Páginas rojas
por
Adriana Petra.
El
comienzo del periodo “estalinista” de la edición comunista, que Wolikow fecha
en 1929, en la Argentina coincide con el golpe de Estado de 1930, que al poner
fin al gobierno democrático del radical Hipólito Yrigoyen inaugura un periodo
de más de 50 años de persecuciones, censura y legalidad intermitente para el
PCA.
En
la década larga previa al siguiente golpe militar, el de 1943, el comunismo
argentino logra convertirse en un actor relevante del mundo del trabajo y en la
organización más poderosa del proletariado industrial, superando a las
corrientes socialistas, anarquistas y sindicalistas[1]. Es el momento en que la
prensa de fábrica florece, aunque también se editan revistas político-culturales
con vínculos diversos con el partido y que en ocasiones editan libros, como Actualidad, Contra. La revista de los francotiradores y Nueva Revista. El Comité Central edita su órgano teórico, la
revista Soviet, dirigida por Rodolfo
Ghioldi[2].
Con
el fin del tercer periodo y el comienzo de la etapa frentepopulista la
presencia y la intervención en la escena pública de los comunistas, a través de
las organizaciones antifascistas, se amplía considerablemente, particularmente
entre los sectores letrados, que previsiblemente se inclinan por el género
revista. La Asociación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores
(AIAPE), fundada en 1935 bajo la iniciativa de Ponce y con ramificaciones en
Chile y Uruguay, edita Unidad por la
defensa de la cultura entre 1936 y 1939 y, superado el mal trago que
provoca el paréntesis neutralista, entre 1941 y 1943 Nueva Gaceta. La AIAPE maneja una pequeña editorial que publica Cuadernos de la AIAPE y luego una serie
de títulos bajo el sello Ediciones AIAPE. La otra organización antifascista
importante, el Comité contra el Racismo y el Antisemitismo, edita el boletín Contra el racismo y el antisemitismo y
una reducida cantidad de folletos. Aníbal Ponce, además, anima la revista Dialéctica (1936), que ofrecía una
colección de literatura marxista bajo la denominación Biblioteca Dialéctica.
En
un documentado artículo sobre las editoriales comunistas latinoamericanas en la
década de 1930, Sebastián Rivera Mir ha notado que al menos hasta 1935 éstas se
movieron en un escenario limitado, restringido por la censura y las
persecuciones pero también por el sectarismo y la rigidez de la línea política,
a pesar de lo cual lograron establecer redes de producción y circulación de
material impreso, sea a través de los circuitos militantes, de las redes
editoriales propiamente dichas o de las estructuras transnacionales del
movimiento comunista. Rivera Mir enfatiza que con el cambio de táctica de 1935
se acrecentaron enormemente las posibilidades editoriales del mundo comunista,
que se abrió a una renovación de públicos, autores y temas. La situación
política interna de cada país fue fundamental en la capacidad de cada partido
de aprovechar la oportunidad que se presentaba, por esta razón fue en el México
de Lázaro Cárdenas y en el Chile del Frente Popular, donde se desarrollaron
proyectos editoriales ambiciosos que terminaron desplazando la centralidad
hasta entonces concedida a los comunistas argentinos. A contrapelo, el PCA
apostará a un proyecto editorial, el primero organizado con cierta formalidad,
cuando el antifascismo se interrumpa abruptamente con el pacto de No Agresión
que en 1939 firmaron las cancillerías alemana y soviética.
“La
nueva política de la Kominterm resultó particularmente atractiva para la
editoriales de dos de los países más alejados entre sí del continente: Chile y
México. El ascenso político del Frente Popular chileno; que lo llevaría a la
presidencia en 1938 y el triunfo del cardenismo en 1934, envolvieron un
importante impulso para la labor editorial del comunismo. Ediciones Frente
Cultural en México y Editorial
Antares en Chile fueron quienes mejor aprovecharon este momento. Ambas
mantenían una relación de autonomía respecto del partido local, aunque sus
trayectorias en esta década concluyeron de manera diferente.”[3].
