Páginas rojas





por Adriana Petra.

El comienzo del periodo “estalinista” de la edición comunista, que Wolikow fecha en 1929, en la Argentina coincide con el golpe de Estado de 1930, que al poner fin al gobierno democrático del radical Hipólito Yrigoyen inaugura un periodo de más de 50 años de persecuciones, censura y legalidad intermitente para el PCA.

En la década larga previa al siguiente golpe militar, el de 1943, el comunismo argentino logra convertirse en un actor relevante del mundo del trabajo y en la organización más poderosa del proletariado industrial, superando a las corrientes socialistas, anarquistas y sindicalistas[1]. Es el momento en que la prensa de fábrica florece, aunque también se editan revistas político-culturales con vínculos diversos con el partido y que en ocasiones editan libros, como Actualidad, Contra. La revista de los francotiradores y Nueva Revista. El Comité Central edita su órgano teórico, la revista Soviet, dirigida por Rodolfo Ghioldi[2]

Con el fin del tercer periodo y el comienzo de la etapa frentepopulista la presencia y la intervención en la escena pública de los comunistas, a través de las organizaciones antifascistas, se amplía considerablemente, particularmente entre los sectores letrados, que previsiblemente se inclinan por el género revista. La Asociación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (AIAPE), fundada en 1935 bajo la iniciativa de Ponce y con ramificaciones en Chile y Uruguay, edita Unidad por la defensa de la cultura entre 1936 y 1939 y, superado el mal trago que provoca el paréntesis neutralista, entre 1941 y 1943 Nueva Gaceta. La AIAPE maneja una pequeña editorial que publica Cuadernos de la AIAPE y luego una serie de títulos bajo el sello Ediciones AIAPE. La otra organización antifascista importante, el Comité contra el Racismo y el Antisemitismo, edita el boletín Contra el racismo y el antisemitismo y una reducida cantidad de folletos. Aníbal Ponce, además, anima la revista Dialéctica (1936), que ofrecía una colección de literatura marxista bajo la denominación Biblioteca Dialéctica

En un documentado artículo sobre las editoriales comunistas latinoamericanas en la década de 1930, Sebastián Rivera Mir ha notado que al menos hasta 1935 éstas se movieron en un escenario limitado, restringido por la censura y las persecuciones pero también por el sectarismo y la rigidez de la línea política, a pesar de lo cual lograron establecer redes de producción y circulación de material impreso, sea a través de los circuitos militantes, de las redes editoriales propiamente dichas o de las estructuras transnacionales del movimiento comunista. Rivera Mir enfatiza que con el cambio de táctica de 1935 se acrecentaron enormemente las posibilidades editoriales del mundo comunista, que se abrió a una renovación de públicos, autores y temas. La situación política interna de cada país fue fundamental en la capacidad de cada partido de aprovechar la oportunidad que se presentaba, por esta razón fue en el México de Lázaro Cárdenas y en el Chile del Frente Popular, donde se desarrollaron proyectos editoriales ambiciosos que terminaron desplazando la centralidad hasta entonces concedida a los comunistas argentinos. A contrapelo, el PCA apostará a un proyecto editorial, el primero organizado con cierta formalidad, cuando el antifascismo se interrumpa abruptamente con el pacto de No Agresión que en 1939 firmaron las cancillerías alemana y soviética.

“La nueva política de la Kominterm resultó particularmente atractiva para la editoriales de dos de los países más alejados entre sí del continente: Chile y México. El ascenso político del Frente Popular chileno; que lo llevaría a la presidencia en 1938 y el triunfo del cardenismo en 1934, envolvieron un importante impulso para la labor editorial del comunismo. Ediciones Frente Cultural en México y Editorial Antares en Chile fueron quienes mejor aprovecharon este momento. Ambas mantenían una relación de autonomía respecto del partido local, aunque sus trayectorias en esta década concluyeron de manera diferente.”[3].

