soviets había liquidado a la mejor maquinaria de guerra de su tiempo y a la potencia económica más dinámica del capitalismo mundial.

La imagen de la bandera roja sobre las ruinas del Reichstag de Berlín, fue el acto simbólico que sintetizó esta situación histórica.

No es casual que, 60 años después, las referencias básicas sobre los costos soviéticos de la liberación antifascista sean borradas, omitidas o tergiversadas por las empresas de producción cultural y los Estados dominados por el capital. Pero los datos son objetivos e incuestionables. Los costos humanitarios de la URSS son contundentes. En 1990, según archivos varios, se calcularon entre 26 y 27 millones de víctimas fatales durante la guerra. Se pueden distribuir en: 20,5 millones fueron hombres y 7,5 mujeres; 8,7 millones fueron militares.

Para que tengamos una idea comparativa, los ingleses tuvieron alrededor de 350.000, los estadounidenses 450.000 y los alemanes 7.000.000 de muertos.

A su vez, no podemos dejar de mencionar que generaciones enteras de jóvenes soviéticos estaban diezmadas o inválidas (tan sólo diez años después, a pesar del aumento de población por la incorporación de los territorios recuperados, se volvió a los niveles de la anteguerra).

Pero el objetivo de estas líneas no es el de reconstruir cifras. No competimos con la mediocridad de las estadísticas. Sería demasiado simple vencer a nuestros enemigos en ese terreno.

Tenemos por delante un combate mucho más difícil. Restituir el sentido por el que millones de personas dieron su vida. Restituirlo no como tragedia en sí misma, ni mucho menos como fantasía a imitar, sino como desgarradora experiencia de lo más alto de la calidad humana, de aquello que libera y desaliena al sujeto, permitiéndole entender –en momentos donde la barbarie parece dominarlo todo–, que, como pedía Giusseppe Ungaretti, nunca nos hemos sentido “tan aferrados a la vida”.

 


Bibliografía:

Georgui Zhukov, Memorias y reflexiones, Moscú, Progreso, 1987.

Jorge Saborido, Historia de la Unión Soviética, Buenos Aires, Emecé, 2009.

Moshé Lewin, “La Revolución de Octubre de 1917 y la Historia, en: Le monde diplomatique, Edición Cono Sur, Número 101, Buenos Aires, Noviembre 2007.

Serge Halimi, “Tener la historia de nuestro lado”, en: El Atlas Histórico de Le Monde Diplomatique, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2011.



[1] Serge Halimi, “Tener la historia de nuestro lado”, en: El Atlas Histórico de Le Monde Diplomatique, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2011.

[2] En 1938, Francia y Reino Unido firmaron un pacto con Alemania que le permitía anexionarse casi el 30 % del territorio checoslovaco sin oposición armada por parte de otros estados europeos. Meses después, Francia y Alemania firmaron un pacto de no agresión, que borraba el de asistencia mutua que habían suscrito Moscú y París tres años antes para frenar el expansionismo nazi. En agosto de 1939, franceses y británicos rechazaron una propuesta de triple alianza ofrecida por los soviéticos para contener a Hitler.

[3] Firmado el 23 de agosto de 1939 en Moscú.

[4] En los primeros 6 meses de su participación, EE.UU. destinó el triple de soldados a su enfrentamiento contra Japón en el Pacífico que los que destinó a socorrer al Reino Unido o liberar a Francia o Italia.

[5] Cuando equilibró su presencia militar entre el Pacífico y Europa (1942), la URSS llevaba un año completo sufriendo la invasión nazi, que había llegado a las puertas de Moscú, sin poder conquistarla tras cuatro meses de combates. Leningrado ya llevaba nueve meses asediada y bombardeada. Cuando se produjo el Desembarco de Normandía, la batalla de Stalingrado, la primera gran derrota nazi, ya tenía más de un año concluida. Y la de Kursk, estaba cerca de cumplirlo.

[6] En Normandía 91 divisiones aliadas occidentales se enfrentaban a 65 divisiones alemanas en un frente de 400 km, en el Este 560 divisiones soviéticas combatían contra 235 divisiones alemanas a lo largo de más de 3.000 km.  Solo en los 200 días que duró la batalla de Stalingrado fallecieron 800.000 soldados del Eje, entre alemanes y sus aliados.

[7] Dice Wikipedia: La Orquesta Roja “comenzó a formarse en 1939, cuando Leopold Trepper, un agente del Servicio de Inteligencia de la URSS, estableció una red de inteligencia en Bruselas. La importancia de la red de Berlín en la Segunda Guerra Mundial fue primordial para desmantelar la estrategia alemana en la batalla de Stalingrado: la Orquesta Roja causó por lo menos la muerte de 250 000 soldados del Eje suministrando detalles estratégico-operativos del Frente del Este, e intervino igualmente suministrando informaciones sobre fabricación de armas y los cohetes V1 y V2. Por saber, sabía incluso la fecha exacta de la entrada de Alemania en guerra contra la URSS, información sobradamente contrastada. Los alemanes descubrieron la red por casualidad, en Bélgica, a fines de 1941; la investigación les reveló que era la red de espionaje más amplia y profunda que poseían los Aliados”.

[8] En la década del ´30, los métodos de la lucha en la URSS contra los que no estaban de acuerdo eran  terribles. Los arrestos masivos se iniciaron en agosto de 1936. El 22 de mayo de 1937 fue detenido el propio mariscal Tujachevski, al que anteriormente trasladaron de Moscú nombrando para el cargo del comandante del Distrito Militar del Volga. El 11 de junio de 1937, el Tribunal Supremo de la URSS acusó a Tujachevski, así como a comandantes de Ejército como Yaquir, Uborevich y Kork; comandantes de Cuerpo, Eideman, Putna, Feldman, Primakov, y al comisario del Ejército Gamárnik, de un complot con el fin de usurpar el poder. Se les condenó a la pena capital. Fueron ejecutados de inmediato. Cuando la Wehrmacht invadió Rusia, el Ejército Rojo era solo una sombra de lo que había sido. Además de Tujachevski, otros tres mariscales, 13 generales y unos 5.000 oficiales habían sido ejecutados durante las "purgas". Era el equivalente a cerca del 45% de todo el "personal de vanguardia" del Ejército Rojo.

[9] Hasta el propio León Trotsky, enemigo intransigente del stalinismo, mantuvo fuertes debates en el seno de su propio movimiento sobre la defensa del Estado socialista. Esto puede verse en textos recopilados en su trabajo En defensa del marxismo, Buenos Aires, Yunque, 1975.

[10] Moshé Lewin, “La Revolución de Octubre de 1917 y la Historia, en: Le monde diplomatique, Edición Cono Sur, Número 101, Buenos Aires, Noviembre 2007.

[11] Jorge Saborido, Historia de la Unión Soviética, Buenos Aires, Emecé, 2009.

[12] Op.cit, p. 173.

[13] Jorge Saborido, Historia de la Unión Soviética, Buenos Aires, Emecé, 2009, p.167.

[14] Movimiento sobre el cual es necesario recuperar su memoria, sus actos y experiencias heroicas y el legado imprescindible para intentar cualquier resistencia a nuevos fascismos que, desgraciadamente, no parecen tan lejanos como hace algunos años.

[15] Jorge Saborido, Historia de la Unión Soviética, Buenos Aires, Emecé, 2009.

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