En
un momento de reconfiguración y expansión del mercado del libro
latinoamericano, en buena medida por los efectos perniciosos que la Guerra
Civil tuvo también en el mercado del libro español, cuyos editores y casas
editoriales se vieron obligados a cerrar o marchar al exilio, los comunistas
latinoamericanos dieron sus primeros pasos en la que con los años se convertirá
en la mayor empresa de edición política del continente. En efecto, ninguna otra
familia política, ni de izquierdas ni de derechas, logrará la presencia y el
volumen de los libros editados bajo la órbita comunista. En este contexto,
mientras en Buenos Aires se fundan sucesivamente las filiales de las casas
españolas Espasa Calpe, Losada, Sudamericana, Emecé y Santiago Rueda, el
traductor, agitador y militante transnacional Carlos Dujovne saca a la calle el
primero de los libros de la Editorial Problemas: El Proletariado y la Guerra actual, del Giorgi Dimitrov. Documento
que funda la ruptura, que luego se revelará circunstancial, del espacio
antifascista en el que hasta el momento habían prosperado los comunistas
argentinos en el clima hostil de los ‘30, la elección de este título parece
indicar la necesidad del partido de impulsar un sello que expresara el fabuloso
viraje de la política soviética, que le costó no pocas anatemas entre los
sectores progresistas locales. En el mismo contexto, el partido publica en
condiciones de semilegalidad el diario La
Hora, cuyo primer número aparece en enero de 1940.
La
Editorial Problemas fue clausurada en 1943, luego de haber editado más de 100
títulos, entre folletos de bajo costo y libros de autores clásicos del
marxismo, literatura, filosofía e historia. Bajo el lema, “El libro para el
obrero”, Dujovne impulsó una librería en pleno centro de Buenos Aires y una
serie de actividades de divulgación destinadas a acercar la literatura
comunista a públicos ampliados, entre los que se contaban las mujeres y los niños.
La empresa parecía un éxito, pero las sucesivas persecuciones, decomisos e
incluso incendios públicos de sus libros por parte de las autoridades
policiales, determinaron su cierre definitivo en 1948, luego de haber resurgido
por segunda vez en 1945, tras dos años de clausura y cárcel para su director.
En esta ocasión, es probable que haya pesado más el hecho de que Dujovne
experimentará ciertas dudas respecto a las posiciones intransigentes que el
partido adoptó respecto al peronismo que el acoso estatal, que fue menor
durante los primeros años de gobierno de Juan Domingo Perón. En efecto, el
volumen de títulos editados por el partido y/o sus editoriales amigas alcanzó
en 1946 picos que ya no se volverían a repetir en todo el siglo, pero fue un
momento de libertad totalmente efímero. Problemas editó más de 150 títulos
entre 1939 y 1948, convirtiéndose en una de las experiencias más importantes de
edición comunista de la región. Su desarrollo, así como su ocaso, plantea
algunas preguntas cruciales para la investigación acerca de las relaciones
entre edición y política: el rol de la censura y la persecución ideológica en
la configuración de un espacio editorial ligado a las izquierdas durante el
siglo XX, el carácter heterónomo de la actividad editorial comunista y el modo
en que este carácter debe ser abordado, la relación entre política, cultura y
mercado y el tratamiento de los editores políticos como un tipo particular de
agente del mundo del libro, entre las más importantes[4].
El
corte abrupto de toda la actividad comunista en 1943 abre un periodo de
clandestinidad que más tarde será recordado, emulando a los comunistas
europeos, como la etapa de “la resistencia”. Orientación y La Hora son
clausurados, se les quita la cuota de papel prensa y sus bienes son incautados.