En un momento de reconfiguración y expansión del mercado del libro latinoamericano, en buena medida por los efectos perniciosos que la Guerra Civil tuvo también en el mercado del libro español, cuyos editores y casas editoriales se vieron obligados a cerrar o marchar al exilio, los comunistas latinoamericanos dieron sus primeros pasos en la que con los años se convertirá en la mayor empresa de edición política del continente. En efecto, ninguna otra familia política, ni de izquierdas ni de derechas, logrará la presencia y el volumen de los libros editados bajo la órbita comunista. En este contexto, mientras en Buenos Aires se fundan sucesivamente las filiales de las casas españolas Espasa Calpe, Losada, Sudamericana, Emecé y Santiago Rueda, el traductor, agitador y militante transnacional Carlos Dujovne saca a la calle el primero de los libros de la Editorial Problemas: El Proletariado y la Guerra actual, del Giorgi Dimitrov. Documento que funda la ruptura, que luego se revelará circunstancial, del espacio antifascista en el que hasta el momento habían prosperado los comunistas argentinos en el clima hostil de los ‘30, la elección de este título parece indicar la necesidad del partido de impulsar un sello que expresara el fabuloso viraje de la política soviética, que le costó no pocas anatemas entre los sectores progresistas locales. En el mismo contexto, el partido publica en condiciones de semilegalidad el diario La Hora, cuyo primer número aparece en enero de 1940.

La Editorial Problemas fue clausurada en 1943, luego de haber editado más de 100 títulos, entre folletos de bajo costo y libros de autores clásicos del marxismo, literatura, filosofía e historia. Bajo el lema, “El libro para el obrero”, Dujovne impulsó una librería en pleno centro de Buenos Aires y una serie de actividades de divulgación destinadas a acercar la literatura comunista a públicos ampliados, entre los que se contaban las mujeres y los niños. La empresa parecía un éxito, pero las sucesivas persecuciones, decomisos e incluso incendios públicos de sus libros por parte de las autoridades policiales, determinaron su cierre definitivo en 1948, luego de haber resurgido por segunda vez en 1945, tras dos años de clausura y cárcel para su director. En esta ocasión, es probable que haya pesado más el hecho de que Dujovne experimentará ciertas dudas respecto a las posiciones intransigentes que el partido adoptó respecto al peronismo que el acoso estatal, que fue menor durante los primeros años de gobierno de Juan Domingo Perón. En efecto, el volumen de títulos editados por el partido y/o sus editoriales amigas alcanzó en 1946 picos que ya no se volverían a repetir en todo el siglo, pero fue un momento de libertad totalmente efímero. Problemas editó más de 150 títulos entre 1939 y 1948, convirtiéndose en una de las experiencias más importantes de edición comunista de la región. Su desarrollo, así como su ocaso, plantea algunas preguntas cruciales para la investigación acerca de las relaciones entre edición y política: el rol de la censura y la persecución ideológica en la configuración de un espacio editorial ligado a las izquierdas durante el siglo XX, el carácter heterónomo de la actividad editorial comunista y el modo en que este carácter debe ser abordado, la relación entre política, cultura y mercado y el tratamiento de los editores políticos como un tipo particular de agente del mundo del libro, entre las más importantes[4].

El corte abrupto de toda la actividad comunista en 1943 abre un periodo de clandestinidad que más tarde será recordado, emulando a los comunistas europeos, como la etapa de “la resistencia”. Orientación y La Hora son clausurados, se les quita la cuota de papel prensa y sus bienes son incautados. Varios meses después del derrocamiento del segundo gobierno peronista en 1955 los comunistas seguían reclamando que les fueran restituidos. Al poco tiempo del golpe, ve la luz Unidad Nacional, que llega a tirar 50.000 ejemplares y más tarde, en el mes de setiembre, Prédica, cuyo personal terminará rápidamente en la cárcel. En abril de 1945 se publica en forma legal el primero de los 24 números del semanario El Patriota. Toda la nación unida para derrotar el fascismo, dirigido por el escritor realista Álvaro Yunque, y en forma clandestina Patria Libre. En esos años, Montevideo vuelve a ocupar un lugar central en el sistema editor de las izquierdas rioplatenses. Los dirigentes y militantes exiliados fundan publicaciones, crean asociaciones y transmiten sus opiniones por la radio con el fin de dar a conocer en el continente la naturaleza de la dictadura argentina. Rodolfo Ghioldi dirige desde agosto de 1943 el periódico Pueblo Argentino, el que más tarde, cuando se convierte en órgano de la asociación de exiliados Patria Libre, tendrá al frente al político radical Silvano Santander. Desde Montevideo, los comunistas argentinos montaron un foco de noticias de irradiación continental destinado a defender la interpretación de que el gobierno argentino era el “pulmón del Eje” en América Latina y por lo tanto una amenaza para la unidad continental y para la política panamericanista[5].

