Tinta roja



por Adriana Petra.

En el discurso comunista la prensa ocupa un lugar fundante de la identidad partidaria. En el origen estaba la prensa, se afirmaba con insistencia desde las páginas de los diversos órganos del Partido Comunista de la Argentina (PCA), evocando al mismo tiempo una máxima del bolchevismo que fue común a todas las experiencias militantes en él inspiradas. En efecto, la fundación del Partido Socialista Internacional (PSI), escisión del viejo Partido Socialista (PS) y germen de la futura Sección Argentina de la Internacional Comunista (IC), fue precedida por la fundación de un periódico quincenal, La Internacional, que comenzó a circular en agosto de 1917 aun en el seno del socialismo y en enero del año siguiente se convirtió en órgano oficial de la naciente fracción. La importancia de la prensa se advierte además en el lugar que en ella se les asigna a los dirigentes, o se ignora a los disidentes. En los relatos oficiales, por ejemplo, la aparición de La Internacional es adjudicada al hecho de que Victorio Codovilla, quien comandó el partido hasta su muerte en 1970, hubiera previamente creado una cooperativa de ediciones socialistas, aunque nunca se menciona el papel principal que le cupo al obrero tipógrafo José Penelón, su primer administrador y figura principal en esos años fundacionales, expulsado en 1928 acusado de herejía y fraccionalismo[1]. El otro dirigente máximo del PCA, Rodolfo Ghioldi, siempre se presentó y fue presentado como un gran periodista: “Así como en el origen estaba la prensa podemos decir que en el comienzo de la prensa estaba Rodolfo Ghioldi, el primer periodista de nuestro partido y uno de sus fundadores y orientadores”[2].

La Internacional se convirtió en diario en 1921, exactamente tres años después de su fundación, gracias a la adquisición de una imprenta rotativa, un logro “militante” de los afiliados, que durante meses ofrecieron al partido la mitad de su sueldo. En ese momento, la oferta impresa de la naciente formación comunista se diversifica a través de las publicaciones de las múltiples comunidades idiomáticas de un país con un alto porcentaje de población extranjera. Muy pronto, comienzan a editarse también folletos, forma elemental de la propaganda política moderna, y algunos libros a través de dos sellos editoriales: la Biblioteca Documentos del Progreso y las Ediciones de La Internacional. En este periodo, en la Argentina como en el resto del mundo comunista la relación entre los formatos editoriales y la prensa es estrecha, como lo indica que las primeras estructuras editoriales de la IC se hayan organizado alrededor de una revista, La Internacional Comunista, editada en varios idiomas desde 1921. Desde entonces, las secciones de Edición y Traducciones y luego el Servicio de Ediciones de la IC, se encargan de asistir a los partidos en la producción y difusión de libros cuya selección está a cargo de la Sección de Agitación y Propaganda. En esos años, los comunistas argentinos reciben materiales desde el centro del comunismo internacional, al mismo tiempo que los distribuyen a las formaciones entonces periféricas, como Brasil, cuyo partido comunista educó a sus primeros militantes con folletería argentina y uruguaya. Como explicó Codovilla en el IV Congreso Ordinario del PCA, los títulos editados por La Internacional constituían tanto una fuente de ingreso para la organización como un medio de difusión doctrinal accesible para los trabajadores, tanto en la Argentina como en países próximos (cit. en Castilho de Lacerda 29). El sello publicó más de 30 títulos entre 1921 y 1933, aunque el tramo de mayor actividad se ubicó en los primeros años. El autor más publicado fue Lenin, seguido por Karl Radek, León Trotsky y documentos de la IC (30).

La revista Documentos del Progreso editó 45 números entre agosto de 1919 y junio de 1921 bajo la dirección de Simón Scheimberg y Aldo Peccini, ligados al grupo que desde el interior del Partido Socialista (PS) bregaba por la adhesión a la IC o Tercera Internacional, de allí que fueran conocidos como los “terceristas”. La revista participó de un espacio ampliado de publicaciones que se hicieron eco de la Revolución rusa y dieron forma a las primeras lecturas sobre el acontecimiento soviético y la construcción de la URSS en la Argentina: emigrados rusos, jóvenes universitarios, artistas de vanguardia, escritores realistas, dirigentes sindicales, anarquistas, socialistas y algunos intelectuales liberales pusieron a circular revistas e impresos ligados a lo que estaba pasando en Rusia[3]. Siguiendo un esquema que nació en Francia en los primeros años de la Monarquía de Julio y se constituyó en un formato clásico de la edición de pedagogía militante de las izquierdas, Documentos del Progreso editó una colección de libros bajo la denominación “Biblioteca” Documentos del Progreso[4]. Luego de publicar once títulos a través de los cuales difundió textos de dirigentes soviéticos y de la Internacional Comunista, uno de sus directores, Scheimberg, fue acusado de “liquidacionismo” en el marco de la larga serie de purgas y fraccionamientos que afectaron la primera década de existencia del PCA. En 1922 la revista y su biblioteca dejaron de existir.