Varios meses después del derrocamiento del segundo gobierno peronista en 1955
los comunistas seguían reclamando que les fueran restituidos. Al poco tiempo
del golpe, ve la luz Unidad Nacional,
que llega a tirar 50.000 ejemplares y más tarde, en el mes de setiembre, Prédica, cuyo personal terminará
rápidamente en la cárcel. En abril de 1945 se publica en forma legal el primero
de los 24 números del semanario El
Patriota. Toda la nación unida para derrotar el fascismo, dirigido por el
escritor realista Álvaro Yunque, y en forma clandestina Patria Libre. En esos años, Montevideo vuelve a ocupar un lugar
central en el sistema editor de las izquierdas rioplatenses. Los dirigentes y
militantes exiliados fundan publicaciones, crean asociaciones y transmiten sus
opiniones por la radio con el fin de dar a conocer en el continente la
naturaleza de la dictadura argentina. Rodolfo Ghioldi dirige desde agosto de
1943 el periódico Pueblo Argentino,
el que más tarde, cuando se convierte en órgano de la asociación de exiliados
Patria Libre, tendrá al frente al político radical Silvano Santander. Desde
Montevideo, los comunistas argentinos montaron un foco de noticias de
irradiación continental destinado a defender la interpretación de que el
gobierno argentino era el “pulmón del Eje” en América Latina y por lo tanto una
amenaza para la unidad continental y para la política panamericanista[5].
A
finales de 1945, en el marco del llamado a elecciones en que los comunistas
enfrentaron a Perón en una alianza con radicales, socialistas, demócratas
progresistas, conservadores y liberales que llevó el nombre de Unión
Democrática, la libertad de prensa es recuperada. Orientación y La Hora
vuelven a editarse, y lo harán de manera regular hasta 1950, cuando son
clausurados nuevamente y en su reemplazo comienza a editarse clandestinamente Nuestra Palabra. La imposibilidad de
editar en condiciones de legalidad dota a los comunistas de un particular
discurso sobre la función de la prensa y la palabra escrita, que al mismo
tiempo que acentúa los aspectos de la agitación militante y la organización
partidaria por sobre algún interés de tentar el camino de una prensa popular de
masas, otorga a la circulación de la letra impresa un carácter épico y
sacrificial. El PCA, se afirmaba, era el héroe máximo de la resistencia y uno
de sus diarios clandestinos, Unidad
Nacional, un ejemplo en la “historia mundial de la prensa democrática
clandestina”
“Por
cada redactor, distribuidor o impresor que en las cámaras de tortura mordía
entre agónicos dolores los nombres de sus camaradas para no entregarlos a los
buitres, diez nuevos surgían de las filas partidarias, dispuestos a llevar el
conocimiento a las masas a toda costa, sin límites de esfuerzos ni penurias, la
línea de salvación nacional”[6].
En
un sentido similar se expresa Orientación
en ocasión de cumplirse su décimo aniversario. Anunciando que el XI Congreso
del PCA había decidido que el 14 de setiembre, fecha de su primera publicación,
fuera conmemorado como el Día Nacional de
la Prensa Comunista, explicaba: No ha sido este un decenio de placidez ni
de conformismo. Mil borrascas ha debido afrontar el órgano oficial, llevando
semanalmente a muchos millares de lectores la palabra del Partido Comunista,
defendiendo los intereses inmediatos e mediatos de nuestra clase obrera, de los
campesinos, de las masas trabajadoras argentinas; en defensa de los altos
intereses generales a toda la población sana del país: la democracia, el
progreso, la independencia nacional. Repetidas suspensiones, prolongadas
clausuras, encarcelamiento de sus responsables y redactores: fue el peso que la
reacción impuso a esta labor pionera de Orientación”[7].
En
efecto, desde el golpe de 1943 y a lo largo de los gobiernos peronistas, con la
excepción ya mencionada de 1946, la prensa comunista sufrió acosos y debió
aparecer en condiciones de cuasi legalidad, y lo mismo sucedió con las
editoriales, las que sin embargo se expandieron notablemente, a la par y como
parte de un proceso de profesionalización del trabajo intelectual que se hace
evidente en los años posteriores al fin de la segunda guerra[8]. Vayan algunos ejemplos.