A finales de 1945, en el marco del llamado a elecciones en que los comunistas enfrentaron a Perón en una alianza con radicales, socialistas, demócratas progresistas, conservadores y liberales que llevó el nombre de Unión Democrática, la libertad de prensa es recuperada. Orientación y La Hora vuelven a editarse, y lo harán de manera regular hasta 1950, cuando son clausurados nuevamente y en su reemplazo comienza a editarse clandestinamente Nuestra Palabra. La imposibilidad de editar en condiciones de legalidad dota a los comunistas de un particular discurso sobre la función de la prensa y la palabra escrita, que al mismo tiempo que acentúa los aspectos de la agitación militante y la organización partidaria por sobre algún interés de tentar el camino de una prensa popular de masas, otorga a la circulación de la letra impresa un carácter épico y sacrificial. El PCA, se afirmaba, era el héroe máximo de la resistencia y uno de sus diarios clandestinos, Unidad Nacional, un ejemplo en la “historia mundial de la prensa democrática clandestina”

“Por cada redactor, distribuidor o impresor que en las cámaras de tortura mordía entre agónicos dolores los nombres de sus camaradas para no entregarlos a los buitres, diez nuevos surgían de las filas partidarias, dispuestos a llevar el conocimiento a las masas a toda costa, sin límites de esfuerzos ni penurias, la línea de salvación nacional”[6].

En un sentido similar se expresa Orientación en ocasión de cumplirse su décimo aniversario. Anunciando que el XI Congreso del PCA había decidido que el 14 de setiembre, fecha de su primera publicación, fuera conmemorado como el Día Nacional de la Prensa Comunista, explicaba: No ha sido este un decenio de placidez ni de conformismo. Mil borrascas ha debido afrontar el órgano oficial, llevando semanalmente a muchos millares de lectores la palabra del Partido Comunista, defendiendo los intereses inmediatos e mediatos de nuestra clase obrera, de los campesinos, de las masas trabajadoras argentinas; en defensa de los altos intereses generales a toda la población sana del país: la democracia, el progreso, la independencia nacional. Repetidas suspensiones, prolongadas clausuras, encarcelamiento de sus responsables y redactores: fue el peso que la reacción impuso a esta labor pionera de Orientación”[7].