Desde mediados de la década de 1920 la producción impresa del PCA cambia de rumbo, acorde con las tácticas del movimiento comunista internacional, embarcado en un proceso de bolchevización de los partidos bajo su órbita que, en el espacio que nos interesa, se tradujo en la creación de un sector editorial específico, capaz de cubrir con eficiencia la necesidad de formación de nuevos cuadros en los partidos ahora reorganizados bajo el modelo soviético. El Servicio de Ediciones de la IC producirá y distribuirá obras originales, manuales y guías populares en más de 40 países y en 47 lenguas, además de otorgar fondos para la composición e impresión de versiones locales por parte de los aún pequeños y desorganizados partidos comunistas occidentales. En ocasiones, también promoverá la creación de casas editoriales, que para 1929 llegaron al número de 18, desperdigadas en 16 países en los cinco continentes[5]. En este periodo se pueden observar dos procesos. Por un lado, toma notoriedad la edición de periódicos y boletines de fábrica, gremiales y sindicales. En su investigación sobre los comunistas y el mundo del trabajo en la Argentina entre 1920 y 1935, Hernán Camarero contabilizó más de 30 títulos, y en los relatos oficiales del PCA el año 1925 es señalado como el del nacimiento de un tipo de periodismo, el “de fábrica”[6]. Por otro, se produce un proceso de centralización, reorganización y puesta en orden de los catálogos, los que, aunque acotados, en muchas ocasiones eran demasiado “eclécticos” o contenían autores que en esta etapa resultaban inconvenientes. Las “purgas estalinistas” se aplicaron también sobre autores y libros, dando lugar a no pocos equívocos y destiempos.

En 1929, la editorial de La Internacional reduce sus títulos hasta desaparecer y en su lugar comienza a funcionar el sello Sudam, que publica cerca de una decena de títulos hasta 1934. En el mismo momento, se funda en Barcelona la editorial Europa-América, dirigida por Ettore Quaglierini, un cuadro de la IC para América Latina que supo pasar largas temporadas en Buenos Aires. Con la misión de difundir la literatura marxista en lengua española, este sello logró confeccionar un catálogo de más de 150 títulos, muchos de los cuales fueron reeditados en diversos países latinoamericanos, los que durante un largo periodo se nutrieron de ediciones realizadas en España y Francia, luego de renunciar a emprender proyectos editoriales propios[7](Rivera Mir 160). 11 Un ejemplo de esto: Aníbal Ponce, el intelectual más destacado del comunismo argentino hasta la década del ‘40, escribió sus conferencias sobre el humanismo socialista y la URSS basándose tanto en su viaje de 1935 como en las ediciones de los sellos Europa-América, la española Cenit, los francesas Bureau d’ Éditions y Éditions Sociales Internacionales, las revistas Commune, Monde y las ediciones en francés de Littérature Internationale y Le Journal de Moscou. Cuando tuvo que citar libros de autores marxistas editados en el país, decidió consultar los ejemplares de bajo precio que editaba Claridad, la exitosa editorial popular del socialista Antonio Zamora[8].

Como ha señalado Sergio Wolikow, y puede observarse en las referencias de Ponce, junto a las obras teóricas de carácter general y los folletos destinados a la educación militante, desde mediados de la década de 1920 el sistema editor del comunismo internacional incluyó como elemento fundamental a las revistas internacionales (47). Entre 1926 y 1930, el Secretariado Sudamericano de la IC publicó la revista quincenal La correspondencia sudamericana, en un circuito rioplatense que conectó Buenos Aires y Montevideo como los puntos neurálgicos de distribución de literatura comunista a escala continental. En la capital uruguaya también se editaban El Trabajador Latinoamericano (1928-1933), órgano de Conferencia Sindical Latinoamericana, La Internacional Juvenil (1931-1932), órgano del Secretariado Sudamericano de la Internacional Juvenil Comunista, y desde 1930 la Revista Comunista, órgano teórico del Secretariado Sudamericano que dejó de editarse dos años después. En 1927, la sección argentina del Socorro Rojo Internacional comienza a editar un Boletín que mantiene hasta mediados de la década de 1930. En los círculos de comunistas argentinos bilingües, las revistas internacionales, sobre todo francesas (el PCF fue desde muy tempranamente centro de irradiación del comunismo soviético para el mundo latino), eran leídas con regularidad, mientras que los militantes accedían a algunos de sus contenidos mediante las traducciones publicadas en la prensa partidaria.