Los primeros títulos de la Editorial Lautaro, una de las más importantes del
periodo, aparecieron en 1942. Se trataba de La
actividad cerebral, de Y. P. Frolov, Días
de infancia, de Máximo Gorki y, como parte de un proceso de nacionalización
de los catálogos propio de todo el mundo comunista durante el periodo
frentepopulista, El pensamiento de
Mariano Moreno, primer volumen de la Biblioteca de Pensamiento Argentino
que dirige el historiador Rodolfo Puiggrós, más tarde expulsado por sus
simpatías peronistas. Lautaro fue fundada por Sara Maglione Jorge, entonces
compañera de unos de los primeros directores de Orientación, Faustino Jorge, como un emprendimiento independiente
del partido pero vinculado a su órbita de influencia. Entre 1942 y 1966 la Editorial
publicó casi 280 títulos en varias colecciones sobre los más diversos temas y
su dueña fue una de las editoras más prolíferas y activa en el mundo del libro
de su tiempo. En 1950, mediante la iniciativa de Héctor P. Agosti publicó lo
que tal vez sería su mayor aporte a la historia de la recepción del marxismo
occidental europeo en América Latina: la edición en español de las Cartas de la Cárcel de Antonio Gramsci,
que fue seguida en los años sucesivos por los cuatro tomos de los Cuadernos de la Cárcel, los primeros
editados fuera de Italia[9].
Bajo
un esquema muy diferente, en 1942 también comenzó su actividad la Editorial
Anteo, sello oficial del PCA dedicado de manera sistemática por las décadas
siguientes a la literatura doctrinal, documentos partidarios y discursos de los
dirigentes. Al mismo tiempo comienza a distribuirse en Buenos Aires la versión
en español de la revista Literatura
Internacional, que bajo la dirección del español César Arconada y el
hispanista y traductor ruso Fiodor Kelin se edita desde entonces con el
objetivo de poner en contacto a los lectores hispanoparlantes con las
producciones soviéticas. Dos años después, el escritor Raúl Larra da forma a Futuro,
cuyos títulos están dedicados principalmente a la literatura y la
historia.
En
este periodo, el trabajo editorial del comunismo, incluso de aquellos
emprendimientos que no eran oficiales, se interrumpe constantemente por obra de
la persecución estatal. La Editorial Lautaro, por ejemplo, sufre su primera
clausura en 1943, al poco tiempo de haber inaugurado. El motivo aducido fue la
publicación del libro del periodista americano Quentin Reynolds, Solamente las estrellas son neutrales.
La segunda se produce en 1948, invocando la inmoralidad de textos como El existencialismo de Henri Lefebvre y De la docta ignorancia de Nicolás de
Cusa. El procedimiento se repite en 1952, 1953 y 1955, cuando además el
gobierno municipal de Buenos Aires dispone la destrucción de todo el material
guardado en los depósitos, unos 4000 volúmenes que fueron incinerados en una
usina del barrio porteño de Flores. Un saqueo similar sufre, el mismo año, la Editorial
Hemisferio, propiedad del emigrado ruso Gregorio Lerner, quien terminó en la
cárcel de Villa Devoto acusado de comandar una editorial comunista, aunque en
su declaración judicial afirmó haber sido expulsado del partido en 1942.
Con
el fin de la guerra la actividad editorial ligada al comunismo se reorganiza,
en buena medida por el clima favorable que acompaña el papel de la URSS en la
derrota del facismo. El partido crea una distribuidora propia, Amauta, que es
también editorial y librería, y organiza la Distribuidora Rioplatense de Libros
Extranjeros (DIRPLE), que hace circular entre el público argentino
publicaciones soviéticas y revistas comunistas extranjeras y que con el tiempo
formará un red de escala continental de representantes que vendían libros y colaboraban
en la formación de librerías partidarias en distintos países latinoamericanos[10]. En el mismo periodo se
crean sellos de existencia efímera como Argonauta y Elevación y la Editorial
Brújula, dedicada a la juventud. El restablecimiento de las relaciones
internacionales permite que el trabajo editorial encuentre un nuevo cauce a
través de las instituciones diplomáticas del Estado Soviético, como el
Instituto Cultural Argentina-Rusia (ICAR, desde 1953 Instituto de Relaciones
Culturales Argentina-URSS), que entre sus labores de diplomacia cultural editó
una serie de revistas especializadas dedicadas a la juventud, el teatro y la
medicina, además de la publicación trimestral Argentina y la URSS que en esta
época alcanzó un tiraje de 20.000 ejemplares. En agosto de 1954, la sección de
Información de la embajada de la URSS en la Argentina comienza a editar un
tabloide a todo color, Novedades de la
Unión Soviética, que aparece casi sin interrupciones hasta 1990.