En efecto, desde el golpe de 1943 y a lo largo de los gobiernos peronistas, con la excepción ya mencionada de 1946, la prensa comunista sufrió acosos y debió aparecer en condiciones de cuasi legalidad, y lo mismo sucedió con las editoriales, las que sin embargo se expandieron notablemente, a la par y como parte de un proceso de profesionalización del trabajo intelectual que se hace evidente en los años posteriores al fin de la segunda guerra[8]. Vayan algunos ejemplos. Los primeros títulos de la Editorial Lautaro, una de las más importantes del periodo, aparecieron en 1942. Se trataba de La actividad cerebral, de Y. P. Frolov, Días de infancia, de Máximo Gorki y, como parte de un proceso de nacionalización de los catálogos propio de todo el mundo comunista durante el periodo frentepopulista, El pensamiento de Mariano Moreno, primer volumen de la Biblioteca de Pensamiento Argentino que dirige el historiador Rodolfo Puiggrós, más tarde expulsado por sus simpatías peronistas. Lautaro fue fundada por Sara Maglione Jorge, entonces compañera de unos de los primeros directores de Orientación, Faustino Jorge, como un emprendimiento independiente del partido pero vinculado a su órbita de influencia. Entre 1942 y 1966 la Editorial publicó casi 280 títulos en varias colecciones sobre los más diversos temas y su dueña fue una de las editoras más prolíferas y activa en el mundo del libro de su tiempo. En 1950, mediante la iniciativa de Héctor P. Agosti publicó lo que tal vez sería su mayor aporte a la historia de la recepción del marxismo occidental europeo en América Latina: la edición en español de las Cartas de la Cárcel de Antonio Gramsci, que fue seguida en los años sucesivos por los cuatro tomos de los Cuadernos de la Cárcel, los primeros editados fuera de Italia[9].

Bajo un esquema muy diferente, en 1942 también comenzó su actividad la Editorial Anteo, sello oficial del PCA dedicado de manera sistemática por las décadas siguientes a la literatura doctrinal, documentos partidarios y discursos de los dirigentes. Al mismo tiempo comienza a distribuirse en Buenos Aires la versión en español de la revista Literatura Internacional, que bajo la dirección del español César Arconada y el hispanista y traductor ruso Fiodor Kelin se edita desde entonces con el objetivo de poner en contacto a los lectores hispanoparlantes con las producciones soviéticas. Dos años después, el escritor Raúl Larra da forma a Futuro, cuyos títulos están dedicados principalmente a la literatura y la historia. 

En este periodo, el trabajo editorial del comunismo, incluso de aquellos emprendimientos que no eran oficiales, se interrumpe constantemente por obra de la persecución estatal. La Editorial Lautaro, por ejemplo, sufre su primera clausura en 1943, al poco tiempo de haber inaugurado. El motivo aducido fue la publicación del libro del periodista americano Quentin Reynolds, Solamente las estrellas son neutrales. La segunda se produce en 1948, invocando la inmoralidad de textos como El existencialismo de Henri Lefebvre y De la docta ignorancia de Nicolás de Cusa. El procedimiento se repite en 1952, 1953 y 1955, cuando además el gobierno municipal de Buenos Aires dispone la destrucción de todo el material guardado en los depósitos, unos 4000 volúmenes que fueron incinerados en una usina del barrio porteño de Flores. Un saqueo similar sufre, el mismo año, la Editorial Hemisferio, propiedad del emigrado ruso Gregorio Lerner, quien terminó en la cárcel de Villa Devoto acusado de comandar una editorial comunista, aunque en su declaración judicial afirmó haber sido expulsado del partido en 1942. 

Con el fin de la guerra la actividad editorial ligada al comunismo se reorganiza, en buena medida por el clima favorable que acompaña el papel de la URSS en la derrota del facismo. El partido crea una distribuidora propia, Amauta, que es también editorial y librería, y organiza la Distribuidora Rioplatense de Libros Extranjeros (DIRPLE), que hace circular entre el público argentino publicaciones soviéticas y revistas comunistas extranjeras y que con el tiempo formará un red de escala continental de representantes que vendían libros y colaboraban en la formación de librerías partidarias en distintos países latinoamericanos[10]. En el mismo periodo se crean sellos de existencia efímera como Argonauta y Elevación y la Editorial Brújula, dedicada a la juventud. El restablecimiento de las relaciones internacionales permite que el trabajo editorial encuentre un nuevo cauce a través de las instituciones diplomáticas del Estado Soviético, como el Instituto Cultural Argentina-Rusia (ICAR, desde 1953 Instituto de Relaciones Culturales Argentina-URSS), que entre sus labores de diplomacia cultural editó una serie de revistas especializadas dedicadas a la juventud, el teatro y la medicina, además de la publicación trimestral Argentina y la URSS que en esta época alcanzó un tiraje de 20.000 ejemplares. En agosto de 1954, la sección de Información de la embajada de la URSS en la Argentina comienza a editar un tabloide a todo color, Novedades de la Unión Soviética, que aparece casi sin interrupciones hasta 1990. 

