Una radiografía de la FEDE de los ´80
por Débora Ermosi.
En 1983, la llegada de un
régimen político democrático, puso fin a una época marcada por la represión
estatal y la violencia política en Argentina. De este modo, se creía que la
democratización abría una instancia de cambio en la sociedad hacia una nueva
“cultura política” que debía reconstruir una esfera pública obturada por años
de censura y represión a la vez que luchar por la eliminación de los patrones
autoritarios internalizados en las esferas de la vida cotidiana.
En el marco de la
post-dictadura, una nueva cohorte hizo su ingreso a la vida política en
diferentes ámbitos partidarios. A mediados de los ochenta, la juventud volvía
al centro de la escena como esperanza para la “regeneración” del país; se
proyectó otra vez sobre los jóvenes (y, entre ellos, los estudiantes
secundarios), la promesa de regenerar la cultura política argentina[2]. Ahora bien, en este marco
resulta interesante determinar cuáles eran las nociones de juventud que
circulaban entre las dirigencias comunistas (juveniles o no) y cuál era el rol
de esa juventud en un contexto de transición.
Al borde de las
elecciones que resultaron en la victoria de Raúl Alfonsín, Athos Fava, Secretario
General del Partido Comunista a partir de 1980, presentaba así el papel de la
juventud en la Argentina de la post-dictadura:
“Para las diversas
fuerzas políticas, la juventud se ha convertido en terreno de disputa.
Comprenden que allí se decide, en lo fundamental, el rumbo del movimiento
obrero, campesino y estudiantil. […] Los comunistas consideramos a esa juventud
como protagonista, en mejores condiciones que ninguna otra para asumir sus
responsabilidades y evitar nuevas frustraciones y engaños. La juventud no ha
pasado en vano por estos años de tremenda pero aleccionadora experiencia. Se ha
transformado en una poderosa fuerza que participa ampliamente en la vida del
país, que aporta su empuje creador, su sano espíritu patriótico y tiende a
insertarse en el movimiento democrático y renovador del pueblo”[3].
Evitar nuevas
frustraciones y engaños, ¿de quién?, ¿del gobierno, del resto de las fuerzas
políticas o del propio PC? Los jóvenes comunistas venían recibiendo señales
desagradables. Los resultados electorales nacionales así como las elecciones
universitarias, en donde la Fede fue derrotada por Franja Morada, mostraban la
falta de reconocimiento al trabajo cotidiano, duro, doloroso, por los muertos,
los desaparecidos y presos de la Federación; eso fue lo que comenzaron a sentir
sus líderes, con algo de decepción[4]. No obstante, el nuevo
objetivo estratégico del PC y de la FJC era conseguir que el movimiento
estudiantil organizado se insertara en el Frente de Liberación Nacional y
Social.
La juventud era concebida
como un movimiento de gran peso debido a que el nivel de conciencia y de
combatividad de las masas juveniles estaba entrando en un nuevo momento, frente
a lo cual, los comunistas ofrecían una propuesta auténticamente transformadora
(declaración realizada por Francisco Álvarez (Secretario Nacional de Propaganda
de la FJC). El PC concebía que el proyecto que mejor encajaba con la juventud
era el proyecto de la revolución democrática, agraria, antiimperialista en vías
al socialismo.
Esto era así, ya que se
creía que la juventud era la más interesada en convertirse en la generación de
la unidad nacional patriótica y antiimperialista.
La vinculación de la
juventud con el patriotismo y la democracia traía reminiscencias de otros
contextos, muy especialmente de aquel marcado por el derrocamiento de Juan
Perón en 1955, donde también desde el Partido se asumía que la Juventud debía
encarar la construcción de un Frente Patriótico. En términos de discursos y
nociones, se suponía desde la dirigencia que la juventud, como categoría
homogénea, se encontraba más predispuesta a los idealismos, una noción
ciertamente “burguesa” en torno a la categoría de juventud que se proyectaba en
la década de 1980.
Tal como señalara Cecilia
Braslavsky[5], con la recuperación
democrática en Argentina se daba la existencia de una mayor predisposición en
los jóvenes que en los adultos a participar en los partidos políticos, sobre
todo en aquellos que proponen proyectos políticos y socioeconómicos
alternativos al modelo existente. Esto se demostraba en la masiva afiliación a
los partidos políticos, su presencia en las luchas obreras y populares, la
participación en el proceso electoral, sindical y estudiantil, en los actos,
etc.