En
los mismos años, la actividad revisteril tiende a concentrarse en áreas
culturales, teóricas e incluso disciplinares específicas. En el contexto de
llamado al orden que trae consigo la Guerra Fría, la especialización es también
una forma de disciplinamiento ideológico. En 1949, el Comité Central del PCA
crea Nueva Era, revista teórica
dirigida por Victorio Codovilla. Casi al mismo tiempo, en el marco de las
llamadas “purgas antivanguardistas” que se sucedieron desde 1948 como
consecuencia de los ecos locales de la nueva política cultural soviética,
asociada al nombre de Andrei Zhdánov, Héctor P. Agosti consigue publicar Nueva Gaceta, una revista cultural
quincenal con un contenido a meditado contrapelo del clima de sectarismo
reinante. Al año siguiente, el partido promueve la publicación de Cuadernos de Cultura Democrática y Popular,
con el objetivo de difundir las tesis zhdánovistas para el arte y la ciencia.
En 1952, luego de un agria polémica sobre el “carácter burgués” de Roberto Arlt
y su literatura, la revista pasa a llamarse solo Cuadernos de Cultura, mejora su formato y comienza a estar dirigida
por un triunvirato formado por el joven Roberto Salama (espada local del
zhdánovismo que termina retirándose al poco tiempo), el ensayista Héctor P.
Agosti y el médico Julio Luis Peluffo, integrante del cohesionado grupo de
psiquiatras pavlovianos argentinos. Cuadernos
de Cultura se convirtió, a partir de entonces, en la más importante revista
de cultura del comunismo argentino.
A
este panorama hay que agregar las publicaciones de las organizaciones
supranacionales de carácter continental y global movilizadas por los comunistas
en el marco de la llamada “lucha por la paz”, el motivo ideológico que
estructuró las batallas culturales de la Guerra Fría desde fines de la década
de 1940. En la Argentina, el Consejo por la Paz editó la revista Por la Paz (entre 1955 y 1957, Vocero de la Paz), dirigida por María
Rosa Oliver, un nodo de una vasta red de publicaciones del pacifismo soviético
que incluía a la brasileña Revista Para
Todos, dirigida por Jorge Amado, la colombiana Paz y Democracia, el mensuario mexicano Paz, Mass and Mainstream, editada en Nueva York por Samuel Sillen
y, en el centro, Defense de la Paix
(luego Horizons), que desde París
dirigía Pierre Cot y que se editaba en 13 lenguas y 20 países. Otras
organizaciones ligadas al activismo intelectual comunista de la primera Guerra
Fría también editaron publicaciones. El Congreso Argentino de la Cultura
publicó un Boletín entre 1953 y 1954,
y lo mismo hizo la Casa de la Cultura Argentina entre 1955 y 1958.
La
actividad editorial oficial del partido se diversifica aún más luego de 1955.
Ese año comienza su actividad Platina, con un catálogo amplio de cultura
comunista dedicada a la literatura, la filosofía, la política y la psiquiatría;
y Cartago, volcada a la publicación de clásicos del marxismo, ciencia y
literatura argentina. En los años siguientes, y hasta 1966, cuando un nuevo
golpe militar corte abruptamente la labor impresa de las izquierdas, aparecen
sellos como Procyon, Quetzal, Nuevas Sendas y Hemisferio, todas ligadas en
escalas diversas al mundo comunista. La mayoría de estos sellos se unieron en
una cooperativa de distribución de libros y publicaciones que fue bautizada
como Codilibro.
El
breve periodo de legalidad del que gozan los comunistas durante el inicio del
gobierno del radical Arturo Frondizi, cuya candidatura apoyaron con no pocas
esperanzas, se traduce en la reorganización de la prensa local y un paralelo relanzamiento
de empresas transnacionales que intentaron recomponer el golpeado sistema del
internacionalismo comunista posterior a Hungría. En mayo de 1958 reaparece La Hora, que se mantiene por apenas 8
meses, y también fugazmente Pueblo Unido.