En los mismos años, la actividad revisteril tiende a concentrarse en áreas culturales, teóricas e incluso disciplinares específicas. En el contexto de llamado al orden que trae consigo la Guerra Fría, la especialización es también una forma de disciplinamiento ideológico. En 1949, el Comité Central del PCA crea Nueva Era, revista teórica dirigida por Victorio Codovilla. Casi al mismo tiempo, en el marco de las llamadas “purgas antivanguardistas” que se sucedieron desde 1948 como consecuencia de los ecos locales de la nueva política cultural soviética, asociada al nombre de Andrei Zhdánov, Héctor P. Agosti consigue publicar Nueva Gaceta, una revista cultural quincenal con un contenido a meditado contrapelo del clima de sectarismo reinante. Al año siguiente, el partido promueve la publicación de Cuadernos de Cultura Democrática y Popular, con el objetivo de difundir las tesis zhdánovistas para el arte y la ciencia. En 1952, luego de un agria polémica sobre el “carácter burgués” de Roberto Arlt y su literatura, la revista pasa a llamarse solo Cuadernos de Cultura, mejora su formato y comienza a estar dirigida por un triunvirato formado por el joven Roberto Salama (espada local del zhdánovismo que termina retirándose al poco tiempo), el ensayista Héctor P. Agosti y el médico Julio Luis Peluffo, integrante del cohesionado grupo de psiquiatras pavlovianos argentinos. Cuadernos de Cultura se convirtió, a partir de entonces, en la más importante revista de cultura del comunismo argentino.

A este panorama hay que agregar las publicaciones de las organizaciones supranacionales de carácter continental y global movilizadas por los comunistas en el marco de la llamada “lucha por la paz”, el motivo ideológico que estructuró las batallas culturales de la Guerra Fría desde fines de la década de 1940. En la Argentina, el Consejo por la Paz editó la revista Por la Paz (entre 1955 y 1957, Vocero de la Paz), dirigida por María Rosa Oliver, un nodo de una vasta red de publicaciones del pacifismo soviético que incluía a la brasileña Revista Para Todos, dirigida por Jorge Amado, la colombiana Paz y Democracia, el mensuario mexicano Paz, Mass and Mainstream, editada en Nueva York por Samuel Sillen y, en el centro, Defense de la Paix (luego Horizons), que desde París dirigía Pierre Cot y que se editaba en 13 lenguas y 20 países. Otras organizaciones ligadas al activismo intelectual comunista de la primera Guerra Fría también editaron publicaciones. El Congreso Argentino de la Cultura publicó un Boletín entre 1953 y 1954, y lo mismo hizo la Casa de la Cultura Argentina entre 1955 y 1958.

La actividad editorial oficial del partido se diversifica aún más luego de 1955. Ese año comienza su actividad Platina, con un catálogo amplio de cultura comunista dedicada a la literatura, la filosofía, la política y la psiquiatría; y Cartago, volcada a la publicación de clásicos del marxismo, ciencia y literatura argentina. En los años siguientes, y hasta 1966, cuando un nuevo golpe militar corte abruptamente la labor impresa de las izquierdas, aparecen sellos como Procyon, Quetzal, Nuevas Sendas y Hemisferio, todas ligadas en escalas diversas al mundo comunista. La mayoría de estos sellos se unieron en una cooperativa de distribución de libros y publicaciones que fue bautizada como Codilibro. 

El breve periodo de legalidad del que gozan los comunistas durante el inicio del gobierno del radical Arturo Frondizi, cuya candidatura apoyaron con no pocas esperanzas, se traduce en la reorganización de la prensa local y un paralelo relanzamiento de empresas transnacionales que intentaron recomponer el golpeado sistema del internacionalismo comunista posterior a Hungría. En mayo de 1958 reaparece La Hora, que se mantiene por apenas 8 meses, y también fugazmente Pueblo Unido. Nuestra Palabra, bajo la dirección de Agosti, se convierte por un tiempo en una publicación político-ideológica que circula por suscripción.