La dictadura militar
provocó un cambio sustantivo en los patrones, contenidos y alcances de la
acción colectiva de protesta en la Argentina. En 1983, la protesta colectiva
contra la dictadura emerge dotada de una direccionalidad mucho más centrada en
la recuperación de la posibilidad misma del ejercicio democrático. En este
momento, los dos partidos mayoritarios – el Peronista y la UCR - se abocaron fundamentalmente
a la disputa por el espacio electoral, mientras que a la izquierda del espectro
político varias agrupaciones operaron como catalizadoras de la movilización
colectiva: Partido Comunista, Movimiento al Socialismo, Partido Obrero, Partido
Intransigente, entre otros[6].
La dirigencia del PC
entendía, con razón, que los y las jóvenes, aún con mayor disposición a la
participación política, eran – como sostenía Athos Fava – un sector en disputa
con otras fuerzas políticas. En este sentido, el PC debía subrayar sus
singularidades para atraer y sostener a una militancia juvenil. Así, José Antonio
Díaz, miembro del Comité Central del PC, indicaba que el partido era atractivo
“por nuestras ideas, por nuestra sensibilidad a los problemas, por nuestra
capacidad de organización y movilización, porque es el Partido que tiene la
juventud más poderosa del país”[7].
Al mismo tiempo que desde
el Partido se conceptualizaba a la juventud homogéneamente como portadora de
ideales patrióticos y eventualmente democráticos, se consideraba que el trabajo
fundamental de la FJC debía orientarse al movimiento obrero juvenil y a los
jóvenes de barriadas populares, para lo cual debía desarrollar su actividad en
las grandes empresas de concentración, sirviendo como reserva activa de cuadros
del Partido. Nuevamente, esta es una línea vieja dentro del PC en particular y
de las izquierdas políticas en general. El PC brindaba una brújula certera: el
marxismo-leninismo y su aplicación creadora a la realidad nacional. Por ello,
para dirigirse a la juventud se empleaba un lenguaje sencillo y directo.
Como señala Francisco Álvarez,
Secretario Nacional de Propaganda de la FJC:
“Un lenguaje que se
dirija a su conciencia y a sus mejores sentimientos, entusiasmándola y
convocándola a la acción. Que transmita respeto y sinceridad, sin soberbia ni
paternalismo; elaborado sobre el principio leninista de que es mucho lo que
tenemos que enseñar y es mucho lo que hay que aprender de las masas”[8].
En esta cita queda
evidenciada que la ideología defendida y practicada por el Partido y por todos
sus órganos dependientes se asociaba con la tradición leninista. La FEDE con la
que soñaba el PC era una organización con legítima ambición política, con
mística revolucionaria, más popular y atractiva. Es por eso que el proyecto
político de la FJC se definía por dos tareas: alcanzar los 100.000 afiliados y
avanzar en la construcción de la unidad juvenil antiimperialista. En este
sentido, el PC se proponía ofrecerle a la juventud “respuestas serias para sus
problemas y caminos ciertos para su protagonismo”, un puesto de lucha para
cambiar la sociedad, para rejuvenecerla.
No obstante, a partir de
1986 en el XVI Congreso del PC, se produce el “viraje” de la ideología política
del partido: se pasa a una ideología más centrada en una tradición
latinoamericanista, fundada sobre todo en los escritos de Fidel Castro y
Ernesto Che Guevara. Precisamente se consideraba al Che como uno de los dirigentes
revolucionarios que más contribuyó a una nueva interpretación del marxismo.
[1] Fragmentos del trabajo de Débora Ermosi, Los jóvenes comunistas y la FJC
durante el período postdictatorial (1983-1989), presentado en las XIV Jornadas
Interescuelas/Departamentos de Historia. Departamento de Historia de la
Facultad de Filosofía y Letras. Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, 2013.
[2]
V. Manzano, “Cultura,
política y movimiento estudiantil secundario en la Argentina de la segunda
mitad del siglo XX”, en: Revista
Propuesta Educativa, FLACSO, 2009
[3]
Athos Fava, Qué opinamos los comunistas. Propuestas para
la transición a la democracia, Buenos Aires, Anteo, 1983.
[4]
Isidoro Gilbert, La FEDE. Alistándose para la revolución,
Buenos Aires, Sudamericana, 2009.
[5]
Cecilia Braslavsky,
La juventud argentina: informe de
situación, Buenos Aires, CEAL, 1987.
[6]
A.J. Ramírez y J. Viguera,
“La protesta social en la Argentina entre los setenta y los noventa. Actores,
repertorios y horizontes”, por aparecer en Matériaux
pour l´histoire de notre temps, N° 77, París, 2002.
[7]
Nueva
Era, Buenos Aires,
1983, p. 9.
[8]
Nueva
Era, Buenos Aires,
1983, p. 23.
Hoy necesitamos un partido más activo y sin sectarismo y dogmatismo ,es hora de recuperar las calles
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