Nuestra Palabra, bajo la dirección de
Agosti, se convierte por un tiempo en una publicación político-ideológica que
circula por suscripción.
Como
ha explicado Tobias Rupprechet, luego de la muerte de Stalin la Unión Soviética
puso fin a un período de extremo aislamiento y el internacionalismo volvió a
ser un componente de su proyecto, que se reconectó con la cultura contemporánea
a través de un aceitado mecanismo de diplomacia cultural que tuvo en las
publicaciones un pivote central. Este “internacionalismo cultural” se enfocó en
mostrar a la URSS como un modelo alternativo de desarrollo y rápida
modernización, y tuvo en América Latina un área de sostenido interés por parte
de las nuevas elites soviéticas, que advirtieron su importancia para las
batallas ideológicas de la Guerra Fría[11]. Desde mediados de la
década de 1950 el sistema de publicaciones soviético se amplió
considerablemente hacia la traducción en lenguas extranjeras, entre ellas el
español y el portugués, al mismo tiempo que los formatos y lenguajes se
modernizaban y llenaban de fotografías y colores. Publicaciones como Unión Soviética. Revista sociopolítica
ilustrada, Novedades de la Unión
Soviética, Novedades de Moscú, Deporte
en la URSS y más tarde Sputnik
transmitían una imagen del socialismo como un modelo de industrialización,
desarrollo y modernidad. En 1958 aparece
en español Problemas de la Paz y el
Socialismo (luego Revista
Internacional), revista teórica y de información de los partidos
socialistas y obreros, que es reimpresa y distribuida por Editorial Anteo, y
algunos meses después Literatura
Soviética, publicada por Ediciones Cultura, una sociedad de responsabilidad
limitada creada en 1954 por militantes ucranianos y bielorrusos como el fin de
editar libros y folletos y gestionar la compraventa, importación, exportación y
transferencia de derechos de propiedad intelectual. Una de las instituciones
culturales soviéticas más longevas e importantes en la articulación de una red
transnacional de intelectuales, escritores y artistas, la Sociedad de
Relaciones Culturales de la URSS con el extranjero (VOKS), editó en este
periodo la revista mensual Cultura y Vida,
que apareció desde 1957 hasta mediados de la década de 1980.
En
ese sistema de propaganda y transferencias culturales, los países del Este, las
llamadas “democracias populares”, también desarrollaron una intensa actividad
editorial destinada al público latinoamericano. Michal Zourek ha señalado que
solo en 1961, en Checoslovaquia se publicaron 19 periódicos en varias lenguajes
extranjeras, 10 de ellos en español. La revista mensual Vida Checoslovaca tenía un tiraje de 30.000 ejemplares y en Buenos
Aires, así como en México y Río de Janeiro, se distribuía también el boletín
Checoslovaquia, dedicado a promover el comercio exterior[12]. Otro tanto puede decirse
de las traducciones y la edición de libros, que en una u otra dirección
alcanzaban tiradas monumentales y establecieron un verdadero circuito
allternativo de legitimación y consagración de autores y títulos. Vaya un ejemplo.
La novela de Julius Fučík, Reportaje al
pie del Patíbulo, se publicó por primera vez en Buenos Aires en 1950 y
desde entonces fue reeditada 12 veces. Su traductor, Alfredo Varela,
funcionario del Movimiento por la Paz que vivió largos años en Praga, logró que
su novela sobre los yertabales del Alto Paraná, El Río Oscuro, fuera traducida al checo y editada en tres
oportunidades con una tirada total de 65.000 copias.