Como ha explicado Tobias Rupprechet, luego de la muerte de Stalin la Unión Soviética puso fin a un período de extremo aislamiento y el internacionalismo volvió a ser un componente de su proyecto, que se reconectó con la cultura contemporánea a través de un aceitado mecanismo de diplomacia cultural que tuvo en las publicaciones un pivote central. Este “internacionalismo cultural” se enfocó en mostrar a la URSS como un modelo alternativo de desarrollo y rápida modernización, y tuvo en América Latina un área de sostenido interés por parte de las nuevas elites soviéticas, que advirtieron su importancia para las batallas ideológicas de la Guerra Fría[11]. Desde mediados de la década de 1950 el sistema de publicaciones soviético se amplió considerablemente hacia la traducción en lenguas extranjeras, entre ellas el español y el portugués, al mismo tiempo que los formatos y lenguajes se modernizaban y llenaban de fotografías y colores. Publicaciones como Unión Soviética. Revista sociopolítica ilustrada, Novedades de la Unión Soviética, Novedades de MoscúDeporte en la URSS y más tarde Sputnik transmitían una imagen del socialismo como un modelo de industrialización, desarrollo  y modernidad. En 1958 aparece en español Problemas de la Paz y el Socialismo (luego Revista Internacional), revista teórica y de información de los partidos socialistas y obreros, que es reimpresa y distribuida por Editorial Anteo, y algunos meses después Literatura Soviética, publicada por Ediciones Cultura, una sociedad de responsabilidad limitada creada en 1954 por militantes ucranianos y bielorrusos como el fin de editar libros y folletos y gestionar la compraventa, importación, exportación y transferencia de derechos de propiedad intelectual. Una de las instituciones culturales soviéticas más longevas e importantes en la articulación de una red transnacional de intelectuales, escritores y artistas, la Sociedad de Relaciones Culturales de la URSS con el extranjero (VOKS), editó en este periodo la revista mensual Cultura y Vida, que apareció desde 1957 hasta mediados de la década de 1980. 

En ese sistema de propaganda y transferencias culturales, los países del Este, las llamadas “democracias populares”, también desarrollaron una intensa actividad editorial destinada al público latinoamericano. Michal Zourek ha señalado que solo en 1961, en Checoslovaquia se publicaron 19 periódicos en varias lenguajes extranjeras, 10 de ellos en español. La revista mensual Vida Checoslovaca tenía un tiraje de 30.000 ejemplares y en Buenos Aires, así como en México y Río de Janeiro, se distribuía también el boletín Checoslovaquia, dedicado a promover el comercio exterior[12]. Otro tanto puede decirse de las traducciones y la edición de libros, que en una u otra dirección alcanzaban tiradas monumentales y establecieron un verdadero circuito allternativo de legitimación y consagración de autores y títulos. Vaya un ejemplo. La novela de Julius Fučík, Reportaje al pie del Patíbulo, se publicó por primera vez en Buenos Aires en 1950 y desde entonces fue reeditada 12 veces. Su traductor, Alfredo Varela, funcionario del Movimiento por la Paz que vivió largos años en Praga, logró que su novela sobre los yertabales del Alto Paraná, El Río Oscuro, fuera traducida al checo y editada en tres oportunidades con una tirada total de 65.000 copias. 