La combinación entre la crisis económica mundial que se abatió también sobre la Argentina cortando un ciclo de, por momentos, insólita prosperidad; el inicio de un periodo de represión política como el comunismo no había conocido en la década precedente y las demandas y restricciones del proceso de acelerada estalinización que se inició en la URRS y se extendió a todo el movimiento comunista internacional; marcaron un quiebre en la actividad impresa de los comunistas argentinos a partir de 1930. La Internacional, convertida en diario luego de una aparición ininterrumpida de 12 años, es clausurada y logra reaparecer bajo la forma de un semanario. En 1932, con notables esfuerzos y pericia organizativa, el partido también consigue sacar a la calle el diario Bandera Roja, al que le siguen consecutivamente Mundo Obrero y Frente Unido, todos cerrados. Recién en 1936 se logrará editar nuevamente un diario legal, que lleva el nombre, más pedagógico y descolorido, de Orientación. Esta publicación de tamaño sábana sobrevive hasta 1943, cuando un nuevo golpe, esta vez encabezado por militares nacionalistas de no pocas simpatías fascistas, arroja la actividad editora del comunismo a la casi total clandestinidad. Al mismo tiempo, la disolución de la IC, apenas unos meses antes del golpe, desmonta las organizaciones supranacionales del comunismo también en el terreno de lo impreso, dando lugar a una mayor dispersión que por el reverso contribuyó a la formación de nuevos públicos lectores, diversificó la producción y la circulación y contribuyó a la consolidación de emprendimientos locales.

 

(Fragmento del trabajo de Andrea Petra, Libros, revistas y publicaciones del comunismo argentino. Una introducción, en: http://sedici.unlp.edu.ar/handle/10915/127620, marzo de 2020.)



[1] Durante su primera década de existencia, el PCA estuvo atravesado por enconadas luchas internas que solo terminaron con la unción de la que luego será su dirección histórica, encabezada por Victoria Codovilla y Rodolfo Ghioldi. En 1922 son expulsados un grupo de militantes entre los que se encontraban Alberto Palcos, Pedro Milesi, Luis Koiffman, Silvano Santander y Simón Scheimberg (estos últimos provenientes del grupo llamado “tercerista” que ingresó al partido en 1921 luego de romper con el Partido Socialista). A la expulsión de los “frentistas” (en alusión a la discusión sobre los alcances de la estrategia del Frente Único que dio origen a la crisis) siguió en 1925 la de los “chispistas”, esta vez en el contexto de la adopción de la línea de bolchevización adoptada por el partido en su VII Congreso. Entre el centenar de afiliados que fue separado se encontraban importantes dirigentes obreros, además de profesionales e intelectuales. Estos editaron luego el periódico La Chispa, de ahí la popularización de su nombre. A fines de 1927 se produjo la ruptura de los “penelonistas”, en alusión a la figura de José Penelón, máximo dirigente del partido que comandó la disidencia de unos 300 militantes en torno a la discusión sobre cuestiones sindicales, los grupos idiomáticos y la participación en la política municipal. Penelón formó el Partido Comunista de la República Argentina, luego Concentración Obrera, a través del cual tuvo una destacada actuación en el Concejo Deliberante de la Capital Federal. Cfr. Augusto Piemonte, “Comunistas oficiales y extraoficiales en competencia: el rol asignado a la Internacional ante el surgimiento de la facción “chispista” del PC de la Argentina”, en: Archivos de Historia del Movimiento Obrero y la Izquierda, n° 5, Buenos Aires, 2014, pp. 93-112 y “La compleja relación entre la dirección del Partido Comunista de la Argentina y la representación de la Comintern ante la ruptura de 1928”. Políticas de la Memoria, n° 16, Buenos Aires, 2015/2016, pp. 236-244.

[2] “Nuestra prensa”, en: Orientación, Buenos Aires, enero de 1946.

[3] Sobre el impacto de la Revolución rusa en la Argentina ver los trabajos de Horacio Tarcus (ed.), Primeros viajeros al país de los soviets. Crónicas porteñas 1920-1934, Buenos Aires, Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Dirección General del Libro, 2017; Hernán Camarero, Tiempos rojos. El impacto de la Revolución Rusa en la Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2017; Adriana Petra, Intelectuales y cultura comunista. Itinerarios, problemas y debates en la Argentina de posguerra, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2017. 39-74.

[4] Se denomina “biblioteca” a una serie uniforme en aspecto y contenido que permite definir qué es lo que merece ser leído (Bouju 12).

[5] Cecil Bouju, Lire en communiste. Les maisons d’édition du Parti communiste français (1920-1968), Rennes, Presses Universitaires de Rennes, 2010, p. 30.

[6] Hernán Camarero, Tiempos rojos. El impacto de la Revolución Rusa en la Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2017, pp. 42-63.

[7] Sebastián Rivera Mir, “Las editoriales comunistas en América Latina durante la década de 1930. La teoría para la acción revolucionaria”, en: Santiago Aránguiz Pinto y Patricio Herrera González (eds), Los comunismos en América Latina. Recepciones y militancias (1917-1955). Tomo 1, Santiago de Chile, Historia Chilena, 2018, p. 160.

Ediciones Europa-América también usaba el nombre Ediciones Sociales Internacionales o Edeya. El carácter transnacional de este emprendimiento puede observarse en que en 1927, con el mismo nombre, el Partido Comunista Francés (PCF) inauguró un sello dedicado a la edición de las obras completas de Lenin y a la literatura soviética. En algunos casos, el pie de imprenta era Nueva York.

[8] Anibal Ponce, “Visita al hombre del futuro”, en: Humanismo burgués y humanismo proletario. De Erasmo a Romain Rolland, México, Editorial América, 1938.


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