Desde
1955 y por la próxima década los comunistas formarán parte, y deberán afrontar,
el clima de efervescencia y aguda politización que atravesó el campo cultural
por las siguientes dos décadas. Una escena precipitada por la crisis que
provoca el fin de la experiencia peronista entre ciertos sectores letrados y de
clases medias, que en el caso comunista se agudiza con el cisma que provocó el
XX Congreso del Partido Comunista de la URSS (PCUS) y la casi inmediata
invasión soviética a Hungría en 1956. En la Argentina como en el resto del
mundo, las editoriales comunistas, partidarias o amigas, atraviesan un profundo
proceso de mutación ideológica que se combina con cambios en la industria del
libro y la cultura de masas. Los años 1960 son, en muchos sentidos, la edad de
oro de la edición sobre temas políticos, fenómeno en el que confluyen tanto el
auge y profesionalización de las ciencias sociales y la conversión del marxismo
en un hecho de cultura más allá de los límites de las formaciones partidarias,
como los procesos globales ligados a la descolonización y los motivos
tercermundistas. Una editorial como Jorge Alvarez ilustra bien esta mutación, a
la par de experiencias como EUDEBA y Centro Editor de América Latina[13]. En ese contexto, los
libros editados bajo la órbita comunista encontraron numerosos competidores y
sus temas y autores languidecieron a la par de los cuestionamientos políticos e
ideológicos a la “izquierda tradicional”.
Las
revistas –género ideal para las épocas de crisis y grandes mutaciones y soporte
maleable a la intervención de coyuntura–, sin embargo, florecieron. Comandadas en casi todos los casos por
jóvenes que comenzaban a tener un lugar destacado en las discusiones
partidarias y que muy pronto serán apartados bajo acusaciones de desviacionismo
o herejía, en esos años aparecen: Gaceta
Literaria bajo la dirección de Pedro Orgambide y Roberto Hosne, Por. Revista Mensual de Cultura,
promovida por José Luis Mangieri, Floreal Mazía y Roberto Salama, Nueva Expresión, de Juan Carlos
Portantiero, Mario Jorge de Lellis y Héctor Bustingorri, El Escarabajo de Oro, de Abelardo Castillo, la revista
universitaria del Mar Dulce, Hoy en la
Cultura, de Pedro Orgambide, Pasado y
Presente, impulsada por José María Aricó, Héctor Schmucler y Oscar del
Barco y La Rosa Blindada, dirigida
por Mangieri y Carlos Brocato. Muchos de los grupos que impulsaron estas
publicaciones emprendieron también experiencias editoriales, como fue el caso
de los Cuadernos de Pasado y Presente.
En
este artículo he ofrecido un panorama descriptivo y general de la edición
comunista en el periodo que va desde 1917, con el nacimiento del semanario La Internacional como vocero del PSI, y
llega hasta mediados de la década de
1960. Con el golpe de Estado de 1966, cuando el militar Juan Carlos Onganía
desplaza del poder al gobierno constitucional de Arturo Illia, la historia de la
edición comunista cierra un ciclo, que aunque estuvo marcado por la censura y
las persecuciones, pero también por problemas propios de su carácter cultural
heterónomo, alcanzó un notable grado de eficiencia y desarrollo. A partir de
entonces, los cambios en la escena política pero también en la morfología del
campo intelectual, la radicalización de amplios sectores juveniles y obreros
pero también ciertas innovaciones en el mercado del libro y en la idea mismo de
“libro político”, confluyeron para modificar la actividad impresa del
comunismo, que se enfrenta a nuevos actores y dinámicas tanto a nivel local
como global. En el cuadro aquí trazado he incluido a la prensa partidaria, las
editoriales y las revistas culturales y político-culturales editadas por el partido,
pero también por grupos intelectuales, por organizaciones frentistas, por
asociaciones culturales y por instituciones oficiales del estado soviético y
del movimiento comunista internacional. En conjunto, éstas dieron forma a un
sistema impreso de escala local, regional e internacional que se constituyó en
la más importante experiencia de edición política en la primera mitad del siglo
XX. Como paso siguiente a este primer acercamiento, considero que un estudio
pormenorizado de las lógicas de funcionamiento y de las diversas facetas de
este sistema permitiría, superado el desafío que supone, observar un capítulo
aún inexplorado de la historia de la cultura comunista argentina pero también,
y esto me parece fundamental, de la constitución de un espacio específico de
edición de temas políticos que cumplió funciones y desempeñó un papel en el
espacio del libro y las publicaciones periódicas en la Argentina y América
Latina.