Desde 1955 y por la próxima década los comunistas formarán parte, y deberán afrontar, el clima de efervescencia y aguda politización que atravesó el campo cultural por las siguientes dos décadas. Una escena precipitada por la crisis que provoca el fin de la experiencia peronista entre ciertos sectores letrados y de clases medias, que en el caso comunista se agudiza con el cisma que provocó el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS (PCUS) y la casi inmediata invasión soviética a Hungría en 1956. En la Argentina como en el resto del mundo, las editoriales comunistas, partidarias o amigas, atraviesan un profundo proceso de mutación ideológica que se combina con cambios en la industria del libro y la cultura de masas. Los años 1960 son, en muchos sentidos, la edad de oro de la edición sobre temas políticos, fenómeno en el que confluyen tanto el auge y profesionalización de las ciencias sociales y la conversión del marxismo en un hecho de cultura más allá de los límites de las formaciones partidarias, como los procesos globales ligados a la descolonización y los motivos tercermundistas. Una editorial como Jorge Alvarez ilustra bien esta mutación, a la par de experiencias como EUDEBA y Centro Editor de América Latina[13]. En ese contexto, los libros editados bajo la órbita comunista encontraron numerosos competidores y sus temas y autores languidecieron a la par de los cuestionamientos políticos e ideológicos a la “izquierda tradicional”.

Las revistas –género ideal para las épocas de crisis y grandes mutaciones y soporte maleable a la intervención de coyuntura–, sin embargo, florecieron.  Comandadas en casi todos los casos por jóvenes que comenzaban a tener un lugar destacado en las discusiones partidarias y que muy pronto serán apartados bajo acusaciones de desviacionismo o herejía, en esos años aparecen: Gaceta Literaria bajo la dirección de Pedro Orgambide y Roberto Hosne, Por. Revista Mensual de Cultura, promovida por José Luis Mangieri, Floreal Mazía y Roberto Salama, Nueva Expresión, de Juan Carlos Portantiero, Mario Jorge de Lellis y Héctor Bustingorri, El Escarabajo de Oro, de Abelardo Castillo, la revista universitaria del Mar Dulce, Hoy en la Cultura, de Pedro Orgambide, Pasado y Presente, impulsada por José María Aricó, Héctor Schmucler y Oscar del Barco y La Rosa Blindada, dirigida por Mangieri y Carlos Brocato. Muchos de los grupos que impulsaron estas publicaciones emprendieron también experiencias editoriales, como fue el caso de los Cuadernos de Pasado y Presente.

En este artículo he ofrecido un panorama descriptivo y general de la edición comunista en el periodo que va desde 1917, con el nacimiento del semanario La Internacional como vocero del PSI, y llega hasta mediados  de la década de 1960. Con el golpe de Estado de 1966, cuando el militar Juan Carlos Onganía desplaza del poder al gobierno constitucional de Arturo Illia, la historia de la edición comunista cierra un ciclo, que aunque estuvo marcado por la censura y las persecuciones, pero también por problemas propios de su carácter cultural heterónomo, alcanzó un notable grado de eficiencia y desarrollo. A partir de entonces, los cambios en la escena política pero también en la morfología del campo intelectual, la radicalización de amplios sectores juveniles y obreros pero también ciertas innovaciones en el mercado del libro y en la idea mismo de “libro político”, confluyeron para modificar la actividad impresa del comunismo, que se enfrenta a nuevos actores y dinámicas tanto a nivel local como global. En el cuadro aquí trazado he incluido a la prensa partidaria, las editoriales y las revistas culturales y político-culturales editadas por el partido, pero también por grupos intelectuales, por organizaciones frentistas, por asociaciones culturales y por instituciones oficiales del estado soviético y del movimiento comunista internacional. En conjunto, éstas dieron forma a un sistema impreso de escala local, regional e internacional que se constituyó en la más importante experiencia de edición política en la primera mitad del siglo XX. Como paso siguiente a este primer acercamiento, considero que un estudio pormenorizado de las lógicas de funcionamiento y de las diversas facetas de este sistema permitiría, superado el desafío que supone, observar un capítulo aún inexplorado de la historia de la cultura comunista argentina pero también, y esto me parece fundamental, de la constitución de un espacio específico de edición de temas políticos que cumplió funciones y desempeñó un papel en el espacio del libro y las publicaciones periódicas en la Argentina y América Latina.

 


(Fragmento del trabajo de Andrea Petra, Libros, revistas y publicaciones del comunismo argentino. Una introducción, en: http://sedici.unlp.edu.ar/handle/10915/127620, marzo de 2020.)



[1] Hernán Camarero, Tiempos rojos. El impacto de la Revolución Rusa en la Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2017.

[2] Actualidad económica-política-social. Publicación ilustrada, fue dirigida por el escritor y dramaturgo Elías Castelnuovo; Contra, por el poeta Raúl González Tuñón; y Nueva Revista por Aníbal Ponce en colaboración con Faustino Jorge y los escritores Álvaro Yunque y Cayetano Córdova Iturburu. 

[3] Sebastián Rivera Mir, “Las editoriales comunistas en América Latina durante la década de 1930. La teoría para la acción revolucionaria”. en: Santiago Aránguiz Pinto y Patricio Herrera González (eds), Los comunismos en América Latina. Recepciones y militancias (1917-1955). Tomo 1, Santiago de Chile, Historia Chilena, 2018, p. 179.

[4] Me ocupé de esta experiencia editorial y trabajé alguno de estos problemas en “Hacia una historia del mundo impreso del comunismo argentino. La editorial Problemas (1939-1948)” en: Granados, Aimer y Sebastián Rivera Mir, Prácticas editoriales y cultura impresa entre los intelectuales latinoamericanos en el siglo XX, Zinacantepec, Estado de México y El Colegio Mexiquense y Universidad Autónoma Metropolitana, 2018.

[5] Sobre las lecturas de la experiencia argentina luego de 1943 ver el caso del comunismo chileno Joaquín Fernández Abara, “En lucha contra el pulmón de la conspiración fascista en América Latina. Los comunistas chilenos ante el proceso político argentino y el gobierno de la revolución de junio (1943-1945)”, en: Santiago Aránguiz Pinto y Patricio Herrera González (eds), Los comunismos en América Latina. Recepciones y militancias (1917-1955). Tomo 2, Santiago de Chile, Historia Chilena, 2018, pp. 111-152.  

[6] “Páginas de Historia. 4 de junio de 1943- 6 de agosto de 1945”, en: Orientación, Buenos Aires, setiembre de 1945.

[7] “Celébrase el X Aniversario de Orientación”, en: Orientación, Buenos Aires, agosto de 1946.

[8] Adriana Petra, Intelectuales y cultura comunista. Itinerarios, problemas y debates en la Argentina de posguerra, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2017, pp. 75-137.

[9] Las obras de Gramsci fueron las siguientes: Cartas de la Cárcel (1950, traducido por Gabriela Monner y prólogo de Gregorio Berman), El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce (1958, con traducción de Isidoro Flaumbaum y prólogo de Agosti); Los intelectuales y la organización de la cultura (1960, con traducción de Raúl Sciarreta); Literatura y Vida Nacional (1961, traducción de José María Aricó y prólogo de Héctor Agosti), Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el estado moderno (1962, traducción y prólogo de José María Aricó).

[10] A pesar de las imprecisiones en fechas y datos, es interesante ver el testimonio sobre Dirple de Haroldo Arcella recogido en Horacio A. López, Las editoriales rojas. De la Internacional a Cartago, Buenos Aires, Luxemburg, 2018. 144-148.

[11] Tobías Rupprechet, Soviet Internationalism after Stalin Interaction and Exchange between the USSR and Latin America during the Cold War, Cambridge, Cambridge University Press, 2015, p 9.

[12] Michal Zourek, Praga y los intelectuales latinoamericanos (1947-1959), Rosario, Prohistoria, 2019, p. 31.

[13] Para un estudio de caso que analiza muy bien este proceso, aunque para el espacio europeo, remito a Vallotton, François, Damien Carron et Pierre Jeanneret, Livre et militantisme: La Cité éditeur 1958-1967, Lausanne, Editios d’ en bas, 2007.


Comentarios

Actualidad de una ausencia

La diferencia comunista

La Ferifiesta Comunista (I): 1984

Comunista sin carnet