(Fragmento del trabajo de
Andrea Petra, Libros, revistas y publicaciones del comunismo argentino. Una
introducción, en: http://sedici.unlp.edu.ar/handle/10915/127620,
marzo de 2020.)
[1]
Hernán Camarero, Tiempos rojos. El impacto de la Revolución
Rusa en la Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2017.
[2]
Actualidad
económica-política-social.
Publicación ilustrada, fue dirigida por el escritor y dramaturgo Elías
Castelnuovo; Contra, por el poeta
Raúl González Tuñón; y Nueva Revista
por Aníbal Ponce en colaboración con Faustino Jorge y los escritores Álvaro
Yunque y Cayetano Córdova Iturburu.
[3]
Sebastián Rivera Mir,
“Las editoriales comunistas en América Latina durante la década de 1930. La
teoría para la acción revolucionaria”. en: Santiago
Aránguiz Pinto y Patricio Herrera González (eds), Los comunismos en América Latina. Recepciones y militancias (1917-1955).
Tomo 1, Santiago de Chile, Historia Chilena, 2018, p. 179.
[4] Me ocupé de esta experiencia
editorial y trabajé alguno de estos problemas en “Hacia una historia del mundo
impreso del comunismo argentino. La editorial Problemas (1939-1948)” en: Granados, Aimer y Sebastián Rivera Mir,
Prácticas editoriales y cultura impresa
entre los intelectuales latinoamericanos en el siglo XX, Zinacantepec,
Estado de México y El Colegio Mexiquense y Universidad Autónoma Metropolitana,
2018.
[5]
Sobre las lecturas
de la experiencia argentina luego de 1943 ver el caso del comunismo chileno Joaquín Fernández Abara, “En lucha
contra el pulmón de la conspiración fascista en América Latina. Los comunistas
chilenos ante el proceso político argentino y el gobierno de la revolución de
junio (1943-1945)”, en: Santiago
Aránguiz Pinto y Patricio Herrera González (eds), Los comunismos en América Latina. Recepciones y militancias (1917-1955).
Tomo 2, Santiago de Chile, Historia Chilena, 2018, pp. 111-152.
[6] “Páginas de Historia. 4 de junio
de 1943- 6 de agosto de 1945”, en: Orientación, Buenos Aires, setiembre de 1945.
[7]
“Celébrase el X
Aniversario de Orientación”, en: Orientación,
Buenos Aires, agosto de 1946.
[8]
Adriana Petra, Intelectuales y cultura comunista.
Itinerarios, problemas y debates en la Argentina de posguerra, Buenos
Aires, Fondo de Cultura Económica, 2017, pp. 75-137.
[9]
Las obras de
Gramsci fueron las siguientes: Cartas de
la Cárcel (1950, traducido por Gabriela Monner y prólogo de Gregorio
Berman), El materialismo histórico y la
filosofía de Benedetto Croce (1958, con traducción de Isidoro Flaumbaum y
prólogo de Agosti); Los intelectuales y
la organización de la cultura (1960, con traducción de Raúl Sciarreta); Literatura y Vida Nacional (1961,
traducción de José María Aricó y prólogo de Héctor Agosti), Notas sobre Maquiavelo, sobre política y
sobre el estado moderno (1962, traducción y prólogo de José María Aricó).
[10] A pesar de las imprecisiones en
fechas y datos, es interesante ver el testimonio sobre Dirple de Haroldo
Arcella recogido en Horacio A. López,
Las editoriales rojas. De la
Internacional a Cartago, Buenos Aires, Luxemburg, 2018. 144-148.
[11]
Tobías Rupprechet,
Soviet Internationalism after Stalin
Interaction and Exchange between the USSR and Latin America during the Cold War,
Cambridge, Cambridge University Press, 2015, p 9.
[12]
Michal Zourek, Praga y los intelectuales latinoamericanos
(1947-1959), Rosario, Prohistoria, 2019, p. 31.
[13]
Para un estudio de
caso que analiza muy bien este proceso, aunque para el espacio europeo, remito
a Vallotton, François, Damien Carron et
Pierre Jeanneret, Livre et
militantisme: La Cité éditeur 1958-1967, Lausanne, Editios d’ en bas, 2007.
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